Salud
“Perdí mi ojo para siempre”: las dolorosas historias que deja la pólvora en Colombia; en el país van más de 360 casos de quemados
La historia se repite: en lo que va de este mes, la pólvora deja ya en el país 369 víctimas, entre ellas decenas de niños. SEMANA conoció varias historias de un dolor que marca para toda la vida.
Cada 28 de diciembre, las imágenes de la tragedia pasan, dolorosas, por la memoria de Argemiro Ángel Restrepo, a quien en una fecha como esa, hace seis años, la pólvora le cambió la vida para siempre. Estaba en su casa del Olímpico, un barrio popular del sur de Cali, donde la pólvora circula tanto como los buñuelos y las natillas. La ciudad estaba de feria y el ruido de la pólvora se esfumaba entre la música que salía por los parlantes de varias casas de la cuadra.
Un amigo de la familia Ángel apareció con cervezas frías en una mano y en la otra un juego de luces de bengala. El hombre aseguró que eran inofensivas, escuchó decir Argemiro, desde la cocina, donde terminaba de servir unos vasos con hielo para el whisky que había comenzado a beber más temprano con su esposa y un primo recién llegado de Estados Unidos.
“De la casa nos salimos a la cuadra y de repente esa vaina explotó, todo al tiempo. Eso fue en cuestión de segundos. Yo sentí que algo me cayó en el ojo izquierdo y enseguida me recorrió como un fogonazo por toda la cara. Me llevé las manos al rostro y vi tanta sangre en ellas que me desmayé ahí mismo. Lo que me pasó lo supe después, en el Hospital Departamental”, relata este tolimense que aprendió a ganarse la vida como taxista en la capital del Valle siendo muy joven.
“Cuando la bengala me cayó en el ojo, me lo estalló y me empezó una hemorragia tremenda. Perdí ese ojo para siempre. Y no perdí el otro porque mi Dios es muy grande. Me hicieron rápido una enucleación, que los médicos me dijeron que consiste en sacar todo el ojo de la cuenca para evitar que se termine contaminando el nervio óptico y perdiera la visión por el ojo derecho”.
Lo más leído
Tuvo suerte, le dijeron los médicos. Las luces de bengala, por ejemplo, se queman a una temperatura cercana a los 1.000 grados centígrados, aunque popularmente se cree que son las menos graves. Nada más alejado de la realidad.
La recuperación le tomó a Argemiro nueve largos meses y siete cirugías de reconstrucción de rostro. No pudo “volver a coger un carro, que era lo que le daba el sustento a mi familia, con lo que pagaba la carrera de mi hijo menor”, relata Argemiro, hoy de 51 años, que desde entonces ha tenido varios oficios, siempre temporales, porque por su limitación no le es posible conseguir un trabajo estable.
Su historia la cuenta solo desde hace muy poco. “Es que, además de lo físico, quedan problemas psicológicos. A mí no me gustaba hablar de lo que me pasó. Es duro verse así, aún con tanta vida por delante, pero a la vez tan limitado. Yo escuchaba las campañas contra la pólvora, pero uno piensa que son cosas que les pueden pasar a otros. Y a veces me mortificaba pensando si, en lugar de mí, esto le hubiera pasado a mi esposa o a alguno de mis hijos; es muy duro vivir con eso”, se le escucha decir.
Una tragedia que se repite
Argemiro es uno de los rostros de una tragedia que cada año, pese a las campañas pedagógicas, no cesa. Solo este diciembre, según el informe de Vigilancia Intensificada de Lesiones por Pólvora Pirotécnica, actualizado directamente por el Instituto Nacional de Salud (INS) –que realiza un seguimiento desde el primero de diciembre hasta el 13 de enero–, un total de 369 personas han resultado heridas debido a quemaduras ocasionadas por el manejo de pirotecnia. Otras dos han muerto.
Con corte al 14 de este mes, los casos reportados representan un aumento cercano al 12 por ciento con relación al año anterior, cuando por estas mismas fechas se habían registrado 311 accidentes de este tipo.
Las cifras las conoce bien Johanna Hernández, cirujana plástica de la Unidad de Quemados del Hospital Universitario del Valle, quien asegura que “toda historia de un paciente quemado tiene una imprudencia previa que origina la lesión”.
La exposición a la pólvora, asegura, “no es negociable, nunca va a ser segura, el llamado entonces es cero pólvora, no manipularla, ni los adultos, ni menos los niños. Una lesión por pólvora deja secuelas gravísimas, cicatrices para siempre, porque cuando explota, los pacientes pierden partes vitales y funcionales del cuerpo, pueden ocasionar amputaciones de manos, dedos; lesiones en el tímpano, lesiones en el ojo. La pólvora nunca debe ser una opción”, asegura la especialista.
Hoy, con dolor, lo entiende Deyanira, una madre oriunda de Tumaco, Nariño, que terminó en el Hospital Simón Bolívar de Bogotá con su hijo de 10 años, quien adquirió varios artefactos de pólvora en compañía de unos amigos, en diciembre de hace dos años.
“El niño, inocente, que siempre le gustaron las luces de la pólvora en el cielo, una noche se metió uno de esos totes en el bolsillo del pantalón y en un tramo, casi llegando a la casa, comenzó a correr y eso se le encendió por accidente”, relata entre lágrimas la mujer.
Un tío del pequeño, que pasaba cerca en bicicleta, “alcanzó a escuchar los gritos y lo llevó al hospital Divino Niño, donde me dicen que tiene quemaduras de segundo grado en la piernita derecha y la entrepierna. Después de eso, le han tenido que hacer varias cirugías. Ya poco corre, como le gustaba, por el Morro, por la playita, donde decía que quería ser futbolista como Carlos Darwin Quintero”, relata, con tristeza, la madre del niño.
Es la misma tristeza que embarga a Margarita Quiceno, una enfermera que en diciembre pasado vivió la mayor paradoja de su vida: su hija menor, de solo 9 años, terminó en un pabellón de quemados por cuenta de un grupo de vecinos que en la cuadra de atrás de su casa comenzaron a quemar pólvora. Era 7 de diciembre, Día de Velitas.
“Un volador cayó cerca de la niña, que jugaba en la cuadra nuestra con otros vecinos. Ese volador le quemó parte del pecho, el cuello y las dos manitas, una de ellas más grave que la otra y que le tuvieron que amputar. La tuve 15 días internada y después de eso han seguido unas 12 cirugías, varias de ellas para reconstrucción de piel y la pérdida de audición”, cuenta Margarita.
Ha sido un año entero de citas con fisioterapeutas y fisiatras. “Un año aplicando en la piel de mi hija acetato de aluminio cada dos horas, con la esperanza de que la piel cicatrice. Pero una quemadura es como cuando arrugas un papel. Por más que lo desdobles, nunca vuelve a quedar igual. Un año de dolor, como de duelo, por qué a ella, y a uno de mamá le toca entender que, por la imprudencia de otros, la vida de mi hija no volverá a ser la misma”.
La autoestima de la menor, dice esta enfermera, “queda para siempre lesionada. Yo he tenido que cambiar de trabajos porque me la paso en vueltas médicas. Ha sido todo muy duro, muy injusto”.
Precisamente, debido al alto número de casos de quemados, especialistas como la doctora Hernández piden a los padres de familia y acudientes estar atentos de los más pequeños de la casa, mantenerlos lejos de artefactos explosivos o sitios que puedan generar quemaduras.
“La idea es que no tengamos quemados, pero si llegase a suceder, en casa lo que podemos hacer es lavar con abundante agua corriente en el sitio de la quemadura y acudir al centro asistencial más cercano a la casa y que maneje pacientes quemados”, aconseja la especialista del Hospital Universitario del Valle.