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Todes, elles, amigues: ¿para qué sirve la batalla por el lenguaje inclusivo?
Expertos dicen que el español es incluyente tal como está y que los cambios para evitar la discriminación por género deben lograrse en otros escenarios, no en el idioma.
El uso de la e como género neutro cobró visibilidad la semana pasada cuando Francia Márquez, fórmula de Gustavo Petro para las elecciones presidenciales, se dirigió en una entrevista en radio a todas, todos y todes. Esa misma semana, un anuncio del festival Estéreo Pícnic anunciaba que habría baños para todes. Este morfema se usa en Argentina, Chile, España y Colombia entre las nuevas generaciones, especialmente aquellos integrantes de la comunidad LGBTIQ+.
Lo emplean para relacionarse entre ellos en términos de igualdad, pero, sobre todo, para propiciar la inclusión del género binario, aquel que no se identifica como hombre ni como mujer. Pero ya antes los movimientos feministas habían propiciado una lucha similar con símbolos como la arroba (@) para darle más equidad a un idioma que a sus ojos es machista y patriarcal. En Argentina, desde 2018 este movimiento logró visibilidad en las escuelas de secundaria y ha llegado más lejos que la propuesta de utilizar la x o la @ para ser más inclusivos en el idioma.
Un artículo de Ana Marcos Mar, publicado en el diario El País de España, indica que seis universidades de Argentina aceptan como válidas “las expresiones del lenguaje inclusivas y no sexistas en las producciones escritas y orales” y que el Congreso de la Magistratura en ese país habilitó a los jueces a escribir con el morfema.
“Elles”, “todes”, “amigues”, “alumnes” hacen parte de la propuesta, que, como era de esperarse, ha generado debates álgidos entre los lingüistas y confusión en los hispanoparlantes.
El asunto no se circunscribe al español. También se da en otros idiomas como el inglés, considerado uno de los más incluyentes del mundo. En Estados Unidos, algunas empresas están alentando a sus colaboradores a identificarse con pronombres como she, he o ze/hir junto a su nombre en la firma de su correo electrónico.
En Canadá, las universidades están obligando a usar un lenguaje más incluyente, pero se han encontrado con serios oponentes, como el psicólogo y profesor Jordan Peterson, quien protestó por esa medida. Con todo, reina la confusión. Nadie sabe si esto ya es permitido, y si lo es cómo y en qué circunstancias debería usarse la e. “¿Debo decir elles están cansades o cansados?”, pregunta una hispanoparlante. Otro no sabe si el uso de la e llegue a otros sustantivos como, por ejemplo, amigues. Y de ser así, ¿cómo se quedaría estudiante?
Antes de que la situación se torne en una torre de Babel, y teniendo en cuenta que la función del lenguaje es que las personas que lo comparten se entiendan, se acudió a los expertos. Cleóbulo Sabogal, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, dice que los idiomas son entes vivos y cambiantes. De hecho, el español ha aceptado, a lo largo de sus 12 siglos de historia, palabras nuevas cuando su uso se vuelve normal. ¿Sabía usted que es válido decir guasapear, escribir un tuit y hacer clic?
La mayoría de estas nuevas palabras se dan por influencia de otros idiomas, en este caso el inglés. Igualmente, se ha permitido la inclusión de palabras nuevas por parte de filósofos y escritores. “Por ejemplo, Adela Cortina acuñó la palabra aporofobia, que significa aversión a los pobres. Ella tomó dos elementos griegos porque más que xenofobia con los inmigrantes, lo que se ha producido es una aversión a los pobres”, dice Sabogal. Ortega y Gasset, quien acuñó la palabra vivencia, es otro ejemplo.
“Pero son salvedades –agrega–. La mayoría de las nuevas palabras entra por influjo de otras lenguas y si se generalizan entran en el diccionario, pero no cualquiera puede acuñar una palabra y volverla común”. En el caso de la e para incluir a los binarios, la Real Academia de la Lengua descartó su incorporación porque “es ajeno al sistema morfológico del español, además de ser innecesario, pues el masculino gramatical funciona como término inclusivo en referencia a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos”.
Fernando Ávila, columnista y autor de varios libros sobre el uso del lenguaje, dice que es posible que este movimiento logre popularizar el uso de elles y todes en 50 o 100 años, pero por ahora no está permitido que en el lenguaje académico y en textos serios se adopten estos cambios. Hacerlo puede llevar a confusiones, y para demostrarlo usa el ejemplo de un estudiante binario que quiso que en su diploma se dijera “maestre” en lugar de maestro. La petición fue concedida. Pero maestre es una palabra antigua y en desuso para designar a un capitán de un barco. “Así que mientras todos en su curso se graduaron de maestros y maestras, él se graduó de capitán”, dice Ávila.
“Ciertas cosas pueden quedar en el futuro, pero yo no creo que esta prospere”, dice. Muchas palabras han entrado al idioma para hacerlo más inclusivo. Recuerda hipopótama y rinoceronta, que son de género epiceno (que designa a individuos de ambos sexos), “pero hay cosas que están fuera de lugar. Ya existen ellos y ellas y no se necesita más”, asegura. Lo mismo sucede con “todos”, que es un masculino, pero su significado es universal y, por lo tanto, se entiende que en él están incluidas las personas en su totalidad.
“No existe lo que no se nombra”, es el mantra de algunas feministas que abogan por estos cambios. Pero los expertos difieren. En su libro Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, Álex Grijelmo señala que el genérico fue primero y el femenino se inventó después, lo que generó una visión de aquel como masculino.
“En los textos castellanos más antiguos, señor valía para ambos sexos (…), pero cuando apareció el femenino señora, la voz señor se convirtió en masculino sin dejar de ser genérica para el plural”. Sabogal enfatiza que la Academia no se opone al desdoblamiento, es decir, a mencionar a las señoras y los señores, pero dice que si se hace en todo un discurso podría volverse monótono.
“Javier Marías escribió que es posible que alguien en un arranque de euforia empiece así, pero después se le olvida y usa el masculino plural porque esa es la norma del idioma. Qué tal ‘Buenas noches, señoras y señores, sean todas y todos bienvenidas y bienvenidos. Queremos que ustedes estén contentas y contentos para que de aquí salgan satisfechos y satisfechas’.
Eso sería muy cansón. Son saludos de cortesía, pero si se aplican sin control generan monstruos discursivos”. Además, dice que no por decir ‘víctimo’ y víctima se acaban las desigualdades. Lo mismo opina Grijelmo, quien dice que para analizar las decisiones y propuestas sobre este morfema en el plural genérico habría que saber primero qué se pretende con ello.
“Si se trata de denunciar las desigualdades y el machismo, la campaña de comunicación me parece magnífica. Si se trata de modificar el idioma de una forma unilateral, desde arriba, desde el poder o las élites sociales, dudo que casi 600 millones de personas vayan a seguir esas directrices de un día para otro. Sería un proceso muy lento, que llevaría siglos”.
Para él, el primer paso para llegar a un acuerdo sobre el lenguaje igualitario debe consistir en “mirar el idioma español sin prejuicios como expresión cultural, como un amigo íntimo dispuesto a ayudarnos y no como enemigo que nos oprime”. Algo parecido dice la filóloga feminista Eulàlia Lledó, para quien la lengua es “totalmente inocente de cualquier cerco ideológico, se mire como se mire”.
En otro artículo de 2020, la Academia dice que estas manifestaciones del llamado sexismo lingüístico no pueden imponerse al resto de la sociedad. “La discriminación no se consigue machando el idioma, sino cambiando la sociedad”, dice Sabogal. Lo mismo piensa la filóloga española Victoria Marrero. “Mientras se da esta batalla no se dan otras reales como la de la brecha salarial o el techo de cristal. Es una maniobra de distracción”.