De cómo criamos depende la sociedad que gestamos. Foto: Pixabay | Foto: Pixabay

UNIVERSO CRIANZA

¡Los chicos no lloran! O: ¿Cómo estamos criando a los niños?

Mientras la crianza de las niñas se enfoca cada vez más en darles herramientas para que se empoderen y sepan que pueden ser lo que quieran ser, la de los niños sigue manteniendo sus estructuras conservadoras basadas en estereotipos de género. ¿Es hora de criar hijos feministas?

Carolina Vegas*
9 de marzo de 2018

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Un domingo cualquiera en uno de los restaurantes favoritos de mi hijo, que no es realmente un restaurante sino un emporio del entretenimiento infantil que sirve comida rápida, mientras ayudaba a Luca con un juego que implicaba que saltara como un conejo sobre una plataforma fui testigo de una escena escabrosa, pero muy común. Un padre de mi edad trataba de lidiar con el llanto de su hijo de, calculo, unos 3 o 4 años. Era claro que el niño quería decirle algo, pero no era capaz de encontrar la manera de hacerlo y su única salida fueron las lágrimas. El papá, muy frustrado por el comportamiento de su hijo, en lugar de buscar la forma de calmarlo o ayudarle a expresar lo que sea que quería decirle, prefirió empezar a gritarlo: “¡Deje de llorar como una niña!”. “¡Sea varón! ¡Las que lloran son las niñas!”. “¡Diga qué es lo que quiere, pero deje de berriar como una nena!”. Cada frase me atravesaba como un puñal. Quería taparle los oídos a Luca. Quería también salir corriendo y abrazar a ese niño desconocido, que quizás quedaría condicionado de por vida a creer que sus sentimientos no solo no son válidos, sino que van en contra de su hombría. No fui capaz de quedarme callada. “Señor, disculpe, ¿pero es que acaso ser una niña es algo malo?”. “No señora”, me contestó sorprendido. “¿Usted es consciente de lo que está haciéndole a su hijo al decirle eso?”, completé. Eso ya le pareció demasiado. Con mirada reprobatoria me tildó mentalmente de ‘feminazi metida’ (lo pude sentir) jaló a su hijo de la camiseta y se fue a otra esquina del lugar a seguir diciéndole sandeces a su heredero, me imagino.

La escena me rondó la cabeza durante varias semanas. En especial porque desde el momento en que supe que sería la madre de un varoncito sentí que mi gran responsabilidad sería criar a un hombre que jamás osara pensar o sentir que su sexo lo ponía en una situación de privilegio sobre otro, cualquier Otro.

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La famosa frase de Simone de Beauvoir “No se nace mujer, llega una a serlo”, ha marcado más de 50 años de búsqueda, análisis, teoría y debate acerca de lo que significa ser mujer. O para ser más actuales dentro de los estudios de género, qué significa ser mujeres. Hemos podido analizar, sopesar y entender las identidades femeninas para encontrar un lugar en un mundo que hasta hace muy, muy poco nos estaba negado. Un mundo en el que fuimos, y en muchos acasos aún somos, ciudadanas de segunda categoría. O el segundo sexo, como tituló Beauvoir su famoso texto, entendiendo que había un primer sexo: el masculino.

“Sin duda, las mujeres hemos recorrido un camino donde hemos cuestionado y transformado las maneras de ser mujeres y transitado desde el espacio privado al que se nos limitaba, hacia el espacio público donde hemos disputado el poder político y financiero”, me aclara Mónica Roa, abogada especializada en la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. “Este proceso está estancado porque los hombres no han hecho un tránsito paralelo donde reclamen su lugar en los espacios privados y no han asumido su parte en las labores de cuidado”. Y en gran medida, creo yo, los hombres no han hecho ese trabajo en paralelo, porque desde la crianza, desde lo que les estamos enseñando en los hogares, no les hemos dado la oportunidad de descubrir o de entender que también hay otras maneras de ser hombres, que no necesariamente se fundan en las bases de la fuerza, la agresividad y el poder como los valores principales.

La vulnerabilidad y la empatía fueron clasificados como bienes no masculinos, y por lo tanto los hombres no han logrado apropiarse de estos valores con tranquilidad, porque sienten que cuestionan su hombría. Pero es que al final del día, ¿qué significa ser hombres? ¿Cómo pueden los hombres expresar emociones diversas sin sentir que dejan de ser hombres? Creo que esta es una circunstancia marcada por la sociedad y un deber ser, que de ninguna manera corresponde a una predisposición biológica. Los bebés son cariñosos y requieren de cariño, apego, brazos, sin importar su sexo. Es luego, cuando están más grandes, que empezamos a marcar diferencias en la manera como tratamos a los niños y a las niñas. Todo muy marcado por ese mundo azul y rosa que divide en dos las secciones de juguetes, los cuartos, los útiles escolares y hasta los huevos sorpresa. ¿Pero quieren que los sorprenda? El azul no siempre fue indicativo masculino y el rosa femenino. Al contrario. Hasta el siglo XIX el azul era el color por excelencia de las niñas, pues emulaba el manto de la virgen. El rosado era viril, pues no es más que el rojo diluido, el color de la sangre, la lucha, la guerra.

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“Cuando Salvador estaba más chiquito le compré una muñeca, un bebé, como para que tuviera juguetes que no fueran tan masculinos que era lo que más le regalaban. Pero él no se interesó por el muñeco. Lo que le gustan son los carros. Pero trato de tener siempre las dos opciones”, me contó Pilar, la madre de Salvador, quien ha pensado mucho el tema de cómo quiere criar a su hijo por fuera del estereotipo heteronormativo. “No quiero que mi hijo sea un hombre, un macho, sino que sea un ser humano y que pueda expresar sus sentimientos y pintarse las uñas si eso es lo que quiere. Tener novias o novios, lo que sea que él quiera. Que pueda ser un ser humano más libre que la gente que fue educada como fuimos educados en mi generación”.

Melba, mamá de Matilde y Rodrigo, también se ha hecho preguntas: “Espero no estar imponiéndole un rol de género sin darme cuenta. Creo que muchas veces son actos inconscientes. Hay mucha cosa adquirida de la que no nos damos cuenta. Mucha maña adquirida. Y creo que además está tan impregnado en la sociedad que a menudo no lo notamos. Hemos normalizado unas conductas muy deterministas. Desde el disfraz que uno decide ponerle al niño en Halloween y los juguetes de armas y camiones. Y para la niña la muñeca”. Yo, madre de Luca, por mi parte debo reconocer que me satisface mucho que mi hijo exprese sus emociones. Últimamente dice: “Quiero llorar” o “Estoy triste” o “Estoy feliz”.

Pero más allá de las emociones y la empatía, este cambio va también a que desde pequeños aprendan a colaborar con las labores del hogar. Lavar platos, tender camas, cocinar y cuidar de otros. El feminismo en su acepción más pura significa igualdad entre los géneros, y esta tiene que extenderse a todos los derechos, deberes y oficios del ser humano.

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¿Dónde comienza el cambio? ¿Cuál es el paso a la acción que nace de la buena intención? Yolanda Reyes, pedagoga especializada en primera infancia y escritora me aseguró que todo viene del ejemplo y que es un trabajo diario. “Pero no me refiero a ejemplos deliberados o esporádicos, sino a algo más profundo y cotidiano en las relaciones familiares y educativas”, explica Reyes. “¿Cómo son los roles en la casa? ¿Cómo se han distribuido las labores de producción y de cuidado? ¿Cómo se relacionan los padres, tanto si viven juntos como si no? ¿Cómo se expresan las emociones, por ejemplo, las alegrías y los duelos? Y si hay hermanas, todas estas preguntas también son indispensables pues inconscientemente podemos exigir labores distintas (por ejemplo, en el trabajo doméstico) y reacciones distintas según el género. Más que claves específicas, creo en una constante problematización de los modelos que heredamos, que "saltan" sin que nos demos cuenta en los entornos familiares (y no solo en el círculo inmediato sino en la familia extensa) y en los entornos escolares”.

O sea, es un cambio de paradigma que necesita de una consciencia. Porque la crianza es el acto más político que emprendemos los padres. Es la responsabilidad de formar a los ciudadanos del futuro y darles las herramientas para crear sociedad. De cómo criamos depende la sociedad que gestamos. Es decir que las decisiones que se toman detrás de la puerta no solo afectan el entorno familiar, afectan todos los entornos en los que ese pequeño o pequeña será activo el resto de su vida. Es un efecto dominó. Y acá debo recurrir a una frase de la famosa escritora, periodista y feminista norteamericana Gloria Steinem: “Estoy contenta de que hayamos comenzado a criar a nuestras hijas más como a nuestros hijos, pero no funcionará hasta que criemos a nuestros hijos más como a nuestras hijas”.

*Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).