Historia
Juanita Arias: la colombiana que viaja en bicicleta por el mundo
Esta ingeniera civil de 27 años ha visitado 19 países y pedaleado más de 21.000 kilómetros en dos años montada en una cicla. Esta son las razones que la llevaron a dejarlo todo y emprender esa gran aventura.
En diciembre de 2017 cuando Juanita Arias Palacio decidió recorrer el mundo en bicicleta era poco lo que sabía sobre cómo funcionaba cada parte de esa máquina. Sabía cómo cambiar un neumático y el mantenimiento básico que debía darle, pero su conocimiento técnico sobre las herramientas o lo que debía hacer cuando se le dañara un piñón o una cadena en medio de la nada, era limitado.
A pesar de eso, a los 26 años, se arriesgó a atravesar Asia y Europa sobre dos ruedas. Le bastó su sueño de recorrer el mundo y la libertad que experimentaba cuando se subía a ese caballo de acero y recibía el golpe del viento en la cara. Una sensación que no le producía ni un barco, un tren, ni un avión. Dos años después cuando ya ha recorrido 19 países y pedaleado más de 18.000 kilómetros en su bicicleta, no hace falta decir que es una experta al volante.
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Su aventura comenzó en el sur de Vietnam en la ciudad de Ho Chi Minh. Estaba segura de que podía lograrlo físicamente, pues siempre había sido una joven deportista, pero el primer día tuvo que enfrentarse a un hecho que había pasado por alto y es que “una cosa es pedalear sin equipaje y otra muy diferente con equipaje”, explica. Ya no tenía que cargar solo con su propio peso, sino también el del par de alforjas en las que había empacado toda su vida. Allí guardaba cuatro mudas de ropa, una carpa, ollas para cocinar y demás herramientas para poder sobrevivir.
Foto: Ruta 40, Argentina. Abril 2019.
Empacar por primera vez fue todo un desafío. “Pensar que sólo puedes llevar lo necesario no fue fácil, todo parece serlo y nada parece sobrar”. Además, como le había dicho un viejo amigo, montar en una cicla con equipaje "es como volver a aprender". Y así se sintió: aprendiendo a montar de nuevo. Buscando el balance e intentando mantener el control de la dirección.
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Iniciar el viaje también significó una infinidad de primeras veces para ella. Por ejemplo, la de ponerse por primera vez un badán, una de esas lycras que tienen almohada en la cola. “Me sentía como un pato, pero un pato feliz”. Además, con el paso de las horas también descubrió que era muy distinto trasladarse en una bicicleta al trabajo que salir de una ciudad a otra. Se enfrentó a dificultades como el tráfico extremo, el miedo a sentirse rodeada de camiones y a la contaminación. En ese momento se cuestionó "¿que estoy haciendo?" pero se respondió: "Estoy cumpliendo un sueño". Esos primeros 80 kilómetros fueron los más felices de su vida.
El momento decisivo
Dos años antes de su salida de Ho Chi Minh, Juanita era una joven como cualquier otra. Había terminado su carrera de ingeniería civil en Armenia, su ciudad natal, e inmediatamente había logrado ubicarse en un buen trabajo en Bogotá. Luego de un año de estar trabajando como ingeniera auxiliar en Ingetec, una compañía colombiana que se dedica al diseño, asesoría y supervisión de proyectos hidroeléctricos, se dio cuenta de que se había convertido en todo lo que nunca quiso ser: una persona que pasaba todo el día en una oficina y cuando llegaba a su casa estaba frente a un computador.
Foto: Splügen Pass, paso fronterizo entre Italia y Suiza, noviembre 2018
Sin pensarlo mucho renunció a su trabajo para irse a Alemania con la excusa de estudiar una maestría. En el fondo sabía que lo que buscaba era salir de la rutina. Por eso a los seis meses de llegar a Munich desistió de las clases de alemán y decidió que recorrer el mundo en bicicleta era a lo que iba a dedicar su vida, un sueño que albergaba en su cabeza desde siempre. La decisión sin embargo no fue fácil. “Decir ‘me voy a ir a recorrer el mundo en bicicleta’ es difícil pero empecé a pensarlo y a quitarme todos los prejuicios de la cabeza”. Luego de tomar la decisión le contó a su familia, que desde un principio la apoyó totalmente. A muchos padres esta idea les parecería una locura pero su mamá (su papá murió hace unos años) le dio la bendición. “Ella es una mujer muy positiva y siempre tiene la convicción de que nada malo va a pasar”.
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El paso siguiente fue volar a Ho Chi Minh. Los primeros dos días allí los pasó con el equipo de Mr. Biker, una tienda de bicicletas de la ciudad a la que había contactado vía internet cuatro meses antes de llegar y que le ayudó a conseguir la bicicleta que estaba buscando: una Giant Escape 2 talla S que se ajustara a su cuerpo. Aunque durante toda su vida ha sido aventurera y amante de acampar, le tomó alrededor de dos meses adaptarse a esa nueva rutina de vida. Sobre todo, por la exigencia física de levantarse todos los días a 7 de la mañana, pedalear en promedio 80 kilómetros al día y dormir siempre en una carpa.
Lo de menos fue el baño. “Yo ya estaba acostumbrada a estar sucia, si no me podía bañar no había problema, pero físicamente sí me costó un tiempo sentirme bien”, agrega. Con el paso de los días también fueron surgiendo todo tipo de retos. Uno de los más difíciles para ella fue soportar el viento en contra cuando pedaleaba, pero también la soledad, un desafío que iba de la mano con el hecho de ser mujer.
La soledad, su compañera
Foto: Cappadocia, Turquia. Septiembre 2018
“La soledad es complicada. No digo que viajar sola sea maluco, lo disfruté mucho, pues te hace descubrir cosas que nunca harías estando con alguien. Pero estar solo es muy intenso. Tienes miedos todo el tiempo”, explica. En Albania, por ejemplo, mientras recorría una carretera solitaria, un hombre que pasó en un carro se detuvo, se bajó y empezó a insinuar cosas. “No me hizo nada grave pero sí me asusté”. Algo similar le ocurrió en Turquía, pero una señora que iba pasando la ayudó. “Me salvó y ahora tengo una historia bonita con ella y toda su familia”, dice.
Pero para Juanita, estas experiencias incómodas más que un obstáculo en ese viaje han sido una motivación para seguir adelante. Y justamente de esos momentos difíciles ha sacado los mejores aprendizajes. Dice que le gusta viajar sola precisamente porque en medio de tantos miedos es consciente de que es más fuerte que ellos “porque tengo el poder mental de controlarlos y seguir”.
Quizá su experiencia como mujer viajera en bicicleta es muy distinta a la de cualquier hombre, pero gracias a ello, también ha podido descubrir que en cualquier parte del mundo las mujeres funcionan como una red de apoyo. “En los lugares donde tuve miedo o donde me sentía insegura veía a una mujer y me tranquilizaba un poquito. En caso de que algo fuera a pasar, sabía que me iban a ayudar. Esa es mi sensación. Hay que confiar”. Por eso dice que, aunque “es evidente que el mundo no está preparado para ver a una mujer viajando sola, nosotras sí lo estamos”, y hay que seguirlo demostrando.
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Foto derecha: Norte de Georgia. Agosto 2018.
Juanita viajó sola durante ocho meses. En ese tiempo, recorrió Vietnam, China, Rusia, Georgia, Armenia, Turquía, Grecia, Albania, Montenegro, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Italia, Suiza, Francia y España. Pero algo que aprendió en la ruta es que es muy fácil encontrarse con extraños que tengan el mismo sueño en el camino. A los pocos meses de recorrer Vietnam, Juanita conoció a Tom, un inglés que venía desde Australia pedaleando. Pero cada uno tomó su camino. “Nuestras rutas coincidieron nuevamente en Georgia y planeamos viajar una semana juntos pero esa semana se convirtió en cuatro meses.
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Después de estos meses Juanita reconoce que el viaje fue totalmente diferente. “Me sentía más tranquila y las cosas las disfrutaba de otra manera”. Conocer y viajar con extraños también se ha vuelto parte de su rutina. En China viajó un mes con una francesa y un alemán. En Rusia, dos semanas con un ruso. Y desde febrero se reencontró con Tom en Ushuaia para cumplir la meta de llegar a Alaska. “Igual que la soledad, la convivencia se convierte en un reto adicional”, dice. No es fácil convivir con alguien 24 horas al día. “Conoces a una persona 100 por ciento: con hambre, con frío, con calor, con sed y todas las combinaciones que puede ser eso”, explica.
Todo fluye
Otra de las grandes enseñanzas que le ha dejado esta aventura es que hay magia cuando la gente sigue lo que realmente le apasiona. Al principio de su viaje Juanita salió con apenas unos ahorros, pero en el camino todo se ha dado para que pueda seguir descubriendo el mundo. Gracias a que ha ido compartiendo los pensamientos y experiencias de su viaje por redes sociales, hoy algunos seguidores le donan de a 3 o 20 dólares para que continúe con su travesía. También ha realizado una serie de eventos para recolectar el dinero del viaje desde a Argentina a Alaska.
Foto: Bahía Kotor, Montenegro. Octubre 2018.
“En esta vida no se gasta mucho, no pago nada en transporte y casi nunca en hospedaje. Más que todo en comida”, dice. Además, cuando no acampa, hace uso de algunos grupos de comunidades de ciclistas y viajeros que la hospedan gratis. Esa sencillez de experimentar la vida sin el apego a las cosas materiales es una de las cosas que más disfruta. En su mochila apenas carga una estufa, un kit de ollas, una linterna, un sleeping y cuatro pintas de ropa. Y hoy sabe que para ser feliz no necesita mucho más.
Pero uno de los secretos que ha descubierto en el camino es que es imposible abandonar las rutinas. No importa si se es banquero, ingeniero o mochilero, siempre habrá un orden constante en la vida de cada quien. El suyo hoy ya no depende de un modelo laboral, pero sí del clima, la hora a la que salga el sol y se oculte, o las costumbres del país en el que esté. “Me levanto a las 7 de la mañana, me hago el desayuno (casi siempre cereal o huevo con pan) y me tomo un café todas las mañanas, sagrado”. Más o menos a las 10 o 10:30 a.m. termina de empacar sus cosas y empieza a pedalear, y sólo para cuando tiene ganas de almorzar. “Me preparo un sándwich, algunas galletas dulces y más o menos ahí me gasto una hora”. Luego sigue su camino hasta las seis de la tarde o hasta cuando llegue al lugar que tenía planeado. En un día puede recorrer hasta 80 kilómetros.
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Aunque Juanita ha viajado por cielo, tierra y mar, dice que no hay mejor manera de hacerlo que en bicicleta y la razón es que es un medio de transporte que “obliga a conectarse con el mundo, pero también con uno mismo. Es ese lugar donde uno puede conectar a la perfección el cuerpo y el alma”, dice. En este momento a Juanita le queda más de un año para cumplir su meta de llegar a Alaska y aunque no sabe cuál es el próximo viaje que hará, en su lista todavía están África y Asia central.
Los once mandamientos de Juanita para quienes sueñan con viajar en bicicleta
- Solo quien está convencido de que va a llegar, llega.
- Preocúpate por cómo cruzar el río sólo cuando estés en la orilla, antes puede ser pérdida de tiempo.
- Para el que es positivo, todo siempre va a estar bien.
- Si empiezas el día pensando "hoy voy a hacer 60 kilómetros” al kilómetro 58 ya no puedes más, pero si empiezas pensando que vas a hacer 100, solo hasta el kilómetro 98 ya no podrás más. Retos grandes, resultados grandes.
- Paciencia, paciencia, paciencia, y llegarás a la cima más difícil de llegar.
- Cuidado, porque el que empieza un viaje como este, tal vez nunca va a querer parar.
- Entre menos cosas lleves mejor. Hasta una aguja pesa.
- Así como en la vida hay magia, en la carretera también, y hay que dejarse sorprender.
- Va a llover y te vas a mojar.
- Habrás días en los que no vas a entender por qué estás haciendo eso. Y noches en las que sabrás que no hay un mejor lugar.
- Tendrás que parar donde tengas que parar, no donde quieres parar y ahí está lo especial.