Vejez

La vejez: ¿una enfermedad? Un profesor de Harvard dice que sí

Según el doctor David Sinclair, los países ven este fenómeno como algo natural, pero si lo trataran como un mal, desarrollarían terapias y medicamentos para alargar la juventud, que es la etapa más vital de la vida humana.

23 de febrero de 2021
El termino utilizado es indemnización sustitutiva de la pensión de vejez, que representa la devolución de los aportes que ha realizado una persona durante toda su vida laboral. | Foto: Corbis

Ningún país en el mundo ni ninguna aseguradora tienen el envejecimiento tipificado como un tipo de enfermedad, algo que para el profesor de genética de Harvard, David Sinclair, es problemático, pues considera que lo es. Al fin y al cabo, la vejez es un mal que acaba con el 90 % de la población.

En su libro “Alarga tu esperanza de vida”, Sinclair señala que la inversión de los países más ricos del mundo en investigaciones relacionadas con el envejecimiento es prácticamente nula. Tampoco hay organismos de financiación pública a nivel internacional que clasifiquen la vejez como una enfermedad cuando todos o la mayoría de las personas, con suerte, alcanzan a llegar a esa etapa.

“La vejez es una enfermedad (...) Y no solo eso: es la madre de todas las enfermedades y todos la sufrimos”, señala en su libro este profesor que fue escogido por la revista Time como una de las personas más influyentes del mundo. Para el experto, esto no debería ser así, y cree que alguien podría tomar la iniciativa de buscar una extensión de la juventud, en vez de esperar la llegada de una muerte “lenta y dolorosa”.

Paciencia: especialmente con el dinero, es vital. Muchas de las personas quieren obtener ganancias rápidas, de un momento a otro e invirtiendo poco dinero. Pero solo el tiempo le enseña que aquello que se hace con dedicación y esfuerzo le entrega verdaderos frutos, ya sea con un negocio propio o invirtiendo en lo que realmente conoce.

Para él, todo esto está relacionado con la concepción de que es una parte inevitable de la vida y no una patología que podría evitarse.

Sin embargo, sería posible acelerar la innovación para encontrar y desarrollar medicamentos y tecnologías que tengan la capacidad de prolongar la salud y demorar más los achaques que llegan con la vejez. Pero para que esto suceda, reitera, es fundamental que se catalogue la vejez como enfermedad. Así, los laboratorios especializados en desarrollar terapias para tratar, detener y curar el envejecimiento, como el que él fundó, se volverán algo común.

Según Sinclair, el país que dé el primer paso para nombrar la vejez como una patología, cambiará el curso de la historia que el mundo está siguiendo, y con ello logrará un beneficio de su población, lo cual generará, de alguna manera, un eco en el resto del mundo, pues otros seguirán sus pasos.

Incluso, prevé que una decisión semejante generaría nuevos trabajos y que los científicos y empresas querrán irse a vivir a dicho país. Además, habría prosperidad industrial y la inversión pública nacional recibiría un retorno significativo de la inversión. “Y los dueños de las patentes, tanto universidades como las empresas, no sabrán qué hacer con tanto dinero”, señala.

De hecho, cuenta que Australia se encuentra liderando la carrera para que el envejecimiento sea clasificado como una enfermedad. En ese país es más sencillo desarrollar un fármaco para el envejecimiento que en Estados Unidos, en donde hay que tener pruebas de que estos curan o mejoran la enfermedad. Mientras tanto, en el caso australiano “es posible que reciba aprobación para influir, inhibir o modificar un proceso fisiológico en las personas”.

Según el estudio, la clave está en mantenerse alejado del sofá.

Con todo, Estados Unidos y Singapur también están considerando dar el paso para que la vejez sea considerada una patología y hoy adelantan los procesos para el cambio en la normatividad correspondiente.

El autor se pregunta cómo sería la vida si los adultos pudieran seguir jugando, como niños, durante años, o qué pasaría si la angustia de los 20 no llegara nunca, ante la certeza de que la juventud no sería tan efímera. O qué sucedería si a los 30 o 40 años las personas no se sintieran adultas ni presionadas por el tiempo ni el paso de los años, que inevitablemente los acercan a la temida vejez.