PSIQUIATRÍA
¿Por qué es importante el debate sobre la salud mental de Trump?
Si el presidente está capacitado o no para ocupar el cargo ha sido un asunto que se discute desde que asumió el poder. El tema tiene divididos a la nación y a los psiquiatras y revivió esta semana cuando llamó "países de mierda" a ciertas naciones. "Él causa angustia, pero no la sufre", dicen expertos.
La salud mental de Donald Trump y su competencia para ocupar el cargo más importante del mundo han sido objeto de discusión desde que el multimillonario era candidato, y en varias oportunidades durante su agitado primer año de gobierno el tema ha generado acaloradas polémicas. Pero esta semana el asunto tomó una nueva dimensión gracias al libro Fire and Fury del periodista Michael Wolff, quien describe al mandatario como impaciente, incapaz de enfocarse, repetitivo y disperso.
De acuerdo con fuentes de Wolff, cercanas a Trump, la capacidad mental del presidente estaría diluyéndose y entre los posibles diagnósticos se barajan desde el desorden de personalidad narcisista, que explicaría su falta de empatía y la necesidad infinita de admiración, hasta algún tipo de demencia. Además, este debate se volvió a calentar cuando dijo, esta semana, que Estados Unidos no debería recibir inmigrantes de "países de mierda", en referencia a algunas naciones latinoamericanas.
Entre los demócratas la hipótesis de que Trump no es una persona confiable psicológicamente para este cargo ha hecho carrera, pero a la luz de los nuevos acontecimientos más miembros del congreso de las filas del partido republicano estarían preocupados seriamente por el asunto.
Prueba de la intranquilidad que genera el tema en Washington es que la psiquiatra Bandy X. Lee, profesora de la Universidad de Yale, fuera citada esta semana por miembros del Congreso para hablar sobre dicha cuestión. Lee, autora del libro The dangerous case of Donald Trump, que salió a la luz hace un año, es parte de un grupo de prominentes expertos en salud mental que de un tiempo atrás viene escribiendo sobre los riesgos de tener una persona como Trump al mando de los códigos nucleares.
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Solo en el libro de Lee, 27 profesionales de las más prestigiosas universidades de ese país hacen un evaluación de la salud mental del presidente y el diagnóstico es que se trata del hombre más peligroso del mundo. Con el libro de Wolff, en el que muchos "lo tachan de idiota utilizando la enorme gama de sinónimos que la palabra tiene", tal y como lo dice el columnista Sergio Muñoz, el tema pasó a la primera plana de la prensa mundial.
Aunque en psiquiatría es considerada una falla ética hacer diagnósticos de la salud mental de personas que no han sido sus pacientes y en Estados Unidos existe la regla Goldwater establecida en la década del sesenta que lo prohíbe expresamente, Lee señaló que los psiquiatras deben intervenir cuando un individuo o una comunidad están en riesgo, y los síntomas que se observan en el comportamiento del presidente Trump han llegado a ese nivel de peligro.
"El señor Trump está mostrando señales de disfunción que la persona promedio no puede detectar. Está volviéndose en corto tiempo muy inestable y hay necesidad de hacer una evaluación neuro psiquiátrica que demuestre su capacidad de servir", dijo la experta a los medios.
Entre esos comportamientos que la gente del común no estaría advirtiendo están los cambios en su manera de hablar ocurridos en los últimos 12 meses. Según los expertos, en el pasado Trump podía formar frases largas y complicadas en secuencias lógicas de pensamiento y usando adjetivos, pero en los más recientes videos usa un léxico más pobre, con muchos más superlativos como ‘lo mejor‘ y frases más cortas. A veces olvida palabras y muchas veces divaga. Hubo un incidente en el que alzó un vaso con sus dos manos de una manera que sería sospechosa para un médico. En otra oportunidad no articuló bien las palabras en un discurso pero, a manera de explicación, la Casa Blanca dijo que había sido porque sufría de resequedad en la garganta. Muchos creen que estos problemas cognitivos pueden ser una señal de demencia, que no sería rara a su edad.
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No es la primera vez que un mandatario sufre problemas mentales en su gobierno. Para nadie es un secreto que Ronald Reagan tuvo que lidiar con los primeros síntomas de alzhéimer mientras despachaba desde la oficina oval y, de hecho, apenas cinco años después de dejar el cargo fue diagnosticado con el mal. También es conocido el caso de Abraham Lincoln, cuya depresión clínica le causó varios colapsos nerviosos. Sin embargo, hasta el momento ningún presidente de ese país ha tenido que abandonar la Casa Blanca por problemas de esta índole.
Ante las sugerencias de que Trump ha perdido facultades cognitivas, como consta en el libro de Wolff, muchos creen que el Congreso podría echar mano de la enmienda 25 por la cual un presidente juzgado como incapaz para ejercer las responsabilidades de su cargo debe abandonar y dejar a su vicepresidente asumir funciones. Muchos ven esta posibilidad aún muy remota debido a que no existe evidencia para probar dicha incapacidad, pues hasta ahora todos aquellos que han hablado públicamente de su salud mental hasta el momento no lo han examinado de manera clínica.
El presidente tenía programado someterse a exámenes físicos el viernes, pero la auscultación no incluía aspectos de su salud mental y él mismo tendrá la potestad de decidir qué información de ese chequeo se divulgará públicamente. Esto ha sido visto por muchos como una mala señal, pues rutinariamente una persona de su edad recibiría un examen exhaustivo, no solo físico sino mental, y la pregunta es por qué no hacerlo con quien ocupa el primer cargo del país. "Si usted es un buen médico internista debe ver estos problemas para diagnosticarlos y tratarlos”, dijo Gail Saltz, profesora de psiquiatría de Nueva York a CNN. "Me sorprende que la Casa Blanca no haga ese tipo de examen", advirtió.
Muchos discuten, sin embargo, si tener una enfermedad mental debería descalificar a los políticos de su cargo. Según Nassir Ghaemi, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Tufts y autor del libro First rate madness, es un error rechazar a un líder por problemas mentales, pues esa posición habría privado al mundo de personajes como Winston Churchill y Abraham Lincoln, quienes a pesar de su depresión en tiempos de crisis estuvieron a la altura de las circunstancias. Él llama a este fenómeno la ley inversa de la locura y usando el ejemplo de Churchill, explica que fue su depresión la que le fomentó una mayor empatía y le ayudó a ver la amenaza nazi mucho antes que otros, lo que en últimas le permitió derrotar a Alemania. Mientras tanto, su antecesor Neville Chamberlain, un respetado hombre de negocios de Birmingham, "encantador, sobrio, inteligente y en sus cabales”, no fue capaz de prever los pasos de animal grande que daba Alemania bajo las órdenes de Adolfo Hitler.
Para Ghaemi, las enfermedades mentales resaltan el liderazgo en tiempos de crisis y, por tanto, en esos momentos es mejor ser gobernados por gente relativamente enferma que por los más equilibrados. "La mayoría de autores mencionan esta condición como un impedimento que hay que superar. Yo digo que la depresión fue importante en su liderazgo porque mejoró esa habilidad para llevar a un país a buen puerto", señaló el experto. No obstante, el experto dice que aquí se debe aplicar el principio de Ricitos de Oro, que establece que todo es bueno, pero solo en moderación. Como le explicó el autor a SEMANA, el tema no es defender la esquizofrenia o la psicosis, sino ciertos tipos de enfermedad mental, como la depresión o la manía. "Aun síntomas severos de estas condiciones han sido útiles para la gente que las sufre, no en el momento en que las viven sino cuando se recuperan", precisó.
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Pero otra cosa opinan expertos como Lee, quien considera que este asunto no es de un individuo sino de una nación. Con ellos coinciden historiadores y expertos en política para quienes es totalmente legítimo preguntar sobre la salud mental de sus líderes. "Pienso que una vez alguien llega a la Presidencia es justo que se de ese debate”, dice Julian Zelizer, profesor de historia de asuntos públicos de la Universidad de Princenton. Algunos, incluso señalan que se debería levantarles a los psiquiatras la prohibición de hablar sobre la salud mental de personajes públicos.
Otro eje de la discusión es cuál sería la condición mental que aflige a Trump. Aunque muchos señalan que tiene el trastorno de personalidad narcisista, el psiquiatra Allen Frances, que describió los criterios del diagnóstico de dicha condición para el manual DSM, la biblia de los psiquiatras, dice que no lo es por una sencilla razón: Trump nunca da señas de angustia. "Él causa angustia, pero no la sufre", señala. También ha dicho que este debate es injusto, pero no tanto para Trump como para quienes sufren de estas condiciones. "Es un insulto que estigmatiza a los enfermos mentales (que casi siempre se portan bien y tienen buenas intenciones) ser comparados con el señor Trump (que no es ninguna de las dos)".
Con él coincide Ghaemi, quien considera que Trump probablemente no es un individuo normal en términos psicológicos, pero no lo calificaría de narcisista porque el término no significa nada ya que su existencia no ha sido probada en estudios científicos. "Cuando la gente dice que Trump es narcisista lo hace porque en efecto tiene alta autoestima pero también porque no lo quiere", dijo.
Ghaemi, considera que el mandatario más bien ha dado signos de comportamiento que encajan en la categoría de manía leve, lo cual en términos médicos se conoce como hipertimia, que no es un diagnóstico psiquiátrico sino un estado de la personalidad, como decir que es alto o de constitución delgada. "El señor Trump está en el extremo de la creatividad, extroversión y lo que los psicólogos llaman estar abierto a experiencias. Todas estas ocurren con hipertimia. Estas personas son menos empáticas, son más impulsivas, y esbozan una incapacidad de contenerse".
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Pese a la energía que se ha dedicado a discutir el asunto, algunos creen que no va a pasar nada pues se requeriría que Trump sufriera de una crisis nerviosa muy potente para poner en práctica la enmienda 25. Y lo cierto es que en este asunto hay mucho de emoción y poco de realismo. Por eso, el periodista Carlos Lozada escribió en el diario The Washington Post que resumir los problemas de Trump en un caso psiquiátrico era reduccionista, pues argumentar que sus errores se deben a su salud mental lo exoneraría de toda culpa. Alan Dershowitz, profesor de leyes en la Universidad de Harvard, señala que este acercamiento al tema es, además, peligroso. “Si no nos gusta la política de alguien, despotriquemos contra él, hagamos campaña contra él, pero no usemos el sistema psiquiátrico para atacarlo", enfatizó.