CRIANZA

La epidemia de ‘terapitis’

Los niños menores de 5 años son cada vez más objeto de terapias, un fenómeno que no existía en el pasado. Algunos creen que la tendencia es exagerada.

25 de junio de 2016
| Foto: Ing Image y Javier de la Torre

Después de conversar con varios amigos y vecinos, Sofía Martínez comenzó a preocuparse porque Samuel, su hijo de dos años y medio, no pronunciaba palabra y parecía no tener ningún interés en hablar. En medio de su angustia comenzó a comparar las habilidades de otros niños y, desesperada, buscó respuestas. Consultó a tres pediatras, un neurólogo y un otorrinolaringólogo, y aunque esperaba el peor de los diagnósticos, Samuel solo tenía un retraso simple del lenguaje como resultado de la sobreprotección de sus papás.

El niño tuvo que iniciar un proceso para ‘soltar la lengua’ por recomendación del especialista. Pero esa no fue la única terapia que le recetó. Poco después Samuel empezó una segunda para aprender a untarse sustancias como pintura y perder el miedo a explorar diferentes texturas. Ambas actividades han implicado tiempo, esfuerzos económicos y cuestionamientos sobre el desarrollo de Samuel.

Como Sofía, muchos padres de familia y sus hijos son víctimas de la llamada ‘terapitis’, el exceso de terapias para fortalecer ciertas debilidades o potencializar habilidades. Por ejemplo, a algunos niños les cuesta un poco más colorear, cortar con tijeras, socializar, seguir instrucciones, subir escaleras, jugar en el columpio, ensuciarse, prestar atención y hasta compartir las onces. Para solucionar todas estas falencias existe hoy una actividad de refuerzo.

Si bien actualmente un amplio grupo de niños menores de 5 años están vinculados a ellas, los expertos aseguran que muy pocos de ellos responden al diagnóstico de un experto calificado. Y aunque unas sí pueden ser necesarias y para ellas hay profesionales capacitados, algunas personas creen que se abusa del tema. Su mejor argumento es que generaciones anteriores sobrevivieron a las adversidades de la vida sin este tipo de ayudas y no han tenido limitaciones. ¿Acaso hoy se buscan hijos perfectos?

Para algunos expertos la raíz de la terapitis está en el estilo de vida actual. El mundo de hoy ha generado pequeños con muchas deficiencias ante el poco tiempo que los padres dedican a estimularlos en casa. Cada vez más se reducen los espacios para jugar y los padres participan muy poco en el proceso lúdico. Además los papás hoy tienden a favorecer que los niños jueguen con aparatos tecnológicos antes que las actividades motoras gruesas, como correr, saltar, escalar, balancearse y explorar el entorno. “Los niños juegan menos en los parques y en los colegios están cada día más interesados en las actividades académicas que en las relacionadas al desarrollo del aprendizaje”, dijo a SEMANA Claudia Rozo, terapeuta ocupacional de la Universidad del Rosario.

De hecho, en el juego los menores tienen el espacio adecuado para desarrollar habilidades, conocerse a sí mismos, explorar roles, y además para socializar. Jugar facilita las habilidades necesarias para aprender, relacionarse con otros y posteriormente desarrollarse en su pensamiento y capacidad ocupacional.

Annie de Acevedo, psicóloga infantil, lo ratifica al explicar que los niños de ahora tienen muchos problemas como resultado de las circunstancias que les tocó vivir. Deben enfrentar familias disfuncionales, peleas frecuentes entre sus papás y cada vez son más escasos los momentos juntos. También critica fuertemente el uso de las tecnologías, las ocupaciones de los padres y su afán por llenar de cosas materiales a los hijos.

Otros terapeutas creen que la raíz del problema está en la fuerte competencia y las presiones sociales que enfrentan los niños en la actualidad. A ellos se les exige siempre ser los mejores y cuando no lo logran terminan señalados o rotulados. Se escuchan frases como “es que es hiperactivo” o “tiene problemas de aprendizaje”.

En ese escenario, desde que el niño nace, y durante toda su escolaridad, los papás los comparan con los hijos del vecino o con los de su mejor amigo. Esa actitud lleva a que busquen muchas alternativas para estimularlos, lo que produce un exceso de actividades extracurriculares que ocupan la mayor parte de su tiempo libre. Además de esto, a veces optan por estas terapias para corregir sus falencias.

Pero en esta angustia porque su hijo no se quede atrás se les olvida que los individuos aprenden a ritmos distintos y no se puede tener talento para todo. Felipe Noguera, director y fundador del jardín infantil El Arca de Noé, considera errado pensar que si el niño a los 3 años no camina, corre, habla, brinca y hace de todo es por falta de estimulación. “Eso es mentira. Todos tenemos unos ritmos de vida. Todos somos buenos para algo, malos para algo. No hay que estandarizar tanto a los niños. Hay algunos que aprenden muy pronto, hay otros que se demoran. Eso en el fondo no significa nada. Hay unos que se demoran mucho en hablar y luego son unos niños maravillosos, genios”.

Algunos expertos ven las terapias como algo positivo e importante para el futuro. Argumentan que no hacerlas en la infancia puede llevar a que ciertas cosas cuesten un poco más de trabajo y tiempo en la adultez, o simplemente se pierda para siempre la oportunidad de aprenderlas. Para Luz Helena Buitrago, directora de la especialización de Psicología Clínica y Desarrollo Infantil de la Universidad del Bosque, “lo más importante es no darle la terapia por dársela o porque la profesora dijo. Lo importante es saber para qué y por qué la requiere. Siempre debe haber un buen proceso de evaluación con un profesional requerido”, enfatizó a SEMANA.

Y precisamente el buen diagnóstico es una de las complejidades del fenómeno, porque los papás corren a llevar a los niños a las terapias sin un diagnóstico serio. Por esta razón, es necesario contar con un especialista y un proceso para evaluar si el niño en realidad necesita fortalecer temas relacionados con el aprendizaje, motricidad o comportamiento. En ciertos casos ellos solo necesitan acompañamiento en casa o que los estimulen sus papás, quienes juegan un papel fundamental en su progreso.

Los menores de 5 años asisten con más frecuencia a terapias porque esa es la etapa más sensible en el desarrollo. Es cuando hay un mayor crecimiento y plasticidad en su corteza cerebral. Todas las actividades en las que se involucran, como jugar, untarse, conocer otras texturas y explorar aspectos sensoriales y afectivos son fundamentales para el aprendizaje.

Pero aun cuando sean necesarias las terapias, como todo, tienen un límite y los papás deben tomar decisiones cuando no vean avance alguno en lo que se busca mejorar. También en los casos en los que no se tiene claro el objetivo, o si el niño se encuentra desmotivado o genera resistencia. Ese fue el caso de Ángela Torres. Su hijo Jaime, hoy de 16 años, de niño tuvo que recibir terapias para mejorar su lenguaje y combatir el déficit de atención, hasta que él manifestó que estaba cansado. El neurólogo recomendó medicarlo hasta que entrara a la universidad, pero la mamá se rehusó ante la sola de idea de que un niño tan pequeño tuviera que tomar medicinas por tanto tiempo. Jaime aprendió a su ritmo y manera y en la actualidad está a poco de graduarse de bachiller y tiene un talento especial para la música.

Los expertos en general aconsejan, para no caer en la tendencia de la ‘terapitis’, que todos hagan un esfuerzo: los padres deben dedicar más tiempo a jugar con ellos al aire libre y establecer una disciplina en la casa “con reglas, consecuencias, límites y rutinas claras”, según Acevedo. En muchos casos los papás son quienes necesitan terapia, y no el niño. Los jardines deben asumir más actividades lúdicas que académicas pues a través del juego también se aprende. Y los terapeutas deben ser más transparentes a la hora de recetar las terapias, pues como lo dice Buitrago “muchos problemas pueden resolverse en casa con un simple refuerzo”.

El mensaje es que no siempre el niño que hace algo más pronto es mejor. Tampoco hay que creer que deben aprender de todo para que no se atrasen o queden en desventaja frente a los demás. Hay que respetar los ritmos naturales de aprendizaje, pero principalmente, hay que recordar, como dice Noguera, que “los niños tienen que ser niños primero que todo”.