CRIANZA

Los niños también se estresan

Los pequeños sufren tanto como los adultos, pero vivir con estrés crónico en la infancia puede traer consecuencias cerebrales y físicas a largo plazo. Los padres pueden evitarlo.

6 de enero de 2019
Esos niños tienen más posibilidades de experimentar una disminución del tamaño del hipocampo, que procesa la memoria y laS emociONES | Foto: 123RF

Miguel y Ana no logran explicarse el comportamiento de Samuel, un niño de cinco años que no quiere comer, habla poco, parece aburrido y de vez en cuando está ansioso. Pero en realidad el pequeño ha vivido durante años una serie de problemas cotidianos que, poco a poco, lo han llevado a sufrir de estrés crónico. No solo peleas familiares, sino presiones en el colegio, bullying, falta de atención, entre otros. Sus padres no saben que Samuel podría sufrir consecuencias y efectos a largo plazo, pues en los últimos años numerosos estudios han mostrado que el estrés en los niños puede causar repercusiones de por vida.

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Investigaciones del Centro para el Desarrollo del Niño de la Universidad de Harvard señalan que esa situación de angustia permanente afectaría áreas específicas del cerebro como la memoria, las emociones y la capacidad de planeación. Y según Bruce Perry, jefe de psiquiatría del Texas Children’s Hospital, el estrés tóxico incluso puede afectar el crecimiento físico, al punto de reducir la estatura y el peso del niño.

En efecto, la exposición continua o repetitiva a situaciones estresantes hace que permanezca encendida la respuesta natural del cerebro ante el estrés. Y “esta exageración de respuesta sin control puede llevar al desarrollo de secuelas en el cerebro y el organismo”, dice Roberto Amador, neuroinmunólogo e investigador de la Universidad Nacional.

Los psicólogos Vincent Felitti y Robert Anda, a finales de la década de los noventa, realizaron un estudio histórico para el que entrevistaron a 17.000 personas de clase media en San Diego. Examinaron los efectos de las experiencias adversas de la infancia, incluidos los abusos, el descuido, la violencia doméstica y la disfunción familiar.

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Concluyeron que el 40 por ciento de los encuestados había tenido más de tres experiencias adversas cuando niños y quienes lo vivieron durante un período prolongado, especialmente sin el apoyo de un adulto, liberaron niveles elevados de cortisol (hormona del estrés) que alteraban el funcionamiento de su cerebro, su sistema inmunológico e incluso la forma en que su organismo leía y transcribía el ADN. “Cuando el estrés ocurre en tiempos cortos puede ser bueno, pero cuando sucede en grandes cantidades afecta la forma como un niño piensa, siente y actúa”, explica a SEMANA Javier Guillermo Díaz Amaya, médico pediatra y especialista en derechos de los niños.

La gente suele pensar que los pequeños no viven situaciones tensas, “pero la realidad es que hoy, más que nunca, están expuestos a situaciones complicadas”, dice Lina María Ruiz, psiquiatra infantil y jefe de salud mental de la Clínica de la Universidad de La Sabana. El abuso físico y el maltrato angustian por obvias razones, pero también otras prácticas cotidianas. Entre ellas “la separación de los padres, el cambio de colegio o de ciudad, o estar expuestos a muchos estímulos y actividades exigentes”, dice Carolina Méndez, también psicología clínica.

El estrés tóxico incluso puede afectar el crecimiento físico, al punto de reducir la estatura y el peso del niño.

Según los estudios, los niños separados de sus padres y criados sin un cuidador cariñoso y constante sufren un impacto en la capacidad cognitiva, la función social, la salud mental y el desarrollo del cerebro. Además, tienen más posibilidades de sufrir problemas de salud como enfermedades cardiacas, diabetes y abuso de sustancias. Un estudio del Stanford Children’s Hospital en San Francisco también encontró que los niños con trastornos de estrés postraumático y altos niveles de cortisol tenían más probabilidades de experimentar una disminución en el tamaño de su hipocampo, la parte del cerebro responsable de procesar la memoria y las emociones.

Para Amaya, los cambios en el estilo de vida de las familias y lo que representa ser niño en la sociedad pueden estar aumentando la frecuencia del estrés infantil. Hay dos elementos clave: “Uno tiene que ver con las exigencias de crianza, como las clases extracurriculares, y otro, con que hoy la tecnología reemplaza el contacto directo. Esto disminuye la posibilidad de hablar, indispensable para enfrentar los problemas de la vida”, dice.

No siempre es fácil saber cuándo el niño sufre estrés. Por eso, según Méndez, los padres deben desarrollar la capacidad de leer las señales físicas, emocionales o de comportamiento más asociadas con el fenómeno, como pérdida del apetito, dolor de cabeza, pesadillas, alteraciones en el sueño o mojar la cama cuando ya ha superado esa etapa. Si los padres están disponibles emocionalmente todos los días, pueden amortiguar los efectos fisiológicos dañinos del estrés elevado.

Si los padres están disponibles emocionalmente todos los días, pueden amortiguar los efectos fisiológicos dañinos del estrés elevado.

La relación temprana entre padres e hijos, tanto en la etapa intrauterina como el apego o vínculo al nacer, pueden prevenir el estrés. El descanso adecuado y una correcta nutrición, así como la buena crianza, impulsan las habilidades para enfrentar las situaciones. “Los padres servimos de ejemplo y si aprendemos a reconocer los signos de estrés y ponemos en práctica las formas de lidiar con él, podremos ayudarles más a nuestros hijos”, dice Méndez.

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A medida que los niños crecen, el tiempo de calidad es importante. Sacar un rato para los hijos todos los días, ya sea para hablar o simplemente estar en el mismo cuarto podría contrarrestar el estrés. Aunque para algunas personas resulta difícil regresar del trabajo y compartir con ellos por el cansancio, “los padres tienen que aprender a manejar el estrés de sus hijos”, concluye Ruiz. 

Tipos de estrés infantil

El Consejo Científico Nacional sobre el Niño en Desarrollo, ubicado en Estados Unidos, creó estas tres categorías para describir la respuesta fisiológica al estrés en los niños. Así mismo, sus efectos en la salud, el aprendizaje y el comportamiento.

  • Estrés positivo

Es una parte normal y esencial del desarrollo saludable; se caracteriza por au-mentos breves en la frecuencia cardiaca y elevaciones moderadas en los niveles hormonales. El primer día de colegio o recibir una vacuna pueden servir de ejemplo de algunas situaciones que desencadenan una respuesta positiva.

  • Estrés tolerable

Activa los sistemas de alerta del cuerpo en mayor medida como resultado de dificultades más severas y de mayor duración, como la pérdida de un ser querido, un desastre natural o una lesión aterradora. Si no se prolonga y los adultos ayudan al niño a adaptarse, el cerebro y otros órganos se recuperan.

  •  Estrés tóxico

Puede ocurrir cuando un niño experimenta una adversidad fuerte, frecuente o pro-longada, como cuando su cuidador abusa física o emocionalmente de él, consume de drogas o alcohol o sufre una enfermedad mental. También cuando está expuesto a la violencia o a la carga acumulada de dificultades económicas familiares sin el apoyo adecuado de un adulto. Este tipo de activación prolongada de los niveles de respuesta al estrés puede interrumpir el desarrollo de la arquitectura cerebral y otros sistemas, así como aumentar el riesgo de enfermedades relacio-nadas con el estrés y el deterioro cognitivo, incluso en la adultez.