Salud mental
¿Por qué se suicidan los médicos?
La reciente muerte de un apreciado pediatra despertó nuevamente las alarmas de la comunidad médica sobre la problemática de la salud mental entre estos profesionales. El psiquiatra Ariel Alarcón ofrece algunas respuestas a este interrogante.
*Por Ariel Alarcón
¿Qué pudo pasar por la mente y por el corazón de un profesional al servicio de la vida, para decidir acabar con la suya, por su propia mano? Algo muy grave, sin ninguna duda y, en muchos casos específicos la verdad íntima nunca se sabrá. Por eso mismo es que la propia ciencia médica ha tratado de contestar varias preguntas trascendentales y de generar alternativas eficaces en torno a esta conmovedora problemática.
Según un estudio reciente llevado a cabo por la doctora Deepika Tanwar, del Programa de Psiquiatría del Harlem Hospital Center, en Nueva York, publicado en el portal Medscape y presentado en el último Congreso Anual de la American Psychiatric Association (APA) de 2018, el riesgo de morir por suicidio entre los médicos hombres es el doble que en la población general y en médicas mujeres es el triple o el cuádruple. Una de las conclusiones del estudio es que los médicos tienen un riesgo de suicidarse mucho mayor que cualquier otra profesión.
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¿Por qué se suicidan los médicos?
Más allá del hecho evidente que los profesionales de la salud conocen mejor que nadie los mecanismos fisiopatológicos que los pueden llevar a morir y tienen muy fácil acceso a ellos, hay otras razones importantes que fatalmente pueden pasar desapercibidos, incluso para los mismos doctores, y en las facultades de medicina.
1. Estrés
Los médicos soportan silenciosamente una grave sobrecarga laboral. Así lo advirtió Leonid Eidelman, nuevo presidente electo de la Asociación Médica Mundial (AMM), quien aseveró: que “los médicos en el mundo sufren una ‘pandemia de agotamiento’ que pone en riesgo tanto su salud, como la de la sociedad en general. El agotamiento de los médicos es síntoma de un problema mayor, un sistema de salud que sobrecarga de trabajo cada vez más a los médicos y subestima sus necesidades en salud”, dijo en su discurso de posesión, afirmando además que “casi la mitad de los 10 millones de médicos en el mundo tienen síntomas de agotamiento, incluida fatiga emocional, desvinculación interpersonal y una baja sensación de logros personales”. Parte del problema recae en el hecho de que muchos médicos devengan insuficientemente, por lo que duplican sus jornadas laborales, descansan poco y están en constante riesgo de cometer errores.
Cuando Eidelman hizo estas aseveraciones, seguramente tenía en mente un famoso estudio llevado a cabo por el Dr. Tait D. Shanafelt del departamento de medicina interna de la Clínica Mayo, quien sorprendió al mundo médico con una publicación aparecida en la revista Archives of Internal Medicine en la que demostró que casi la mitad de los médicos norteamericanos presentaban síntomas de estrés severo, de agotamiento profesional o burnout y de muy poco disfrute de su trabajo. Según él, uno de cada dos médicos no disfruta con el ejercicio de su profesión.
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Otros tres aspectos que incrementan el estrés entre los médicos, que destaco en el libro Médicos bajo estrés, son la alta autoexigencia de estos profesionales; su tendencia a la competitividad; y la sobrecarga emocional generada por el hecho de atender a otros seres humanos en situación vulnerabilidad y de alto sufrimiento emocional. La autoexigencia es connatural a la formación médica y es estimulada por las facultades donde a los doctores en formación se les exige dar lo mejor de sí, el lado negativo de ese factor es que después ellos viven bajo constante presión, no toleran cometer faltas y, cuando algo va mal en la atención de los pacientes, se sienten muy culpables -aunque no lo sean- y se ‘castigan’ fuertemente. A esto se le suma la alta competitividad y autoritarismo cultivados también en las facultades y mantenidos en muchas instituciones de salud, las cuales hacen que estos tiendan a ver a sus colegas y jefes más como rivales que como compañeros, aislándolos, limitando sus posibilidades de buscar y recibir apoyo.
2. Depresión
La profesión médica no es ajena al incremento general de la depresión en la sociedad, por el contrario, la sufre mucho más. Una depresión que pase inadvertida y no sea tratada es un factor de riesgo muy importante para el suicidio. Así lo corroboró el Dr. Keith Hawton y su grupo del centro de investigación sobre el suicidio de la Universidad de Oxford, quienes usaron la metodología de autopsias psicológicas para su investigación. Encontraron que de un grupo de médicos que se habían suicidado, un porcentaje muy alto de ellos (19 de 29) habrían tenido un diagnóstico de trastorno depresivo. El siguiente diagnóstico más frecuente fue abuso o dependencia de alcohol o de sustancias. Si al coctel del estrés y la falta de disfrute del trabajo, le sumamos las gotas amargas de la depresión, el riesgo para estos profesionales incrementa considerablemente.
3. Estigma
¿Qué razón puede existir para que, siendo profesionales de la medicina y habiendo estudiado nociones de psiquiatría en su pregrado, no consulten cuando sientan síntomas depresivos en sí mismos? La respuesta tiene varias aristas, ya que, además de las nombradas autoexigencia y competitividad, el miedo al estigma y la negación oscurecen el panorama. Por temor a sentirse señalados como enfermos mentales o ‘débiles’, muchos médicos se resisten a buscar la ayuda psiquiátrica que podría salvarles la vida. Un factor inconsciente presente en muchos casos es la negación, según la cual muchos doctores se resisten a admitir que están teniendo problemas emocionales y mentales, y creen erróneamente que esforzándose aún más pueden solucionar sus problemas, lo cual solo conduce a un mayor agotamiento y decepción.
Hay esperanzas
Mientras el gremio médico no deja de soñar con utopías en las que sus miembros dignifiquen su profesión, sean mejor remunerados y puedan descansar lo que necesitan, hay que tener en cuenta que, de las dos medidas de mayor comprobada eficacia en la prevención del suicidio, la primera resulta inocua en su caso: la limitación al acceso de los medios para suicidarse. Esto aumenta la presión sobre la necesidad de los esfuerzos para preservar la vida de estos valiosos profesionales, una de las principales, mas no la única, es la educación sobre la depresión.
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Así como todos los médicos les insisten hasta la saciedad a las mujeres para que se autoexaminen los senos para prevenir el cáncer de mama, la sensibilización y desestigmatización en torno a la depresión pretende que los doctores sean humildes, se autodiagnostiquen y busquen rápidamente la ayuda de un psiquiatra frente a la menor sospecha. Por otro lado, varias facultades de medicina del país están comenzando a modificar las culturas educativas basadas en el narcisismo, autoritarismo y competitividad, y han emprendido programas de educación y entrenamiento en “habilidades blandas” de autocuidado, empatía, felicidad y solidaridad, una de las cuales es el entrenamiento en mindfulness.
Todo esto permite pensar que hay razones para la esperanza. En la medida en que el cuerpo médico se ponga la mano en el corazón, sensibilice a todos sus miembros sobre su propia problemática mental, gremial y emocional, de tal modo que cada uno se responsabilice de implementar las buenas prácticas que conduzcan al incremento de su propio bienestar, satisfacción y felicidad, y no dude ni un minuto en buscar oportunamente la ayuda que le podrá salvar su vida.