RELACIONES DE PAREJA

¿Quiénes son más propensos a ser infieles?

Un prominente psiquiatra neoyorquino, cuya clientela incluye a muchos adúlteros famosos, relata quiénes tienen más riesgo de engañar a su pareja y por qué.

23 de junio de 2018
Los estudios confirman que la infidelidad está arraigada en el ser humano.

El psiquiatra Kenneth Paul Rosenberg, de 61 años, ha dedicado su práctica clínica a atender adictos e infieles. Basado en esa experiencia de 25 años en los cuales ha escuchado los más íntimos secretos de sus pacientes, puede afirmar que estos últimos vienen en todas las presentaciones. Pueden ser gais o heterosexuales, religiosos o ateos, de todas las razas y de estratos socioeconómicos variados; pueden ser millennials que descubrieron su sexualidad con el ciberporno, pero también viejos saludables que aún quieren estar en la jugada. Están, además, los que tienen relaciones de pareja disfuncionales y buscan en otros brazos un respiro, y los que hacen lo mismo, aunque no tengan ni una sola queja de su consorte. Por eso cuando le preguntan quienes están en riesgo de ser infieles, contesta: “Todos, en cualquier momento, en cualquier lugar”.

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Aun así, en su libro Why men and women cheat señala que si le pidieran dibujar el perfil del infiel promedio, diría que es del sexo masculino –aunque las mujeres infieles van en aumento y “por debajo de los 35 años engañan en el mismo porcentaje que los hombres”,dice–. También es narcisista, está entre los 40 y 60 años, y probablemente es un hombre de negocios que viaja con frecuencia. La temporada más usual para descarrilarse llega a mitad de año.

Rosenberg tiene el objetivo de compartir las teorías más recientes sobre lo que hace al infiel, una condición tan vieja como el matrimonio que causa estragos no solo en la pareja, sino también en el adúltero. Muchas de sus revelaciones derrumban mitos, como por ejemplo que los infieles tienen un problema físico o moral. Rosenberg, que no hace terapia para juzgar sino para ayudar, cree que la infidelidad está arraigada en el ser humano. “Aparte de ser infieles, son personas buenas y decentes”, señala. El infiel cree que es el único que ha tomado ese camino, pero detrás de ese comportamiento, una parte de su cerebro profunda y antigua le habla al oído.

Las estadísticas señalan que la infidelidad se presenta en más del 50 por ciento de los noviazgos serios y en 20 por ciento de los matrimonios monógamos. Otro tanto lo ha sido y nunca lo admite. El resto de mortales, aunque no lo lleve a cabo, piensa en poner los cachos con frecuencia.

Rosenberg ha encontrado que tres factores principales inciden en que alguien rompa la promesa de la exclusividad sexual. El primero es el cerebro. La infidelidad se asocia a la estructura neurológica y química de ese órgano, establecida en parte por la genética heredada. “Esa biología contribuye a establecer nuestros deseos sexuales”, dice. Cuando el individuo encuentra un patrón de comportamiento exitoso para tener relaciones, en el cerebro se establece una vía neural por donde caminará una y otra vez “como si fuera una trocha en un bosque, hecha de acuerdo a cómo pensamos, buscamos y encontramos sexo”.

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Pero la química cerebral solo define el 50 por ciento de lo que diferencia a un infiel. La otra mitad tiene que ver con los otros dos factores, uno de los cuales es la psicología. Para Rosenberg la experiencia moldea la mente del individuo, le imprime un modo de ver el mundo y establece su yo romántico y sexual. El autor ha encontrado siete personalidades más proclives a los devaneos amorosos. Una de ellas es la narcisista: personas con una alta opinión de sí mismas, pero que en lo profundo de su ser tienen baja autoestima y usan estas infidelidades para sentirse mejor.

La otra es la cultura o el ambiente. La más significativa de todas, que la ocasión hace al ladrón: la gente engaña a su pareja por el simple hecho de que puede. Por eso la infidelidad solo se entiende en un contexto. Una persona cree que va a un bar con luz tenue a tomar un martini y de pronto ve excitante a su colega de trabajo. No es que esa persona sea su media naranja, “le están excitando el martini y el ambiente del bar”, explica.

Estas aventuras sexuales pueden ser un escape, como las drogas o el alcohol. Un infiel, por lo tanto, cae en la tentación por las mismas razones que un adicto: porque el objeto de deseo está disponible; es costeable y el dinero no es un obstáculo; y es anónimo, el asunto se mantendrá en secreto. “Bajo las circunstancias adecuadas cualquiera podría hacerlo”.

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Para Rosenberg el sexo y el amor son las adicciones principales. “Cuando la gente me pregunta ¿en serio? ¿Nos podemos volver adictos al sexo?, yo les contesto ‘si hay algo que pueda volver al cerebro adicto, es el sexo’”. En ocasiones el deseo de engañar a alguien tiene tal prominencia que el cerebro se enfoca y moviliza alrededor de ese deseo, no importa lo irracional que sea. “Se opaca la razón y el engaño se posiciona como una prioridad en la lista de cosas por hacer”, explica el experto.

Algunos estudios aseguran que la edad es importante y dan como época de mayor riesgo entre los 39 y los 49 años. Pero Rosenberg cree que hay otras variables en juego como qué tan vieja es la relación, así como el punto en la carrera profesional de ambos o la etapa de la crianza. Incluso los niveles hormonales de cada cual tienen que ver. En ese sentido, la visión tradicional de que las mujeres engañan por motivos emocionales y los hombres para tener mejores experiencias sexuales está mandada a recoger.

Para muchos las infidelidades tienen que ver solo con el atractivo que el infiel vea en el amante, pero el autor cree que los amoríos extramatrimoniales hablan más del adúltero y de sus anhelos, esperanzas, fantasías y miedos, que de otra cosa. “Las infidelidades no se crean en la cama, sino en la mente”, dice. La excitación sexual resulta de construcciones internas de la propia mente y poco tiene que ver con el individuo al que desean, que en última instancia es un ideal de persona creado en la cabeza del infiel. Aunque la responsabilidad recae en él, y el cónyuge engañado es la víctima, este último es menos inocente de lo que parece. Suele criticar a su pareja, no está totalmente entregado en la relación, no tiene sentimientos sexuales o no responde a ellos. “Hay muchas formas en las que ambos contribuyen al ‘affaire’”, dice. Pese a esto, a Rosenberg en la terapia solo le interesa entender al adúltero.

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Una relación extramatrimonial causa mucho sufrimiento, pero es posible recuperar la relación, aunque requiere trabajar mucho. El experto recomienda hacer una pausa en el sexo entre la pareja hasta que la rabia haya pasado. Hay que usar ese lapso para reflexionar y restablecer la honestidad emocional. Todo esto requiere paciencia porque no hay que apurarse a perdonar. Y como alguien que ha engañado a su pareja tiene tres veces más riesgo de repetir, resulta crucial el trabajo para controlar la tentación. El experto recomienda no darle rienda suelta a cuanta mariposa sienta en el estómago y pensar antes de actuar. Y concluye: “Hacer lo correcto y llevar una vida sana, lo que sea que eso signifique para usted, afectará positivamente su relación y su vida”.

Las 7 personalidades más propensas

Según el psiquiatra Paul Rosenberg, algunos rasgos psicológicos aumentan el riesgo de caer en la infidelidad. Algunos de ellos: 

El narcisismo: sentirse con derechos y poner sus intereses por encima de las preferencias de los demás.
La falta de empatía: la incapacidad de ponerse en los pies del otro.
La vanidad: sobreestimar las habilidades, especialmente la pericia sexual, y necesitar que alguien del sexo opuesto las confirme.
Ser impulsivo: tomar a la ligera decisiones importantes que pueden tener grandes consecuencias.
Ser buscador de novedad y excitación: el riesgo, lo prohibido, lo novedoso impulsa el sexo.
Tener un estilo desapegado: quien no se compromete en la relación principal tiene más riesgo de ser infiel.
Ser autodestructivo o masoquista: algunos se autocastigan con la culpa que genera la infidelidad.