Realeza
La princesa africana que brilló en la corte de la reina Victoria
A propósito de raza y monarquía, una historia excepcional es la de Sarah Forbes Bonetta, a quien la reina de Inglaterra liberó de la esclavitud, educó como una dama y acogió en sus palacios.
Victoria no solo era la monarca del Reino Unido sino de un imperio donde no se ponía el sol e incluía a varios países de África.
La tatarabuela de la actual reina Isabel tenía una pasión por las lenguas y costumbres de las colonias, en las cuales prohibió la trata de esclavos y fue una gran promotora del movimiento abolicionista en el ámbito internacional.
En 1851, uno de sus capitanes, Frederick E. Forbes, regresó de África con una niña quien, a pesar sus cortos ocho años, ya había vivido toda una tragedia.
Era la princesa Aina, de la tribu Egbado del pueblo yoruba, en la actual Nigeria, y había resultado prisionera del rey Ghezo de Dahomey durante una guerra, luego de perder a sus padres.
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Al llegar a Dahomey como emisario del gobierno de Inglaterra, Forbes descubrió lo que había pasado con Aina y que corría peligro de ser sacrificada en un ritual. Entonces, convenció a Ghezo de dársela como regalo para la reina Victoria. “Será un presente del rey de los negros para la reina de los blancos”, le dijo.
El capitán la bautizó Sarah, le dio su apellido y le agregó Bonetta, que era el nombre de su barco, en el cual regresó a Inglaterra.
Apenas, la conoció, Victoria quedó encantada con la niña porque era muy inteligente y en su calidad de madrina se encargó de protegerla y educarla.
En principio, Sarah estuvo bajo el cuidado de la Church Missionary Society, pero problemas de salud obligaron a que regresara a África, específicamente a Freetown, Sierra Leona, donde la reina la matriculó en la Female Institution.
Cuando cumplió doce años, Victoria mandó a buscarla de nuevo a Inglaterra y se la encargó a la familia Scheon, en Gillingham.
La reina le asignó una cantidad de dinero para su manutención y sus cuidados se vieron muy bien recompensados.
Sarah, decía Victoria, tenía porte real, y eso le encantaba, pero además la admiraba por sus talentos para la música, el arte y la literatura. Su excelente desempeño académico le valió la fama de genio en la corte de la monarca, quien la invitaba a pasar vacaciones en el castillo de Windsor.
Una muestra de ese afecto fue un brazalete grabado que le obsequió y que al parecer luce en una foto de 1856 en la que posó ataviada con una joven inglesa.
En 1862 figuró entre los invitados a la boda de la princesa Alice, una de las hijas de Victoria y madre de Alexandra, la última zarina de Rusia.
A pesar de vivir en la élite y ser educada como una lady, Sarah no era del todo dueña de su destino. Cuando cumplió 18 años, fue pedida en matrimonio por el capitán James Pinson Labulo Davies, de Sierra Leona y de origen yoruba como ella.
Él había sido liberado por los abolicionistas ingleses de Victoria y cuando se retiró de la armada se convirtió en un próspero hombre de negocios.
El dinero, justamente, fue la razón que muchos le dieron a Sara para que aceptara casarse con él a pesar de que no lo quería. “¿Tengo que canjear la paz de mi mente por dinero? ¡Eso nunca!”, le escribió a la señora Schoen, a quien llamaba “mamá”.
La reina le ordenó casarse con Davies y le organizó una boda que además de toda la galantería digna de la época, fue una ejemplar muestra de concordia entre razas, a juzgar por la corte nupcial, formada por 16 parejas de caballeros blancos y damas negras.
Luego del casamiento en Brighton, la pareja se radicó en Lagos, Nigeria, donde Davies se convirtió en miembro del Consejo Legislativo.
En 1867, Sarah visitó a la reina Victoria con su hija mayor, a quien bautizó en su nombre. La monarca también se convirtió en madrina de la niña y le asignó una pensión de 43 libras anuales, unos 70.000 dólares de hoy.
Sarah tuvo otras dos hijas con su esposo y todos ellos se contaban entre los pocos a quienes Victoria les expidió un salvo conducto para dejar el país en caso de invasión o guerra.
La singular africana murió de tuberculosis en 1880, cuando su hija mayor se encontraba estudiando en Inglaterra también protegida por la reina, quien escribió en su diario: “Hoy vi a la pobre Victoria, mi ahijada negra, quien supo esta mañana de la muerte de su querida madre”.
Victoria también estaba muy orgullosa de lo talentosa que era la hija de Sarah. Así, cuando supo que la joven había pasado su examen de música, decretó un día de vacaciones para profesores y alumnos en el colegio en que estudiaba.
Lo que hizo la reina por esta familia afrodescendiente es visto hoy por muchos como una muestra más del colonialismo y el deseo de difundir los valores cristianos más allá de Europa.
No obstante, en plena era de lucha antiesclavista en Estados Unidos, su gesto también significó un poderoso manifiesto de tolerancia, que ahora no le viene nada mal recordar a la casa real, luego de las acusaciones de racismo por parte del príncipe Harry y su esposa Meghan.