"SOLLADEZ" Y CARNE ASADA

"Andrés carne de res", un restaurante peculiar para los fines de semana

10 de diciembre de 1984


Si un día de fin de semana usted va en su automóvil por la autopista del Norte con dirección a Chía y como a los 30 minutos de recorrido desvía y toma la variante de Proleche por la carretera a Cota, a menos de 500 metros es probable que tropiece con una larga fila de carros que le recuerdan las épocas de racionamiento de gasolina. Usted se baja intrigado y con el presentimiento de que algo insólito está ocurriendo, de que seguramente hay algo digno de verse. Luego, se sorprenderá al encontrarse con otra larga fila, pero esta vez de personas, hombres, mujeres y niños que, cosa curiosa, guardan rigurosamente el turno. ¿A qué se debe la aglomeración de 40 o más personas, la larga fila de automóviles en un sitio, como cualquier otro, de la sabana de Bogotá? La respuesta comienza a percibirse en el inconfundible olor a carne asada. La boca se le hace agua y en pocos segundos averigua que está en "Andrés carne de res", un restaurante que en poco tiempo se ha convertido en el lugar por excelencia para salir a airear la familia los fines de semana. Y para darse el gusto de saborear una esquisita carne a la brasa.

Un ranchito de madera, rodeado con dibujos del sol, la luna y las estrellas, que más parece sacado del cuaderno de dibujo de un niño, es la sede del restaurante. Adentro, toda suerte de objetos artesanales, vasijas de barro y muñecos de fique, cuelgan del techo y alternan con racimos de plátano, yuca, cebolla y calabaza que dejan la sensación de una pequeña plaza de mercado enclavada en el centro de un almacén de objetos típicos, con el aire inconfundible de un bistrot francés. En el centro, una chimenea chisporroteante, le da calor de hogar a las 15 mesas de madera rústica y pedazos de troncos. Sus paredes son verdaderas carteleras en donde aparecen anécdotas, poesías escritas por clientes, y dibujos del restaurante realizados por los niños que lo visitan. Pero el atractivo del ambiente no es solamente el quid del éxito del lugar, sino la carne ricamente preparada, servida en parrillas de hierro colado que la mantienen caliente, y acompañada con fresca ensalada.

¿Quién es el artífice de ésto?. Un joven de 28 años, Andrés Jaramillo. Emprendedor como buen paisa que se respete, decepcionado de su vida de estudiante decidió hace dos años abandonar la carrera de economía en la Universidad Nacional, para dedicarse a algo diferente. El proyecto original tenía más de filantrópico que de gastronómico: montar una "casa de la cultura" entre Chía y Cota con dos de sus hermanos y quien es hoy su mujer, la antropóloga María Estela Ramírez. Ante el fracaso del proyecto inicial, optaron por la modalidad de lo que ellos llaman "el restaurante atípico" que, hoy por hoy, les deja una no despreciable suma cercana al medio millón de pesos cada fin de semana. Con su barba y pelo largo, mezcla de profeta y hippy, Andrés Jaramillo cuenta que el éxito ha sido tal que ha ampliado el local tres veces, que ya es dueño del lote que inicialmente tomara en arriendo y que sus hermanos y amigos ya no son los únicos clientes con que cuenta el restaurante.

"Andrés carne de res" es definitivamente un sitio peculiar, marcado con un cierto toque parisino, a pesar de que su dueño nunca ha salido del país. Su ambiente sencillo e informal, es amenizado por las espontáneas performances de su dueño que, a más de carpintero, pintor y cocinero, no tiene el menor inconveniente en tomar el micrófono para invocar dioses que detengan los aguaceros, o pasar de mesa en mesa echando incienso a los comensales. Frescura, "solladez", informalidad y buen humor son los ingredientes principales para sazonar un fin de semana con una jugosita carne a la plancha y la familia en pleno, incluyendo los suegros, servida por una bonita mujer y un barbudo que parecen más bien salidos de un pesebre.--