Cuidados paliativos
Qué se siente morir
Cuando acecha, la muerte se manifiesta con síntomas claros. Expertos explican los tres más comunes.
Aalgunosles toma morir horas o minutos. Pero en la gran mayoría de las enfermedades terminales fallecer toma tiempo. “Es un proceso que dura días y hasta semanas”, dice Juan Carlos Hernández, director médico del Hospice Presentes. Este proceso se puede determinar gracias a que la muerte tiene sus síntomas, desde fiebre hasta disminución del apetito, aumento del sueño y menos actividad urinaria, para nombrar solo algunos. Dependiendo de la persona estas señales pueden aparecer o no. Sin embargo, las últimas horas de vida son similares para todos. Sara Manning Peskin, una residente de neurología de la Universidad de Pensilvania y bloguera en Borderwise, señala que así padezcan cáncer, diabetes, enfermedad coronaria o sida, las personas al borde de la muerte sienten tres cosas: la respiración estertorosa o ruido de la muerte, el hambre de aire y la agitación terminal. Esto sucede porque “morir tiene su propia biología…es un diagnóstico en sí mismo”, dice en su blog del diario The New York Times.
Casi 16 horas antes de partir se produce el ruido de la muerte, que Manning Peskin describe como un sonido similar al de soplar a través de un pitillo en un vaso de agua. Hernández lo relata como un ronquido duro. Como quiera que sea es inquietante, en especial para los familiares del moribundo porque se asocia a dolor, aunque en realidad no genera ninguna incomodidad y “se alivia con cambiar de posición al paciente”. Algunos médicos, sin embargo, dan medicinas para suprimir la producción de saliva con el fin de aplacar el traqueteo, que, según la experta, es simplemente una disfunción en el proceso de tragar. Lo normal es que la lengua se levante hasta el tope de la boca y empuje la saliva hacia adentro. La epiglotis, una estructura cartilaginosa en la laringe, se cierra para impedir que la comida se vaya por la vía aérea. En los enfermos terminales, este proceso no es tan armónico y a veces la epiglotis no se alcanza a cerrar cuando el paciente traga o la lengua no empuja. La saliva, entonces, fluye hacia las vías aéreas. “El sonido es el intento del pulmón por respirar a través de esa capa de saliva”.
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El hambre de aire es un síntoma de muerte que experimentan pacientes con cáncer terminal, demencia, falla cardiaca, enfermedades respiratorias y sida. Los pacientes usualmente la describen como sofoco o inhabilidad para conseguir suficiente oxígeno. Según Manning Peskin, los médicos tratan de calmar este signo con la ayuda de opioides como la morfina. Se cree que el hambre de aire se da porque hay un desequilibrio entre el oxígeno que el cerebro necesita y la habilidad de los pulmones para inhalar y exhalar. Los opioides, conocidos por su capacidad para suprimir la respiración, ayudan porque logran que el cerebro pida el aire justo que los pulmones pueden dar. “En otras palabras, quitan el hambre”, dice la experta. Otros creen que la morfina actúa porque el hambre de aire activa las mismas partes del cerebro que el dolor. En las últimas horas de vida, dice Hernández, la respiración se vuelve más pausada “con apneas de menos de un minuto”, dice.
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La mayoría cree que en su lecho de muerte la gente parece dormir hasta apagarse completamente. Pero el otro síntoma, la agitación terminal, se encarga de que no sea así. Según Hernández, 86 por ciento de los pacientes terminales tienen delirio y cuando este es hiperactivo “viene con alucinaciones o hiperactividad motora. Quieren pararse o buscan con las manos cosas en el aire”, dice. Algunos se quejan de incomodidad o gritan e incluso padecen de episodios psicóticos. Las causas de este tormento pueden ser la retención de orina, la falta de aire, el dolor o las anormalidades metabólicas. Para Manning Peskin no es raro que esto suceda. Después de todo, dice ella, “nos retorcemos y lloramos al nacer a este mundo y hacemos lo mismo al dejarlo”.
En un mundo donde cada vez hay más cuidados paliativos y hospicios, es muy raro que los pacientes mueran con dolor. “La prioridad no es la medicación, sino la tranquilidad del paciente y sus familiares”, concluye.