VIDA MODERNA

¿Se pierde un vino si la llamada mosca de la fruta se posa sobre sí?

Es bien sabido que el alcohol inhibe los gérmenes. De hecho, esa es una de las razones por las que el vino puede conservarse tanto tiempo.

Redacción Semana
13 de septiembre de 2023
Una drosophila de ala manchada (Drosophila suzukii) se asienta sobre una uva de vino tipo portugués en el viñedo de la familia Mohr en Bensheim an der Bergstrasse, Alemania, el 10 de septiembre de 2014 (Foto de Fredrik von Erichsen/Picture Alliance vía Getty Images)
Una drosophila de ala manchada (Drosophila suzukii) se asienta sobre una uva de vino tipo portugués en el viñedo de la familia Mohr en Bensheim an der Bergstrasse, Alemania, el 10 de septiembre de 2014 (Foto de Fredrik von Erichsen/Picture Alliance vía Getty Images) | Foto: picture alliance via Getty Image

Nos servimos una copa fría de nuestro vino blanco favorito y estamos a punto de darle un sorbo cuando una mosca de la fruta se posa en ella. La mosca está claramente muerta. Pero, dado lo que sabemos sobre los lugares donde pasan el tiempo las moscas, inmediatamente nos surge una pregunta: ¿es seguro beberlo?

A pesar de su saludable nombre, las moscas de la fruta (especie Drosophila) comen alimentos en descomposición. Se pasean entre cubos de basura, montañas de abono o cualquier lugar donde caiga comida, incluidos los desagües. Esos alimentos en descomposición que frecuenta son ricos en gérmenes que la mosca puede recoger en su cuerpo y transferir al siguiente lugar donde se posa. Entre ellos bacterias como E coli, Listeria, Shigella y Salmonella.

Mancha de vino
Mancha de vino - Imagen de referencia | Foto: Getty Images/iStockphoto

Cualquiera de estos microbios puede causar una infección potencialmente grave incluso en personas sanas. Con eso en mente, parece lógico pensar que, si la mosca de la fruta puede haber depositado en el vino microbios potencialmente letales, lo mejor es tirarlo al fregadero y servirnos otra copa.

Sin embargo, la evidencia científica sugiere que hacerlo probablemente supondría desperdiciar una buena copa de vino. El vino suele tener entre un 8 % y un 14 % de etanol y un pH de entre 4 y 5. Un pH inferior a 7 se considera ácido, que es hostil para las bacterias.

Alcohol antigérmenes

Es bien sabido que el alcohol inhibe los gérmenes. De hecho, esa es una de las razones por las que el vino puede conservarse tanto tiempo. Varios estudios de laboratorio han demostrado, además, que los efectos combinados del alcohol del vino y los ácidos orgánicos, como el ácido málico –presente en la uva y en el vino–, pueden impedir el crecimiento de E coli y Salmonella.

Dado que todos los tipos de vino (tinto, blanco o rosado) son antibacterianos por naturaleza, los gérmenes depositados en el vino por una mosca sufrirían daños que reducirían su aptitud para la infección. Así que, con toda probabilidad, el vino contaminado podría beberse sin efectos nocivos.

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Foto de referencia sobre vinos | Foto: Wine Fest / Especial para El País

Es difícil sobrevivir a los ácidos del estómago

Es más, si algún germen sobrevive a los efectos del vino y nos lo bebemos, tendrá que lidiar con los fluidos altamente ácidos del estómago humano. En general, los gérmenes causantes de intoxicación alimentaria son muy sensibles al ácido, que daña su ADN. Y, en concreto, el ácido estomacal puede incluso matarlos. En el estómago, los gérmenes también deben superar otras barreras potencialmente mortales, como las enzimas digestivas, la mucosidad y las siempre vigilantes defensas del sistema inmunitario. En definitiva, es bastante improbable que los gérmenes depositados por las moscas en una copa vino puedan provocar una infección.

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El consumo de vino - imagen de referencia | Foto: Getty Images

A menos que tengamos fobia a los gérmenes, sugiero que retiremos la mosca y nos bebamos el vino. Si queremos proteínas adicionales, incluso podemos tragárnoslo. No cambiará el sabor, y nuestro sistema digestivo simplemente procesará la mosca como cualquier otra proteína. ¡Salud!

Por: Primrose Freestone

Senior Lecturer in Clinical Microbiology, University of Leicester

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation

The Conversation