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¿Teletrabajar sí es el futuro?
Tras cuatro meses de este experimento forzado, muchos creen que trabajar desde casa ha sido un fracaso. Esta es la evidencia científica de que el modelo podría ser insostenible a largo plazo. Experiencias pasadas no han sido tan exitosas.
Por la pandemia la moda del teletrabajo pasa por su mejor momento. La mitad de los estadounidenses laboran hoy desde sus casas (más del doble que entre 2017 y 2018); y Japón, el país con el menor uso de este modelo de las naciones desarrolladas, aumentó cuatro puntos porcentuales entre enero y marzo de 2020. Algo similar ocurrió en Colombia, donde antes del coronavirus “no existían más de 150.000 teletrabajadores”, según José Manuel Acosta, gerente general de Human Capital. Pero ahora, millones ejercen su oficio desde las casas y seguirán así después de esta contingencia.
Es el caso de David Rubiano, un ingeniero de sistemas que trabaja en un banco y no piensa volver a la oficina. “Me dieron la noticia hace unas semanas, y la verdad estoy muy contento. Me rinde más, controlo mis tiempos y comparto con mis mascotas”, asegura. Lo mismo dice Lisa Díaz, una diseñadora colombiana que vive en Italia. “La marca con la que trabajo cerró algunas oficinas porque nos fue muy bien con el teletrabajo. Ahora solo nos reunimos en un café cada ocho o 15 días con mi jefe para cosas específicas. A mí me encanta porque no gasto tiempo ni plata en transporte”, cuenta.
En efecto, como David y Lisa, los estudios muestran que trabajar fuera de la oficina tradicional tiene sus beneficios: aumenta la satisfacción laboral, mejora la productividad y reduce costos innecesarios. En 2012, por ejemplo, la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos dejó que un grupo de trabajadores decidieran dónde querían vivir. Luego de varios años, la Universidad de Harvard publicó un estudio con sus casos. Quedó en claro que quienes optaron por el teletrabajo aumentaron 4 por ciento su productividad. Lo mismo ocurrió con un estudio de call centers en China y otras empresas que han aplicado el modelo en Estados Unidos, Europa y Asia.
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Por supuesto, no todos los trabajos pueden migrar a la virtualidad. Pero Juan Guillermo Sandoval, psicólogo e investigador de la Universidad de La Sabana, explica que esta sensación de bienestar generalizada obedece a que las personas hoy valoran más la flexibilidad, el tiempo adicional con la familia y las distracciones reducidas.
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No obstante, algunos precedentes de talla mundial indican que la línea entre el éxito y el fracaso del teletrabajo es muy delgada. El caso más emblemático es el de IBM, una de las compañías pioneras en el modelo en la década de los ochenta. Hasta 2009 la multinacional se jactaba de que “el 40 por ciento de sus 386.000 trabajadores de 173 países no tenían oficina”, lo que les permitió ahorrar más de 100 millones de dólares anuales. Pero el idilio acabó en desastre. En 2016, la compañía anunció que obligaría a miles de sus trabajadores a volver a las oficinas, y quienes no quisieran debían renunciar. Tomó la medida por la caída estrepitosa de sus ingresos y, en parte, porque compañías como Google estaban demostrando su éxito con sus oficinas amigables, que fomentaban el trabajo en equipo y la creatividad.
No solo IBM se ha echado para atrás con sus políticas de teletrabajo. En la lista aparecen compañías como Yahoo, Aetna, Bank of America, Reddit y Best Buy. Esta última eliminó su programa en 2013 con el argumento de que el modelo daba demasiada libertad a los empleados. “Cualquiera que haya dirigido un equipo sabe que la delegación no siempre es el estilo de liderazgo más efectivo”, dijo entonces el presidente ejecutivo, Hubert Joly. Porque uno de los grandes dilemas del teletrabajo es cómo transformar de manera efectiva la teoría del liderazgo a la virtualidad, que en su forma tradicional “está centrada en que el líder sigue muy de cerca a sus pupilos”, explica Sandoval.
Con una pantalla esto es prácticamente imposible y Ben Waber, científico del MIT y cofundador de Humanyze, lo demostró en un reciente análisis. Tras examinar la experiencia del teletrabajo en varias compañías durante la pandemia, encontró que la comunicación entre los trabajadores y sus jefes se redujo más del 30 por ciento. Algo preocupante, pues además de la dificultad de medir la productividad, esta falta de contacto hizo que muchos se sintieran marginados, perdieran la identidad con la empresa y, al mismo tiempo, vieran disminuida la capacidad de creatividad e innovación. Al fin y al cabo, trabajar de esta manera sigue siendo muy impersonal.
Es cierto que la tecnología permite una conexión 24/7, pero la investigación sugiere que no es suficiente. A las personas les resulta más difícil generar cohesión y confianza en línea, y la llamada “fatiga del Zoom”, que muchos experimentan hoy, es el mejor ejemplo. A esto se suman los malentendidos que surgen a diario en una conversación virtual. Cualquiera que haya pasado mucho tiempo en las redes sociales sabe lo fácil que resulta malinterpretar con una pantalla de por medio.
Timothy Golden, uno de los expertos que más han estudiado el trabajo remoto, hizo un hallazgo clave sobre en qué punto empiezan a torcerse las cosas. Descubrió que la satisfacción del teletrabajo crece según la cantidad de horas flexibles, pero se estanca en un punto: específicamente, tras superar las 15 horas semanales. Sostiene que después de ese periodo, los trabajadores empiezan a sentir “sensación de aislamiento”, o “mayor dificultad para comunicarse”, y entonces la empresa y las personas corren el riesgo de reducir sus ganancias. Más allá de las pérdidas empresariales, muchos creen que este modelo afectaría la posibilidad de hacer carrera o ascender. Por eso, desde la perspectiva de Golden, más de dos días de trabajo remoto a largo plazo, fuera de la pandemia, no son recomendables.
Sandoval hizo una encuesta con 1.250 colombianos en mayo de este año sobre el teletrabajo, y también puso en evidencia que la gente “está produciendo más, pero a un costo físico y emocional alto”. El trabajo muestra que el 58 por ciento estaría trabajando a mayor velocidad y el 64 por ciento hace un mayor esfuerzo por cumplir las expectativas. Pero al mismo tiempo, más de la mitad no puede decidir cuándo comienza ni termina su jornada, y 64 por ciento trabaja más de diez horas diarias. Eso ratifica lo que muchos ya sospechaban: la mayoría de los países aún no tienen reglas claras sobre este modelo. Eso no solo podría aumentar el riesgo de fracaso económico, sino el deterioro de la calidad de vida a largo plazo.
Todos estos obstáculos indican, según el economista Mario Valencia, que una vez pase la pandemia, el teletrabajo volverá a ser un ideal romántico para muchos y una realidad para pocos, pues este experimento forzado demostró que es imposible reemplazar toda la economía con este sistema. “La riqueza de los países se ha construido con interacción social y no veo cercano un cambio cultural global en ese aspecto”. Plantea, entonces, que cuando las condiciones lo permitan, la mayoría de la gente volverá dichosa a la oficina. Y aquellos que decidan asumir el reto de mantener el teletrabajo deberán recorrer todavía un largo camino.“Seguramente surgirá un modelo mixto de trabajo en casa y presencial que permita socializar con colegas o compañeros de trabajo”, concluye Acosta.