Perfil
La increíble historia del colombiano que recorre el mundo con el Circo del Sol
Carlos Solanilla es el único colombiano de Bazzar, el show que trajo de nuevo al Circo del Sol al país. Su particular oficio consiste en supervisar que toda la magia vivida en las alturas ocurra sin peligro alguno.
Carlos Solanilla vive con la mirada puesta en las alturas. Ha sido así durante los últimos 20 años desde el día que comenzó en un oficio extraño y que a muchos causaría vértigo: supervisar que los artistas del mítico Circo del Sol cuenten con la seguridad necesaria mientras realizan sus acrobacias a varios metros del suelo, y el público, emocionado, los aplaude.
Entre frase y frase, aún se le cuelan algunas expresiones del caleño de barrio popular que emigró de Colombia a los 9 años buscando tiempos mejores, lejos de la violencia que desangraba al país tres décadas atrás.
Era 1992 y Carlos, hijo único, llegó a Madrid con sus padres para echar raíces en otro rincón del mundo, como ya lo habían hecho varios tíos y primos. “En esa época era muy común que las familias salieran del país en medio de la guerra, así empezó mi historia en Europa. Otros de mi familia se fueron para Estados Unidos y Centroamérica”, se le escucha decir a Solanilla, a sus 38 años.
Lo cuenta mientras, a sus espaldas, un ejército de artistas y personal técnico ensayan a toda marcha para que la función inaugural de Bazzar –el espectáculo que trajo de regreso a Colombia al Circo del Sol después de tres años– maraville a los 2.700 espectadores que hace varios días agotaron las boletas.
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Solanilla, único colombiano que forma parte de Bazzar, narra la historia de su vida a pocos pasos de la enorme carpa instalada sobre la calle 63, al occidente de Bogotá. Y los recuerdos lo devuelven al momento en que todo cambió: tenía 18 años, estudiaba para ser cineasta y se ganaba la vida trabajando en espectáculos musicales como técnico de luces y de iluminación.
Lo hacía en los veranos. “Apoyaba conciertos de pop, de rock. Era útil para aprender de iluminación, algo muy importante en el cine. Y como, además, hacía escalada en montaña, en poco tiempo me convertí en rigger. Cuando se rompía una lámpara o alguna cosa en altura, era yo quien me subía con mi arnés para arreglar los focos y todo lo que se necesitara”, cuenta el caleño.
Era una labor que hacía en las grandes ligas. Trabajó durante cuatro años en España como técnico en espectáculos de artistas como Miguel Bosé, Alejandro Sanz y Raphael, así como en festivales de música y eventos como los premios de Los 40 Principales, muy populares en ese país.
Así, el aspirante a cineasta terminó irremediablemente dándole paso al especialista en rigging, labor que Carlos describe con palabras fáciles, pero que es más compleja de lo que parece: “Supervisar las instalaciones de altura, las instalaciones acrobáticas. Mi tarea en el circo es la seguridad en altura de todos los artistas, todas las estructuras, desde la carpa hasta el escenario en sí. Todo está bajo mi responsabilidad”.
Al Circo del Sol llegó precisamente escoltado por la enorme experiencia que, a pesar de su juventud, fue acumulando en shows musicales. Sucedió en 2008 cuando el circo había aterrizado en España con su espectáculo Varekai y necesitaban un técnico de apoyo para trabajar algunos días.
No fue un contrato directo, dice. “Lo hicieron a través de otra empresa en la que estaba, pero tuve suerte y me siguieron llamando para más espectáculos por toda Europa con Varekai hasta que llegamos a Rusia”.
Y no pasó mucho tiempo antes de que lo invitaran a trabajar con Corteo, otro show, que para ese momento estaba en Japón. “Allí duré casi cinco años y visité por primera vez Colombia, ya como integrante del circo, en 2015”.
En todo ese tiempo, narra Solanilla, aprendió cada secreto de su particular oficio: sabe bien que todo detalle cuenta, hasta el más pequeño de los tornillos. “Mi tarea puede parecer invisible a los ojos de los espectadores, pero es superimportante, pues se trata de producciones de mucha inversión. Entonces, una empresa como el Circo del Sol no se puede permitir un accidente o que las estructuras colapsen porque se acaba todo”.
Y relata enseguida que esa ha sido la historia de varias compañías, “que han cerrado por culpa de los accidentes. En el mundo del circo siempre se habla de los Ringling Brothers, el circo más grande y el que más tiempo duró; era norteamericano y permaneció más de 100 años, pero tuvo que cerrar hace unos seis por un par de accidentes graves. En uno de ellos se les escaparon los elefantes en la ciudad donde se encontraban. Y, después, sucedió una caída de siete artistas que estaban en una estructura haciendo suspensión capilar. ¡Todo porque el rigger no hizo bien su trabajo! La estructura colapsó. Dos de ellos quedaron con secuelas físicas de por vida”.
En el caso del Circo del Sol, en el que se desempeña como jefe del equipo de rigging, diariamente Carlos Solanilla se encarga de verificar que todas las instalaciones estén ubicadas y ajustadas de forma correcta. “Cada semana se hace una inspección, se mira hasta el último tornillo en la instalación, apoyados de otros equipos técnicos en Montreal, donde están las oficinas principales del circo”.
Es una labor que narra orgulloso, pues para un latino no es fácil llegar hasta el Circo del Sol. “Es una compañía canadiense; tiene muchos trabajadores de allá y también algunos estadounidenses y europeos. Para los latinos es más complicado por su ubicación geográfica y porque todo se maneja en inglés y francés”, cuenta el caleño, quien además de estos idiomas habla portugués.
Ya completa 13 años recorriendo medio mundo con el que es considerado el circo más famoso del planeta. En todo ese tiempo, ha sobrevivido a la soledad de estar lejos de su esposa y de sus dos hijos –que viven en Madrid– hasta dos y tres meses seguidos, al tedio de los viajes de avión permanentes, a empacar y desempacar maletas, y a las frías habitaciones de hotel.
También a la pandemia: “Antes de eso, éramos unos 5.000 trabajadores, ahora somos un poco más de 2.000”, asegura con tristeza.
Y aunque el cineasta “se quedó ahí escondido”, confiesa que no cambiaría la vida entre trapecios, trajes coloridos y luces de estas últimas dos décadas. “Cuando tienes 20 años es más fácil, pero cuando llegan los hijos y la familia crece se vuelve más complicado, pero ha valido la pena. La vida de circo tiene sacrificios, pero a cambio te da una familia de gente maravillosa, te pone frente a artistas que son únicos en el mundo”.
Lo dice y sabe que en Colombia –donde Bazzar tendrá 450 funciones hasta finales de abril– él juega de local. “Me preguntan qué comer, a dónde salir, qué bailar en Colombia. Y, cuando me dejan poner la música en las fiestas, pongo salsa, cumbias, vallenato. Esa es la magia de un circo detrás de escena: aprender de gente de 27 nacionalidades distintas. Esa riqueza cultural no se vive en ningún otro trabajo”.