Medioambiente
Orgullo colombiano: así fue como el amor por los frailejones llevó a este biólogo a dirigir el Jardín Botánico de Nueva York
Mauricio Diazgranados es el primer latinoamericano en convertirse en director científico del Jardín Botánico de Nueva York.
Mauricio Diazgranados recuerda bien el origen de todo. Fascinado por los frailejones y su inmenso aporte a los ecosistemas en Colombia, al ser verdaderas fábricas de agua, un día, siendo aún un adolescente, decidió conocerlos de cerca. Partió de su natal Bogotá a un parque natural ubicado a pocas horas y se internó en los páramos, hábitat natural de estas plantas de gran tamaño y gruesos tallos.
Lo que sucedió después de tres días desafiando el frío intenso, hoy le arranca risas: acabó hambriento, empapado hasta el alma y rescatado por un grupo de campesinos que vivían en la zona.
A pocos de quienes lo conocen les sorprendió entonces que, muchísimos años más tarde, este científico terminara dirigiendo uno de los jardines botánicos más emblemáticos y antiguos del mundo: el de Nueva York, en donde comenzó labores en junio pasado y que fue declarado hito histórico natural de Estados Unidos desde los años sesenta.
Es que Diazgranados, que siempre viste de traje, ha sido un nerd orgulloso. Su nombre ha estado detrás de grandes proyectos de investigación en países tropicales en desarrollo, los cuales se han centrado en el estudio de plantas utilizadas, desatendidas e infrautilizadas. En su carrera como biólogo, le ha interesado explorar sus principales amenazas y su estado de conservación. Incluso, su uso sostenible. Y, sobre todo, lo desvela la manera en que el cambio climático, que parece marchar imparable, ha afectado a las plantas y a los servicios ecosistémicos del planeta.
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Esa ha sido una obsesión que no ha abandonado este biólogo, ni siquiera cuando ha ocupado importantes puestos de investigación en Estados Unidos, en Colombia y en Inglaterra, antes de llegar como director científico, a sus 48 años, a este jardín botánico que se extiende a lo largo de un kilómetro en el corazón del Bronx.
Es el primer latinoamericano en alcanzar este logro. El reto que tiene enfrente es fascinante, pues pocos saben que el Jardín Botánico de Nueva York, desde su fundación hace más de un siglo, en 1891, se ha ocupado de investigar los ecosistemas y hábitats de las Américas. Un tema en el que Diazgranados es un verdadero experto.
Por ello, aunque muchos de sus botánicos, estudiantes de posgrado y profesores visitantes proceden de América Latina y del Caribe, el nombramiento de este colombiano tiene una connotación histórica: se trata de la primera vez que su director científico es de la misma región de la que provienen gran parte de sus colecciones.
Es un espacio natural que, más allá de ser una atracción turística conocida por la belleza de sus jardines, representa una oportunidad en muchos sentidos para un científico de sus quilates, es lo más cercano al paraíso: en este jardín botánico, los investigadores tienen a su alcance vastas colecciones de resinas, semillas y plantas conservadas en licor o en polvo de sílice, junto a valiosos bancos de muestras de ADN y sustancias químicas vegetales.
Solo en su herbario se conservan casi ocho millones de especies, entre ellas las hojas de frailejones que Diazgranados recogió cuando era un joven investigador. Una colección que no para de alimentarse: cada año llegan unas 40.000 especies más, provenientes de científicos que hacen tareas de campo o de otras instituciones.
Más que investigar, ayudar
A Diazgranados saberse cerca de todos esos tesoros científicos lo hace feliz: “Este es un lugar que permite desarrollar trabajos desde varios ángulos muy interesantes. Desde la comprensión de la evolución de los frutos y las semillas y la adaptación de las plantas a los hábitats marginales, hasta las posibles consecuencias del cambio climático, pasando por la diversificación en los neotrópicos”.
Hoy, su experiencia lo lleva a entender, sin embargo, que la ciencia no tiene como misión solo “investigar y entender la naturaleza, sino también ayudarnos a proteger el planeta y mejorar nuestra calidad de vida”, dice el científico colombiano.
Su meta en este lugar entonces es averiguar cómo es que el Jardín Botánico de Nueva York puede responder mejor a esos retos. “Ha llegado el momento de que instituciones como el Jardín Botánico de Nueva York empiecen a aportar soluciones al mundo”, dice. Y reflexiona enseguida sobre el desafío que representa que en espacios como este tengan lugar investigaciones sobre temas tan inquietantes como la seguridad alimentaria, la calidad del aire y la salud.
Sabe, en todo caso, que no será fácil. Él es un director que también ha conocido de cerca el lado más amargo de la investigación científica de los países en desarrollo: las limitaciones en materia de presupuestos de centros de investigación latinoamericanos, enfrentados a la misión de sacar adelante, con más pasión que dinero, sus valiosos estudios sobre ecosistemas tropicales amenazados, como los páramos y las selvas tropicales.
Pero esa, reconocen sus colegas, es su mayor fortaleza como científico. Y, como la terquedad la convirtió en una virtud, diez años atrás, cuando dirigía el Jardín Botánico de Bogotá, se dio a la tarea de impulsar la construcción de un sueño que parecía una locura: un nuevo herbario y el invernadero más grande de América.
Tiempo después, se marchó a Londres y allá también dejó huella. En el Real Jardín Botánico de Kew creó un programa para Colombia, aprovechando un histórico acuerdo de paz que amplió las posibilidades de las expediciones biológicas, el ecoturismo y el desarrollo de productos vegetales. Lideró un proyecto llamado “Plantas y Hongos Útiles de Colombia”, desarrollado en forma conjunta con el Instituto Humboldt de ese país.
Y publicó una lista mundial de plantas útiles, una base de datos prácticamente ilimitada en la que se pueden buscar especies que suministran alimentos, medicinas, fibras y combustibles, o que ayudan a mitigar los efectos del cambio climático.
“Mi investigación desarrolla enfoques de diversidad de plantas y hongos para apoyar a las comunidades en lugares y economías donde los problemas de nutrición, ingresos y biodiversidad son de suma importancia”, dice Diazgranados.
El mismo que dejó huella como docente, dando clases de botánica y biología en la Universidad Javeriana, en la Universidad de Saint Louis y en Kew Gardens; que además ha publicado 89 artículos y libros y unas 88 evaluaciones de riesgo de extinción para plantas. Una trayectoria que le ha hecho merecedor de unos 11 premios, incluyendo un summa cumlaude de licenciatura, mejor estudiante de licenciatura, mejor estudiante de doctorado, mejor trabajo en los VI Congresos Colombianos de Botánica (2011) y mejor trabajo de doctorado en sistemática (George R. Cooley Award) en la Botanical Society of America.