Testimonio
Laura García confiesa su vida en nuevo libro
La actriz, directora, productora y profesora contó su vida en un libro. Como en cualquier relato autobiográfico, habla de su niñez, de sus amantes, de la maternidad y de las decisiones que la marcaron.
¿Qué es la vida? La pregunta es para Laura García, la actriz de teatro y de televisión, la productora, la madre, la abuela, que ahora se embarcó en el reto de ser escritora.
Para responder, toma en las manos el libro que tiene su cara como portada. “En este momento es este libro”, enfatiza. “Cuando lo tuve entre las manos me di cuenta de que todo lo que he vivido está aquí. En este momento, este libro es mi vida”.
Son 329 páginas de historias, recuerdos, ideas, sentimientos que se juntan bajo el título Sin verlo venir (Planeta). Porque así como en el teatro pasaban cosas que ella no podía anticipar, su vida está también marcada por situaciones que llegaron de manera inesperada.
“No las vi venir”, dice. La partida abrupta de su padre cuando ella era una niña, algo que le dejó una marca de agua permanente y, cómo no, el embarazo de un hijo de su relación con Número Uno, que llevó en el vientre antes de conocer su cédula.
Lo más leído
Del primer episodio dice que fue catastrófico, “porque en aquella época no explicaban; simplemente se daba el hecho. ‘Mi amor me voy, cuida a tu madre’, eso es un apocalipsis en la vida de uno porque cesan el calor, la presencia, las caricias y salen las enfermedades. Yo mojé la cama durante dos años por la partida de mi padre”.
Y de lo segundo se refiere a una maternidad interrumpida. Ella viajó a Europa, donde vivía el padre de ese hijo, para darlo en adopción. “Yo era muy joven, desconocía el mundo, tenía 17 años y cuando quedo embarazada, tomo esa decisión”.
No es un secreto, aclara. Y si no cuenta más es porque quiere que lean la historia en su libro, donde “está explicada de una forma más bella”. Esa obra fue tomando forma en los años más duros de la pandemia. Aunque no se ciñe a la cronología, Laura decide en el capítulo tres no darle vueltas al asunto y contar su melodrama. Lo hace con la mente enfocada en el recuerdo de la casa cuatro de la rue Longue Haie, donde avanzó la preñez de su hijo que entregó en adopción y al que no le pensó nombre porque “sabía que no le correspondía a ella hacerlo”.
A ese hogar iban mujeres de distintas partes del mundo. “Llegaban, hacían lo que tenían que hacer, descargaban lo que tenían que descargar y se decían adiós. Y eso fue lo que sucedió. En mayo de ese año. Ella dijo adiós, tomó el tren y salió de Bélgica hacia Suiza, donde la esperaba Número Uno, con su interior vaciado y su alma sin estar ya en vilo”.
Hay Número Uno, Número Dos, Número Tres y hasta Número 17. Porque el amor es un hilo que teje su existencia en este maravilloso relato. “Es lo que nos salva”, dice. La numeración no es para despreciarlos, sino para hacer el asunto más práctico. Todos fueron amores que definieron su concepto grande del amor. “Algunas veces el amor fue la luz y en otras la perdición (risas)”, fueron varios, sí, y por eso el amor ha sido determinante en su historia. “En muchas ocasiones, he cambiado mi vida por el amor hacia un hombre, por ejemplo, he dejado a un hombre por este otro que se presenta, he viajado y vivido en otro país por un hombre al cual yo amo. A los amores y al amor les he hecho muchas concesiones en la vida”.
Pero hay más amores. El del hijo que sí retuvo y que le dio la oportunidad de vivir la maternidad al ciento por ciento. Fue una experiencia única. “Concebir un hijo o hija, darle a luz, enseñarle y cuidarle y luego que sean ellos los que le enseñen a uno cosas de la vida”. Otros amores que no tienen número es el teatro, a donde llegó por la influencia de su madre, a la biblioteca de su casa y hasta por la nana bilingüe que le contaba historias en su infancia. “Los actores y actrices somos como niños porque siempre estamos jugando a ser otro distinto, peor o mejor que uno”. Tal vez por eso responde que todos los papeles le han gustado, sin preferencias. “Aun con los fallidos, he aprendido”.
Y no es sorpresa que en las tablas haya tenido su máxima satisfacción. Recuerda el estreno del monólogo Diatriba de amor contraun hombre sentado en la cárcel del Buen Pastor, ante 70 reclusas que celebraban el Día de la Mujer. “Comencé esta, que es la cantaleta de una mujer rica del Caribe a su marido, y las reclusas decían ‘uy sí, mamita, cómo sufre’, y yo pensaba qué va a pasar aquí, y pasó una cosa extraordinaria y es que a medida que avanzó la obra ellas se quedaron en silencio y al final se escuchó un aplauso maravilloso”.
Ella dice que una historia extraordinaria, sea cual sea, siempre penetra a un público. Y eso sucede con su vida. Relata que dos de sus hermanos murieron en años diferentes, pero a la misma edad. Por causas distintas. “Uno tuvo un accidente, un golpe fuerte en la cabeza, en una finca en Minca, Sierra Nevada. Bajó a Santa Martay por cosas de los países del tercer mundo, el único neurocirujano que existía en Santa Marta en el año 1987 estaba de vacaciones y no había dejado un reemplazo. Y al otro lo mataron aquí en Bogotá y tampoco se supo quién lo hizo ni por qué”. Las partidas tempranas de sus dos hermanos, algo que nunca vio venir, fueron dos momentos en los que llegó el dolor y se le “instaló como un bisturí en el alma. Yo todavía los veo a ellos, los veo por la calle de espaldas y pienso que son ellos y no son, y los sigo viendo en sus amigos, o en la exmujer del primero que murió y que era mi gran amigo, que me seguía en todas mis ocurrencias y desaciertos y que estaba siempre para mí”.
De arrepentimientos no habla. Laura cree que es mejor embarrarla. Claro que tiene dudas de algunas decisiones que tomó. “Uno vive y muere con heridas. Pero el arrepentimiento es como un cáncer, un tumor, y uno no puede vivir con cáncer. Hay que vivir tranquilo y con la certeza de que si cometió errores, los cometió”. Era tanto lo vivido, eran tantos los personajes interpretados, que no le quedó otra cosa que escribir su propia historia. “Ya los personajes que uno ha hecho no le son suficientes. Uno quiere contar algo más personal y por eso escojo la autobiografía”. Fue motivada, en parte, por la idea de que, de pronto, algunos hechos de este recorrido suyo le podían interesar a alguien.
Su fascinante y sobrecogedor relato termina haciendo referencia a su primer hijo, que ya tiene nombre: Frédéric. Años después, ese hijo la buscó. “A ese hijo lo tenía entre pecho y espalda. Siempre lo había esperado y siempre le había hablado por dentro y le había lanzado mensajes que tal vez atravesaron el Atlántico e hicieron que él reuniera la evidencia y me sorprendiera. Y él vino y nos conocimos, y fue una epifanía”. Eso también está en el libro.