La vida me enseñó
“No soy un delfín”: Carlos Fernando Galán
Es difícil hablar de él sin mencionar a su padre, Luis Carlos, un personaje que, sin duda, influyó en su decisión de aspirar a uno de los cargos públicos más importantes del país. A pesar de eso, él dice que ha labrado su propio camino.
Varias personas han sido fuentes de aprendizaje en mi vida. La primera que llega a mi mente es mi mamá. Ella era la que estaba frente a las cosas de la casa y de nuestro cuidado. Con el asesinato de mi papá yo sentí en ella una fuente de fortaleza porque su reacción fue fuerte. Nos dijo “no nos vamos a dejar vencer y vamos a salir adelante” y nos invitó a aprovechar las oportunidades que nos daba la vida a pesar de las circunstancias. Esa fortaleza interna ante momentos difíciles, cuando uno no ve la luz que ilumina el camino, me la enseñó ella.
"El momento más duro de mi vida fue la noche del 18 de agosto de 1989"
Mis hermanos Claudio, Juan Manuel y Luis Alfonso han sido importantes en quién soy yo ahora. Juan Manuel era un hermano más, pero ese 18 de agosto sentí un cambio en él. Ese día le cambió el chip, reaccionó y asumió un rol de familia que no era simplemente el del hermano mayor sino alguien en quien mi mamá se apoyaba mucho para las decisiones. Con Claudio peleaba más porque somos de la misma edad pero al mismo tiempo eso nos conectaba y nos hacía tener más intereses comunes que con Juan Manuel.
Mi hermano Luis Alfonso nació en el 65, antes de que se casaran mis papás. Mi mamá siempre lo supo. Mi papá, por diferentes razones, lo manejó así, de pronto de forma equivocada, no lo juzgaré. Nosotros lo supimos luego de la muerte de mi papá, cuando él quiso acceder al apellido Galán. Mi mamá nos contó toda la historia: que mi papá lo consideraba un hijo y lo trataba como tal y hubiera querido que nosotros construyéramos una relación. Nos dijo que había que darle el apellido y acercarnos a él. Yo tenía 13 años, pero lo vine a conocer después, a mi regreso a Colombia. Hemos ido construyendo una relación poco a poco. Él es muy inteligente, tiene 3 hijos, y una de ellas, mi sobrina mayor, Viviana me ha ayudado mucho en mi campaña. Él tiene muchos rasgos de mi padre. Esa relación es otra forma de compartirlo y recordarlo.
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Carolina, mi esposa, ha sido fundamental en mi vida. Es la persona que más admiro por su inteligencia y es quien me ayuda a enfrentarme a momentos difíciles. Y aunque quiero a todos mis tíos, hay uno, Augusto, que desde la muerte de mi papá ha tenido un rol de apoyo, de guía, de consejero. Un tío que ya murió, Alberto Villamizar, jugó un papel importante en mi vida cuando murió mi papá. Esas personas me saltan a la mente cuando pienso en quiénes me ayudaron a ser lo que soy.
"Mi padre fue un gran ejemplo. Él nos involucró mucho en su carrera política"
El momento más duro de mi vida fue la noche del 18 de agosto de 1989, el día en que asesinaron a mi padre Luis Carlos Galán. En momentos de riesgo uno no es consciente de que realmente puede pasar alguna tragedia. A mi tío Alberto Villamizar le habían hecho atentado, pero no lo hirieron. Eso nos hacía pensar que a mi papá no le iba a pasar nada. Por eso cuando pasó fue un golpe brutal. Ese momento me cambió para siempre. A pesar de que tenía 12 años, uno siente que no hay futuro, que ya no hay nada que hacer, que la vida no tiene sentido. Por amenazas nos fuimos al exterior, a Francia, y eso al comienzo también fue duro porque era invierno, no hablaba el idioma y fue complejo llegar a una ciudad fría y gris, sin amigos. En esa primera etapa queríamos volver a Colombia y se lo decíamos a diario a mi mamá. En medio de eso, en el año 90 secuestraron a mi tía Maruja y eso fue otro golpe brutal para mi mamá. Ahí empezó una etapa dura de seis meses donde mi mamá venía a Colombia permanentemente para ver cómo sacarla ilesa de ese secuestro. Cuando asesinaron a Diana Turbay creímos que iban a matar a otros secuestrados como a mi tía Maruja y a Pacho Santos porque esa era la orden de Pablo Escobar. Por fortuna los liberaron y nosotros nos integramos a la vida de París y empezó una mejor etapa.
A superar el duelo me ayudaron dos cosas. Primero entender que la tragedia sucedió por algo y es que mi papá daba una pelea contra una gente que quería acabar con el país. Eso no podía ser en vano. El murió por eso y ante un sacrificio como ese no valía la pena bajar los brazos. Pero también fue fundamental mi familia con su mensaje de que había que mirar hacia adelante. Siempre hay futuro y depende de cómo se enfrente el dolor. Tratar de borrarlo es un error, hay que vivirlo para superarlo. Al principio no quería ver a mi papá en el ataúd en el Capitolio, pero me aconsejaron que lo hiciera pues así sería más fácil aceptar su muerte. Eso me ayudó. En esas situaciones de dolor, la presión social es que uno supere de la noche a la mañana las cosas, pero yo creo que por naturaleza humana necesitamos vivir el dolor para superarlo. El dolor es normal.
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De la violencia se aprende. En Colombia lo que me tocó vivir a mí no es excepcional sino común y eso genera cicatrices profundas y por eso como sociedad tenemos ese reto de no olvidar esas cosas, pero al mismo tiempo no dejarnos vencer por el odio. Es normal sentirlo. Yo lo sentí, pero también me liberé de él. Fue cuando recibimos la carta del hijo de Pablo Escobar para reunirnos. Pensé que era interesante mostrar un mensaje de reconciliación, pero más allá de eso, el hecho de sentarse en una sala y ver al hijo de Pablo Escobar, que se parece a él, y ver a mi hermano Claudio, que es idéntico a mi padre, fue impactante. Eso me liberó. Cuando yo vi al muchacho con el interés de sanar esos odios y que él dijera que su padre había sido nefasto para el país me hizo acordar de algo que nos decía mi padre: “las primeras víctimas del narcotráfico son sus familias”. Eso fue crucial para superar esos odios y mirar hacia delante. El único perjudicado es uno mismo cuando dejamos que esos odios vivan en el corazón.
El proceso de reconciliación ha ayudado que el caso de mi papá sea uno de los más avanzados. Nos preguntan mucho por una indemnización y nunca la hemos pedido. No queremos un centavo sino que haya verdad y un acto de reparación de los victimarios. Lo más importante en el proceso de perdón es la verdad y que los victimarios acepten la responsabilidad, no que pasen mucho tiempo en la cárcel.
"Le tengo miedo a la soledad. Para mi es fundamental estar acompañado".
Mi padre fue un gran ejemplo. Él nos involucró mucho en su carrera política. Nos llevaba a todas partes y por eso los tres recorrimos el país con él, algo que pocos niños pueden hacer. Fue una infancia especial porque así conocí a centenar de personas en muchos municipios. El escogió el Instituto pedagógico como colegio para nosotros porque allí es donde se forman los maestros y lo hizo porque era un sitio que le apostaba a la innovación pedagógica, y además porque integraba a la sociedad. Él sabía que esta sociedad tenía divisiones, con unos sectores que tienen condiciones de pobreza y falta de acceso a bienes públicos y poca seguridad y creía que una manera de superar esas divisiones era que estudiáramos allí. Hoy todo eso lo veo reflejado no solo en Bogotá sino en Colombia.
La violencia me llevó a trabajar por el país. Probablemente muchos, ante golpes como estos, deciden marginarse, pierden interés, se decepcionan. En mi caso se dio el ambiente propicio para que pasara lo contrario. Yo sentí que sería muy feliz si contribuía a construir ese país con el que soñó mi papá y ver que ese proyecto político fuera realidad. Creo que la tragedia, el dolor, la frustración nos motivó para no quedarnos cruzados de brazos sino para trabajar y participar en política. El ejemplo de mi padre fue crucial.
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Nos atacan por ser delfines. Nos hacen ataques y nos dicen que somos delfines y nos ponen en el mismo combo de otras personas que hacen política con el papá sentado al lado, guiándolo, poniéndole gente que lo apoye, casi que heredándole la curul, etc. A diferencia de eso, a mi papá lo mataron hace 30 años y no lo tuvimos al lado para que nos ayudara en eso. Y a él tampoco lo dejaron llegar al poder porque lo mataron antes. Él nunca tuvo realmente el poder en Colombia. Tenía el cariño de la gente y representaba la esperanza de muchos, pero no llegó a más, no llegó a tener el control del Estado, a diferencia de otros que si lo han tenido y que si han puesto ese poder que construyeron a partir de tener el control del Estado al servicio de que sus hijos quieran hacer una carrera política. El caso de nosotros es distinto pero hay gente que no hace esa diferencia.
No me molesta que me relacionen con mi padre porque percibo un cariño muy grande. Mucha gente me para en la calle y me saca de su billetera una foto o el carnet del Nuevo Liberalismo. No puedo decir que lo que me llevó a hacer política es ser hijo de él. No es solo eso. Es que él nos inyectó la vocación, nos inculcó que para sentirnos realizados como seres humanos deberíamos ayudar a los demás y que la política era una herramienta para lograrlo. Yo soy consecuente con eso pero estoy construyendo mi propio camino. Hago énfasis en temas urbanos y en identificar las problemáticas de la ciudad. El Nuevo Liberalismo seguro las tenía pero ese no era el eje de la carrera de mi padre. El mío sí. Quiero mejorar la calidad de vida de la gente en las ciudades, que en mi caso es Bogotá. Habrá gente que no reconocerá que he hecho mi propio camino.
"Si mi papá estuviera vivo, estaría feliz por lo que se ha logrado en el país"
Los bogotanos necesitan reconciliación. Tenemos visiones diferentes pero hay que ponernos de acuerdo en lo fundamental. Me duele que haya discusiones de cómo superar el conflicto. Aquí hay un pleito entre sectores y lo que pido es que nos pongamos de acuerdo en lo básico, en puntos fundamentales de convivencia. Eso es fundamental para que en las ciudades y en el país se dé lo demás. Llevamos cuántos años en cómo resolver el conflicto y nos quedamos en el parágrafo, en el inciso, en la ley, y no llegamos a decisiones de dejar eso atrás. Los líderes debemos pensar en esa responsabilidad hacia el futuro del país y no tanto en la próxima elección o en los ‘likes’ en Twitter sino en el país.
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Enseñanzas de mi padre. Una fue a los 8 años cuando mis hermanos me molestaban con una niña que me gustaba y cada vez que lo hacían sufría con eso. Un día él me dijo: “te voy a dar consejo, la próxima vez que te molesten diles sí, me gusta, ¿y qué?”. Yo le dije: “papá, pero ¿cómo voy a aceptar eso? él dijo: “dilo y verás que te liberas. Y le hice caso y fue el fin de la molestadera. Otra oportunidad fue en Popayán tres meses antes de su muerte, cuando unas niñas me invitaron a comer helado y yo me agarré del cinturón de mi papá para no ir. Y en la noche en el hotel me habló de la timidez y me dijo que era un problema para la vida social. Me contó que para él lo había sido, pero él la había superado y me aconsejó hacer lo mismo. Fueron dos charlas especiales que me ayudaron a superar problemas de carácter.
En lo personal una frustración fue no tenerlo más tiempo. Él siempre tuvo la esperanza de estar más tiempo con nosotros cuando terminara su carrera política, de guiarnos en la universidad y en nuestras carreras. Nos quedamos con la ilusión de tener a un Luis Carlos Galán expresidente. Eso nos hizo falta, y queda ahí como elemento de tristeza.
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Le tengo miedo a la soledad. Para mi es fundamental estar acompañado. Un lema que se ha convertido en impulso es la frase de José Antonio Galán que repetía mi papá y es “siempre adelante, ni un paso atrás”. No dejarnos vencer por las dificultades, no hay nada que no se pueda superar. Me gusta meterme a fondo en un tema que me apasiona. Por ejemplo, cuando falló la obra de Transmilenio en la 26, me dediqué mucho tiempo a ver qué había pasado. Tengo esa actitud frente a las cosas, y es entenderlas a fondo.
Me lamento de no haber sido mayor en el año 89 porque habría podido convencer a mi padre de tomar medidas y decisiones diferentes que por lo menos hicieran más difícil que lo asesinaran. Él estaba confiado y no se preocupaba por la escolta, aunque al final sí dijo que no le gustaba el jefe de escoltas porque estaba tomando decisiones equivocadas. Si hubiera sido mayor para decir “no, no va a Soacha porque es peligroso, hay que replantear la campaña y hacerla sin manifestaciones porque es vulnerable en esos escenarios y no hay cómo protegerlo”. Es una frustración que tengo.
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Me sigue doliendo mucho su muerte. Cuando nació Manuel, el primer hijo de Juan Manuel, sentí que era el primer nieto de mi papá y fue un momento especial y triste a la vez porque él no lo conoció. Lo mismo cuando nacieron mi hija y mis sobrinas. Mi papá solo tuvo hijos y él aspiraba a tener nietas y habría sido feliz viendo a Julieta, Emilia y Elena y también a Viviana, por el lado de Luis Alfonso.
Si mi papá estuviera vivo, estaría feliz por lo que se ha logrado en el país, porque hemos avanzado en campos importantes: hoy hay más acceso al sistema educativo y al de salud. Pero sentiría frustración al ver que oportunidades como la paz y acabar un conflicto, no se entienden ni se aprovechan. Eso lo tendría decepcionado y diría que la aprovecháramos porque Colombia tiene el potencial para lograr cosas que no nos imaginamos.