EDUCACIÓN
Qué hacer con la ‘copialina’ digital
Los maestros están preocupados por las trampas que pueden hacer los estudiantes gracias a las nuevas tecnologías.
Con tan solo escribir en Google, “cómo hacer tram-pa en un examen”, al sonido de un clic aparecen cerca de 2,5 millones de resultados. Al cambiarlo al inglés con la frase “ways to cheat on a test”, la cifra aumenta a más de 101 millones. La cantidad va mutando según el idioma: portugués, 16 millones; francés, 3 millones; japonés, 17 millones, y así sucesivamente. Esa búsqueda bastante sencilla y básica arroja un panorama general de lo que significa el fenómeno de la copia y el plagio estudiantil en el siglo XXI.
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Al entrar en la mayoría de las páginas, el contenido parece casi calcado: “Ya sea que no estés preparado, que sientas pereza o que no puedas pasar el examen por algún otro motivo, tal vez sientas ganas de hacer trampa como estrategia para pasar. Aquí te damos algunos consejos que te ayudarán a cumplir ese objetivo”, dice el preámbulo del texto. A continuación, el bloguero o experto del fraude ofrece a los jóvenes una larga lista de métodos o artefactos que le ayudarán a lograr “la calificación perfecta” sin mucho esfuerzo.
De acuerdo con el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación Superior (Icfes) el fraude académico es uno de los fenómenos más recurrentes en ambientes educativos.
Enseñan desde los métodos arcaicos como escribir en la piel resúmenes escritos, mirar el examen más cercano y pasar las hojas de la prueba entre los compañeros; hasta los más innovadores y tecnológicos, como por ejemplo, comprar una calculadora científica con memoria e introducir todo el temario del examen. Sin embargo, hoy los métodos son muy sofisticados, e incluyen los más inesperados objetos, dignos de una película de James Bond: audífonos del tamaño de una lenteja, cámaras escondidas en las gafas o esferográficos de tinta invisible (Ver recuadro).
Lo más preocupante es que los estudiantes pueden comprar esos aparatos en tiendas online especializadas. Algunos, incluso, aparecen en plataformas comerciales como Amazon y eBay. Los precios varían desde 40 hasta 600 dólares, dependiendo de las características del artefacto y su avanzada tecnología.
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El fenómeno ha llegado a tal punto que los colegios e incluso los propios gobiernos han tenido que tomar medidas drásticas. Hace poco, los profesores descubrieron que un grupo de estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Rangsit en Tailandia usaban cámaras espías conectadas a relojes inteligentes para captar las preguntas del examen y pasarlas a terceros que les ayudaban por medio del mismo aparato. Como consecuencia, la facultad canceló el examen y el rector Arthit Ourairat publicó las fotos de la trampa en su página de Facebook para que sus colegas vieran el alcance de la problemática. Muy pronto la publicación se volvió viral.
Otro de los casos más recientes sucedió en Argelia. Hace dos meses, el gobierno decidió bloquear el acceso a internet durante cinco días para evitar que se repitiera el caso de 2016, cuando los estudiantes compartieron información, preguntas o respuestas de uno de los exámenes de educación más importantes a nivel nacional. Gracias a que un grupo se ingenió la manera de difundir las respuestas por la web, miles de alumnos superaron el examen fraudulentamente.
En Colombia el panorama no es muy diferente. De acuerdo con el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación Superior (Icfes) el fraude académico es uno de los fenómenos más recurrentes en ambientes educativos. Sobre todo mediante el celular, una de las causas más frecuentes de anulación en las Pruebas Saber Pro, el examen requerido a nivel nacional para graduarse del bachillerato. A esto se suma una investigación realizada por Laura de Zubiría, coordinadora académica del Instituto Merani, quien en su análisis sobre el fraude en colegios de Bogotá, encontró que aproximadamente tres de cada cinco estudiantes de grados séptimo, noveno y once habían cometido trampa en el año escolar.
De acuerdo con la experta, lo más común es que la trampa ocurra fuera del aula. Es decir, copiando información de internet e incluyendo a compañeros que no aportaron nada en trabajos colectivos. “Somos indiferentes frente a los actos delictivos que presenciamos y pocas veces favorecemos la regulación colectiva o denunciamos estas conductas”, agrega.
Aunque las trampas en los exámenes vienen de vieja data, los métodos evolucionan a la velocidad tecnológica. Las instituciones deberán ahora decidir qué dispositivos prohibir y cómo regularlos.
Corpovisionarios, en un estudio realizado en 2014, comprobó algo similar, pero en universitarios. Al entrevistar a 2.749 estudiantes de las universidades Nacional, Andes, Pedagógica Nacional, Tecnológica de Bolívar y Eafit de Medellín, los investigadores encontraron que ocho de cada diez alumnos pensaban que más del 50 por ciento de sus compañeros habían hecho trampa. Además, que seis de cada diez habían encargado las tareas o trabajos a terceros. Al preguntarles por la justificación, respondieron mayoritariamente que la academia promovía más la nota que el aprendizaje.
Javier Cajiao, coordinador del Colegio Unidad Pedagógica de Bogotá, una de las pocas instituciones en las que el mecanismo de evaluación no se basa en exámenes, asegura que la razón por la que un estudiante copia se resume básicamente en una palabra: necesidad. “En la medida en que está metido en un sistema donde los resultados determinan su éxito o fracaso, se vuelve un mecanismo de supervivencia. El estudiante termina trabajando no para aprender ni disfrutar, sino para pasar”, asegura.
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Con él coincide De Zubiría, quien agrega que aunque el acceso a la información y a internet podrían aumentar el fenómeno de la copia y el plagio, la tecnología no es el problema de fondo. “El acceso a la información puede aumentar el fraude cuando las preguntas de los exámenes o trabajos se resuelven con información particular. Pero si la evaluación escolar pusiera a los estudiantes a debatir y argumentar, no habría problema en consultar apuntes o internet como insumo para analizar”, dice.
Aunque para los expertos el maestro debe generar estrategias para que la copia pierda sentido, para otros, desafortunadamente, el panorama empeorará cuando dispositivos como los smartglasses bajen de precio y se conviertan en accesorios accesibles para los jóvenes más intrépidos. Aunque las trampas en los exámenes vienen de vieja data, los métodos evolucionan a la velocidad tecnológica. Las instituciones deberán ahora decidir qué dispositivos prohibir y cómo regularlos.
LA TRAMPA 2.0
Estos son los artefactos que algunos alumnos usan para copiar.
Celular: Es el método más frecuente para la copia. Los jóvenes lo usan para guardar textos completos en la memoria. También para enviar mensajes de texto con las preguntas o las respuestas de los exámenes, buscar las respuestas en internet o utilizar la cámara para hacer fotos de la evaluación y luego difundirla.
Relojes inteligentes: la peor pesadilla de los docentes. Brindan un fácil acceso a internet, a textos e imágenes almacenadas, traducción de idiomas y cálculos matemáticos. En páginas de internet como Amazon y otras especializadas aparecen como reloj SOS o reloj examen. Tienen capacidad para cuatro gigabits y con solo presionar un botón de emergencia, el aparato asume la imagen de un reloj digital normal.
Esferográfico de tinta invisible: permite escribir mensajes solo legibles con luz ultravioleta o con la ayuda de un segundo bolígrafo descifrador. Los estudiantes copian alguna información en la mesa o en un papel en blanco y usan la luz para leerlo durante el examen. No cuesta más de 5.000 pesos y se consigue en cualquier papelería.
Gafas espías: son compatibles con cualquier teléfono móvil e incluyen la opción de Bluetooth. Usualmente tienen cámaras por medio de las cuales el alumno transmite la imagen del examen a un tercero y por medio de un audífono el estudiante recibe las respuestas. En internet, el precio del artilugio está en 900.000 pesos.
Reproductores de música: la técnica consiste en grabar los contenidos de estudio y reproducirlos durante el examen por medio de dispositivos de mp3 como el iPod.
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Auriculares: consiste en utilizar el teléfono con unos auriculares ocultos bajo la ropa y el pelo. Versiones más sofisticadas incluyen audífonos inalámbricos o discretos como el ePinganillo Tiny, un audífono del tamaño de una lenteja que se introduce en el oído. Para extraerlo hay que usar un imán. La tecnología puede costar unos 800.000 pesos.