LONGEVIDAD

¿Podrá ‘curar’ el envejecimiento?

Elizabeth Parrish sirve de conejillo de indias de una terapia génica para vivir más tiempo y con mejor salud. La recibió en Bogotá, y aunque ha tenido éxito, su experimento ha generado críticas entre los expertos en bioética.

9 de junio de 2018
Para estos científicos la vejez es una enfermedad y es el mayor factor de riesgo de sufrir de otros males

En septiembre de 2015, Elizabeth Parrish, de entonces 44 años, llegó a Bogotá proveniente de Seattle, Washington, donde reside. No era un viaje cualquiera. Parrish, empresaria fundadora de Bioviva, vino a someterse a una terapia génica para echar atrás las manecillas de su reloj biológico. Aunque ha sido probada ya en animales, era la primera vez que un ser humano recibía ese tratamiento.

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La terapia consistió en introducir genes en las células de sus linfocitos T, los soldados del sistema inmunológico, mediante un virus inactivo con la habilidad de atracar en la superficie de esa célula. Una vez dentro, el gen en cuestión se integró a su ADN desde donde dio instrucciones al organismo para retardar el envejecimiento. El procedimiento contaba con dos fases. En la primera ella recibió un gen para producir telomerasa, una enzima que aumenta la longitud de los telómeros, las tapas de los cromosomas cuyo tamaño, según la evidencia, refleja el envejecimiento biológico. Una prueba antes del tratamiento reveló que a juzgar por la longitud de los suyos, Parrish tenía la edad biológica de alguien de 65.

La segunda fase del tratamiento fue introducir otro gen que produjera un inhibidor de la miostatina, proteína que obstruye el crecimiento muscular. A partir de los 30 años el organismo comienza a perder músculo, lo cual no solo debilita el organismo, sino que promueve la acumulación de grasa y aumenta la sensibilidad del cuerpo a la insulina, tres procesos que inciden en la aparición de enfermedades. “Ambos genes trabajan en conjunto porque la telomerasa aumenta las células madres y la miostatina permite que más células madre se activen y regeneren tejidos”, dice.

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Parrish escogió a Colombia porque en Estados Unidos este tipo de estudios requieren de una aprobación de la FDA que puede tardar mucho tiempo; en cambio, en el país “lo que no está prohibido, está permitido”, dice Leonardo González, especialista en medicina regenerativa, metabólica e integrativa que hace parte de Zelular Institute, con sede en Bogotá, donde expertos en medicina regenerativa aplican a enfermos de cáncer o alzhéimer diferentes tipos de terapias, ya sean génicas o de células madre. Bioviva estableció una alianza estratégica con ellos para que “aplicáramos la terapia aquí, aunque nosotros no la desarrollamos”, dice González.

Parrish llegó a la decisión de ser la paciente cero de esta terapia gracias al diagnóstico de diabetes tipo I que recibió su hijo Abel en 2013. Aunque es manejable, este mal pone a quienes lo padecen en extremos peligrosos: un nivel de glucosa muy bajo puede matarlos y uno muy alto podría provocarles un coma. “Eso es un día normal con mi hijo”, dice Parrish. Al profundizar en esa dolencia, ella encontró una nueva línea de terapias que incluían la modificación genética y las células madres. Al mismo tiempo descubrió que muchos de los tratamientos experimentales para el envejecimiento funcionarían en muchas enfermedades geneticas en niños. Pensó que algo tan novedoso podría usarse para curar el problema de Abel. Pero los médicos le advirtieron que esos tratamientos no estaban disponibles para seres humanos. “Me di cuenta de que la bioética estaba al revés. Por ser tan reacios al riesgo y querer proteger a la gente en realidad la están matando”, dijo a SEMANA.


Elizabeth Parrish le contó a SEMANA que hoy se siente con más energía y fuerza. 

Parrish decidió embarcarse en la gran batalla de la vida, la del envejecimiento. “Las principales causas de muerte son síntomas de ese proceso y tratarlo ayudaría a curarlas”, explica. Antes se pensaba que nadie podía intervenir en ese lento deterioro, pero recientemente se han descubierto muchos genes involucrados en el envejecimiento y al manipularlos se ha podido extender la vida de organismos que van desde la levadura hasta los ratones.

Pero una cosa es hacer ensayos en animales y otra en humanos. Algunos critican la decisión de Parrish de ser conejilla de indias porque lo ven como un salto a lo desconocido. Por un lado, no se sabe si la extensión que se logró en roedores, que fue del 30 por ciento, sería igual en humanos. “Algo que extiende la vida en estos animales podría extenderla en la de los humanos en 10 o 300 por ciento”, dijo la bióloga molecular María Blasco a Quo, una publicación científica de España. Pero, además, critican que Parrish, una persona sana y no una enferma terminal, haya escogido un juego de genes que podría generarle efectos secundarios. La telomerasa está también involucrada en la inmortalidad de las células del cáncer.

Sin embargo, dos años después de la terapia, Parrish reporta buena salud. Los resultados de su experimento, publicados en su sitio web, señalan que la longitud de sus telómeros equivale a tener 20 años menos. “No quiere decir que sea 20 años menor porque la terapia solo afectó mis células blancas y no las de todo el cuerpo”, explica.

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Más interesante aún es que los exámenes de sangre posteriores al tratamiento muestran una serie de marcadores positivos. El nivel de glucosa disminuyó 20 por ciento, los triglicéridos se redujeron 50 por ciento y la proteína C reactiva, que refleja la inflamación en el organismo y se asocia a enfermedades como alzhéimer y cáncer, es cinco veces menor que antes. Al mismo tiempo, las imágenes por resonancia magnéticaI mostraron que sus músculos no tienen grasa. “Estoy saludable, aunque no llevo un estilo de vida saludable”, dice.

Ante estos resultados, Bioviva convencerá a otros, con recursos suficientes para costear la terapia y viajar, a participar en un estudio en Bogotá, una noticia que ha suscitado otras críticas entre quienes consideran que aprovechar la ausencia de legislación en el país para poner en practica técnicas que otros ya han legislado desde un punto de vista ético “es cuestionable”, dice Pedro José Sarmiento, experto en el tema. Para Parrish, sin embargo, lo cuestionable es que la medicina no pueda avanzar por esas restricciones éticas. Sarmiento agrega que la modificación genética será un paso al transhumanismo (ver recuadro). “Si todo se detuviera ahí, no habría problema, pero esto es una puerta que abrirá la siguiente”, añade.

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Parrish dice que no busca la inmortalidad, pues no cree en vivir para siempre,“aunque sí creo posible tener una vida larga pero saludable. Si la extendemos a 120 años, fantástico”, dice.

De lograrlo, cosa que solo el tiempo dirá, las implicaciones sociales serán enormes, pues una población longeva saludadable afectaría no solo el sistema de salud, sino el laboral y pensional. Para González, la gran ventaja será que la gente no tendrá males debilitantes y por fin la medicina se enfocaría en la salud. “La mayoría de las críticas parten del miedo y de la ignorancia y se dan para defender una industria que promueve la enfermedad”, dice.

Algunos científicos como Anders Sanders, de la Universidad de Oxford, destacan la valentía con que ella ha asumido ser conejilla de indias. Independiententemente de si tiene éxito o no, dice al diario The Times, “su caso arrojará información sobre la seguridad de la terapia”.

En este campo las cosas van rápido. Craig Venter, científico que decodificó el genoma humano, adelanta un mapa con los genes del envejecimiento y George Church, un biólogo de la Universidad de Harvard quien apoya la iniciativa de Bioviva, anunció que rejuvenecerá perros con la compañía Rejuvenate Bio. Como lo dice David Sinclair, biológo de la Universidad de Harvard, la prolongación de la vida humana será el gran suceso del siglo XXI y “hará que todo lo que hace Elon Musk ahora se vea muy normal”. 

Locos por vivir

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Hay una diferencia entre los transhumanistas y quienes quieren retardar el envejecimiento. Los primeros quieren abolir la muerte, pues la consideran una vergüenza. Los lidera Ray Kurzweil, futurólogo de Google, quien dijo recientemente que la humanidad alcanzaría la inmortalidad en 2029. Piensan lograrlo transfiriendo el cerebro de una persona a un computador o cualquier otra tecnología, lo que se conoce como singularidad. De este grupo también hace parte Aubrey de Grey, un biólogo excéntrico para quien la primera persona que va a vivir 1.000 años ya nació. El transhumanismo ha sido descrito por Francis Fukuyama como “la idea más peligrosa del mundo”, mientras que otros como el escritor y editor de ciencia de la revista Reason, Ronald Bailey, lo consideran un movimiento audaz que personifica las aspiraciones más valientes e idealistas de la humanidad.