Crianza

Criar a correazos: una práctica común que pone en riesgo el desarrollo de los niños

Un estudio reciente muestra que 60 por ciento de los niños reciben palmadas y golpes como estrategia de castigo. Jorge Cuartas, experto de la Universidad de Harvard y uno de los autores del trabajo, explica por qué esto debería ser motivo de preocupación.

2 de abril de 2019
Las teorías y estudios de la neurociencia y epigenética dan algunas luces sobre las razones por las cuales el castigo físico podría tener estas consecuencias negativas. | Foto: SEMANA

Muchos colombianos recuerdan haber sido golpeados por sus padres cuando se portaban mal. Muchos también deben haber escuchado o dicho que la “palmadita”, “correazo”, o “chancletazo” les ayudó a formarse como buenos ciudadanos y buenas personas. De hecho, según el World Values Survey más del 60 por ciento de los colombianos cree que es justificable que los padres golpeen a sus hijos para disciplinarlos. ¿Deberíamos preocuparnos por esto? definitivamente sí al ver la evidencia científica disponible y por un principio de precaución.

Esta práctica sí incrementa el riesgo de que algo salga mal.

Un estudio reciente publicado en Child Abuse & Neglect que realizamos con investigadores de la Universidad de los Andes, la Universidad de Harvard, Unicef y la Universidad de Northeastern sugiere que el castigo físico es muy común en Colombia. De acuerdo con este trabajo, alrededor de un 60 por ciento de niños colombianos entre 2 y 4 años recibe palmadas y golpes con objetos como correas, chancletas y otros. Esta cifra es superior a la encontrada en otros países de la región como Argentina (53%), Bolivia (51%), Brasil (55%), Ecuador (49%), Perú (52%) y Venezuela (57%).

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En otro estudio, publicado en Children & Youth Services Review, utilizamos la Encuesta de Demografía y Salud del 2015 de Colombia (ENDS) y encontramos que alrededor de 1,7 millones de niños de 0 a 5 años, que representa casi el 40 por ciento de la población en ese rango de edad, recibe palmadas o golpes con objetos. Nuestros resultados muestran que en Colombia les pegan más a los niños de 2 a 4 años, pero incluso a bebés menores a este rango de edad. De hecho, en todos los departamentos del país por lo menos un 10 por ciento de los bebés ya recibe palmadas o golpes con objetos incluso antes de cumplir el primer año de vida.  

En general, el castigo físico se asocia con resultados negativos en el desarrollo de los niños. Una revisión sistemática de estudios que se han hecho sobre el tema en los últimos 50 años, publicada en Journal of Family Psychology, concluyó que incluso formas consideradas como leves, como la “palmadita”, se asocian con un mayor riesgo de problemas en el desarrollo cognitivo, social y emocional. Lo que resulta más paradójico es que acudir al castigo físico parece tener un efecto totalmente contrario al esperado, ya que se asocia con mayores problemas de comportamiento, agresión, incluso comportamientos criminales en la adolescencia y adultez, y menor autocontrol.

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Esto no significa que todo individuo al que le pegaron de niño hoy tiene problemas cognitivos o comportamentales, pero esta práctica sí incrementa el riesgo de que algo salga mal. Así como sabemos que el cigarrillo se asocia con un mayor riesgo de cáncer de pulmón, a pesar de que no todo el que fuma desarrolla esta enfermedad, golpear para “educar” o “criar” se asocia con riesgos considerables de pérdida de potencial humano. Es mejor no correr el riesgo.

La exposición a eventos negativos o amenazantes en estos años puede desencadenar niveles elevados de estrés biológico.

Las teorías y estudios de la neurociencia y epigenética dan algunas luces sobre las razones por las cuales el castigo físico podría tener estas consecuencias negativas. Los primeros años de vida se caracterizan por un rápido desarrollo del cerebro y una alta sensibilidad al contexto. En particular, la interacción entre la biología, las experiencias y los contextos determinan la formación de conexiones neuronales y la expresión de nuestros genes.

La exposición a eventos negativos o amenazantes en estos años puede desencadenar niveles elevados de estrés biológico, por ejemplo, glucocorticoides como el cortisol, que eventualmente afectan negativamente el pleno desarrollo del cerebro. Lo que resulta preocupante es que un estudio publicado en Hormones and Behavior mostró que niños de un año que recibían palmadas por parte de sus padres exhibían mayores niveles de hormonas del estrés que niños que no eran golpeados, lo que sugiere que esta práctica puede incrementar el riesgo de niveles elevados de estrés biológico.

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Múltiples teorías de la psicología también ayudan a entender los efectos negativos del castigo físico. La teoría del aprendizaje social, de Albert Bandura, predice que los niños aprenden imitando los comportamientos de sus padres y otros adultos. De esta forma, los niños imitarán y eventualmente adoptarán comportamientos agresivos cuando los padres utilizan palmadas, correazos o chancletazos con ellos.

La teoría del apego, de John Bowlby, también pronostica que el uso del castigo físico puede dañar lazos de afecto entre los niños y sus padres o cuidadores, lo cual eventualmente conduce a problemas sociales y psicológicos a lo largo de su vida. Incluso la teoría del conductismo de B.F. Skinner señala que el castigo no es efectivo en cambiar comportamientos indeseables, ya que estos comportamientos tenderán a reaparecer una vez el castigo desaparece.    

Como sociedad, enseñemos y aprendamos nuevos comportamientos que sean más efectivos para controlar la conducta de los niños.

En efecto, en otro estudio con investigadores de la Universidad de Michigan publicado en Child Abuse & Neglect encontramos evidencia de que los colombianos que fueron golpeados por sus padres tienen una mayor tendencia a golpear a sus hijos, algo que en la psicología del desarrollo se conoce como transmisión intergeneracional de prácticas parentales. Considerando la teoría de aprendizaje social, este resultado tiene todo el sentido: desde pequeños aprendemos a utilizar comportamientos violentos, eventualmente los justificamos y naturalizamos y finalmente los replicamos.  

En este estudio también encontramos que factores estresantes, como situaciones de pobreza y violencia en los barrios, comunidades y municipios, se relacionan con un mayor riesgo de utilizar el castigo físico. Este resultado nuevamente nos conduce a la biología del estrés: múltiples estudios revelan que la exposición a ambientes estresantes desencadena respuestas fisiológicas que eventualmente consumen nuestros recursos cognitivos y pueden volvernos más impulsivos. En estos casos, nuestra capacidad de lidiar con una “pataleta” de forma tranquila puede verse comprometida.

Que familias en situaciones adversas utilicen más el castigo físico no significa de ninguna manera que sean “malas” o no quieran lo mejor para sus hijos. Lo que esto nos sugiere es que debemos buscar estrategias para que, como sociedad, enseñemos y aprendamos nuevos comportamientos que sean más efectivos para controlar la conducta de los niños y que sean menos riesgosos para su desarrollo. También nos sugiere que como sociedad debemos crear redes de apoyo e información sobre prácticas de crianza efectivas y no violentas para las familias que más lo necesiten.  

*Jorge Cuartas es estudiante de doctorado e investigador en la Universidad de Harvard y co director de la fundación Apapacho. Twitter: @jcuartas2