Salud mental
“La felicidad está en las cosas simples y maravillosas de la vida”; Amalia Andrade enseña cómo aprender a manejar las emociones
La escritora Amalia Andrade acaba de publicar el libro ‘No sé cómo mostrar dónde me duele’, en el que expone los sentimientos y emociones por los que ha atravesado para que otros se identifiquen y comprendan el dolor.
Amalia Andrade ha pasado buena parte de su carrera como escritora desnudando la fragilidad de las emociones humanas. En tiempos en que pocos hablaban del tema o sencillamente lo barrían bajo la alfombra, esta caleña fue de las primeras que se propuso conversar de frente sobre la importancia de la salud y el bienestar mental.
Así lo ha plasmado, sin filtros, en varios libros, como Uno siempre cambia al amor de su vida por otro amor o por otra vida (2015), que se convirtió en best seller; Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas (2017) y No sé cómo mostrar dónde me duele (Planeta), el más reciente, en el que habla sobre las emociones y su importancia en el día a día, así las personas no se den cuenta.
Amalia parte de un principio que muchos pasan por alto: las emociones son inherentes a los seres humanos desde que llegan al mundo, pero pocos entienden cómo gestionarlas, cómo vivir con ellas, con todo lo bueno y lo malo que implican. De niños, es una materia que nunca se enseña. “Somos unos analfabetas emocionales”, dice sin titubeos la autora.
De ahí la necesidad, asegura la reconocida escritora caleña, de No sé cómo mostrar dónde me duele, páginas que son el resultado de un largo viaje en el que Amalia se dedicó a hablar con amigos y personas cercanas sobre su emotividad y los caminos que unos y otros emprenden para conectarse consigo mismos y sus emociones.
En ese camino se valió también de una herramienta con la que permanece en contacto con sus lectores: las redes sociales. Y, a través de encuestas, les tomó el pulso a los internautas sobre cómo gestionan sus emociones. La propia Amalia hizo el ejercicio y lo deja claro desde la dedicatoria de este libro: “Por ayudarme a encontrar mi interruptor en mi propio cuarto oscuro”, una zona en la que reconoce sin titubeos haber estado en varias ocasiones, “así a veces nos asuste mucho”.
Este libro es el resultado de un duro proceso personal que tomó cerca de seis años de terapia y cuatro de lecturas juiciosas de otras publicaciones y ensayos relacionados con el estudio de las emociones. Amalia se tropezó con el psicólogo Robert Plutchik, conocido por ser el padre del concepto de la rueda de las emociones, que muestra la interrelación de las emociones humanas; y con António Damásio, uno de los neurocientíficos más influyentes de las últimas décadas.
Su nuevo libro arranca con una serie de preguntas que ponen en situación a los lectores: “¿Entienden lo pendejos que somos? ¿Ver a alguien llorar y decirle ‘no llores’? ¿Nos dejaron caer a todos de la cuna cuando éramos niños? ¿Qué somos? ¿Una gente con el cerebro tan lavado que da consejos antinaturales cuando ve algo absolutamente natural?”.
Porque, contrario a lo que muchos creen, se vale llorar y que se note, y se vale que nos vean, y ponerles nombre a las emociones, dice Amalia. “Lloren. Lloremos en público, por favor. El dolor no puede ser algo que exista solo en lo privado. Manifestar el dolor en público es rebelión. Reclamar el espacio del que nos han echado como nuestro nuevo terreno emocional es nuestra lucha”, asegura la escritora.
Y agrega que es necesario reeducarse en no solo saber expresar las emociones, sino en ser tolerantes y empáticos con las de los demás. Y reeducarse, además, en la necesidad de pedir ayuda para aprender a lidiar con eso que nos afecta y frena los objetivos personales, familiares y profesionales.
Colombia, un país enfermo
Y Amalia tiene razón. Datos del Ministerio de Salud revelan que en Colombia las consultas que llevan a diagnósticos relacionados con trastornos mentales siguen en aumento en el territorio nacional.
De ahí que en el país las enfermedades mentales no solo crecieron, sino que se cuadruplicaron, especialmente después de la pandemia de la covid-19: desde 2009 pasaron de 405.124 personas a 1.500.000 en 2021.
El panorama es aún más preocupante en materia de suicidios. Un informe revelado este año por la Procuraduría General de la Nación muestra el aumento desbordado en los problemas de salud mental que enfrentan niños, adolescentes y jóvenes.
Los números son alarmantes: solo en el primer semestre de 2023 se registraron 18.466 intentos de suicidio y 1.540 personas (más de 250 cada mes) lograron su cometido. De ellos, 918 corresponden a adultos, 479 casos son de jóvenes, 142 son de adolescentes y un caso ocurrió en población infantil.
Un año atrás, en 2022, Colombia reportó 2.835 suicidios, de los cuales 936 correspondieron a jóvenes, 312 a adolescentes y tres a infantes. Eso implica un aumento desbordado en los problemas de salud mental que enfrentan los menores.
Lo más revelador es que las edades con mayor índice de problemas en salud mental son los jóvenes entre 17 y 24 años, seguidos por los adolescentes entre los 12 y los 16 años y la población infantil de 6 a 11 años.
El Ministerio Público puso de presente el alarmante incremento de trastornos mentales y alteraciones en la salud mental de los más pequeños del hogar, quienes cada vez más presentan síntomas de depresión, ansiedad y trastornos de comportamiento. Estos factores, a la vez, influyen en el consumo de sustancias psicoactivas, la deserción escolar, los intentos de suicidio y, claro, los casos de suicidio consumado.
Hay que hablar de salud mental
“Estamos muy poco capacitados para transitar emociones que no sean placenteras; de ahí la obsesión de nuestra sociedad con la felicidad y el bienestar. Necesitamos poder estar mal, poder darnos cuenta de que no nos vamos a morir al hablarlo y reconocerlo y que de esa manera podemos generar competencias emocionales, fundamentales en la vida”, expresa la escritora.
En su libro, Amalia transita por doce emociones muy específicas: el tedio, la esperanza, la tristeza, la decepción, la emoción fantasma, la sorpresa, los celos, el amor, la resiliencia, la envidia, el asombro y la alegría.
Precisamente, la autora plantea sus reparos sobre la felicidad y el empeño de miles de gurúes en vender la idea de que ese debería ser el fin último de los seres humanos: “La felicidad no es mejor o peor que la tristeza, y nuestra vida no puede basarse en perseguir ser felices como si fuéramos hámsteres en una rueda. La felicidad está en la pequeñez y en la constancia. En los momentos breves, en los gestos. En todas las cosas simples y maravillosas de la vida”, reflexiona Amalia.
En No sé cómo mostrar dónde me duele, la autora sostiene que en el capitalismo todo “se centra en el consumo y en cómo la promesa del consumo genera felicidad. Detrás de esta lógica se esconden las bases de la tiranía del bienestar en la que vivimos, que está íntimamente ligada con la supremacía de la productividad como el valor imperante de nuestros tiempos. La gente feliz es más productiva y la gente que más produce es la que sostiene el capitalismo. Lo que se nos vende es la ilusión de que quien tiene más poder adquisitivo tiene mayor poder de consumo y, por ende, un acceso inmediato a la felicidad sostenida. Esto genera dos problemas: el primero es que se entiende que el dinero equivale a la felicidad y el segundo es que la ‘felicidad’ se convierte en sí misma en un bien que se puede comprar, pero no es felicidad real, son estímulos constantes que desembocan en la desazón”.
Esta supremacía de la felicidad “genera una jerarquía emocional que nos tira a un desbalance sentimental. Todos los días nos bombardean de maneras implícitas o bastante explícitas con la idea de sentirnos alegres, felices, contentos. Y si no me creen, ¿qué tan vacíos se sienten después de pasar mucho tiempo viendo Instagram? ¿Ven? Se los dije”.