Utopias verdes

Vivir en armonía con el medio ambiente y la comunidad es la filosofía de unos modelos de vida que se están expandiendo alrededor del mundo: las ecoaldeas.

5 de noviembre de 2001

No necesitan usar carro ni bus para transportarse, no hacen compras en supermercados, no usan energía eléctrica y, lo más importante, cambiaron las ciudades por el campo. Aunque no tienen lo que muchos consideran comodidades indispensables para vivir los 12 habitantes de la Reserva Integral Sasardí, ubicada en las selvas del Darién (noroccidente de Colombia), están convencidos de que disfrutan de una mejor calidad de vida que cualquiera. Después de todo son pocos los que tienen el privilegio de vivir en medio de una quietud y de un silencio que sólo rompe el canto de una gran variedad de aves. Igualmente son pocos los que tienen la posibilidad de aprender a convivir con indígenas kunas y emberas, de estar rodeados de una quebrada de aguas cristalinas y de ser testigos de la biodiversidad del país en tan sólo 140 hectáreas.

Ellos se han amoldado a un estilo de vida sencillo en el que lo más importante es respetar la naturaleza. Comen principalmente lo que cultivan: yuca, plátano, maíz, frutas, dieta que complementan con pollo y huevos, pues tienen un criadero de gallinas. Para cocinar sólo necesitan la leña que encuentran en el suelo y para aliviar sus dolencias no han encontrado mejor solución que las plantas medicinales que siembran. En vez de inodoros utilizan letrinas secas, es decir, unos compartimientos de madera en el suelo que cubren con tierra de manera tal que se produce abono pues no desperdician ni los desechos. A simple vista pareciera que rechazaran toda forma de tecnología y sin embargo tienen teléfono y computadora. Lo novedoso es que estos aparatos funcionan gracias a la energía solar e hidráulica que generan mediante una pequeña planta. El rechazo es a los productos de la agricultura industrial (transgénicos, insecticidas) pues sólo aplican el control biológico.

Con todos estos elementos Sasardí (que en lenguaje kuna significa ‘río de los bejucos’) “es la construcción de un proyecto de vida basado en nuevos paradigmas, contrarios a los excesos consumistas de la vida moderna y cuyos principios están inspirados en el movimiento de las ecoaldeas”, como afirma Jorge David, coordinador de proyectos ambientales de la reserva. Aunque este tipo de experiencias recuerdan el estilo excéntrico de las comunas hippies de las décadas de los 60 y 70, en realidad nacieron formalmente en 1995 en Dinamarca. Su filosofía se centra en el desarrollo sostenible, en la conservación del medio ambiente, en la reducción de los índices de consumo inútiles, en la autosuficiencia alimentaria, en el rescate de las relaciones personales, en el consenso entre sus habitantes, pues no le apuestan a la supervivencia del planeta si continúa con los paradigmas consumistas actuales.

Para facilitar la convivencia cada ecovilla, independientemente de las otras, debe establecer sus propias reglas religiosas, políticas, económicas y sociales. En unas se rechaza el sistema financiero y el dinero y viven del trueque de productos que siembran, otras le dan la espalda a la tecnología y en algunos casos la ropa que utilizan los habitantes sólo puede ser elaborada por ellos. Algo sí es claro para todos los que escogen esta opción de vida: “Se trata de ser feliz”, afirma Gonzalo Palomino, ecólogo y gestor de la Red de Reservas Naturales del Tolima.

Si bien la Reserva Integral Sasardí empezó a formarse hace 16 años sólo recientemente se unió a la Red Global de Ecoaldeas y es una de las primeras experiencias de este tipo en el país que se suma a las existentes en todos los continentes del mundo. Ecoaldeas como tal en Colombia sólo hay tres: la de Sasardí, Gaviotas, en los llanos de Vichada, y Montaña Mágica, en el corregimiento de Santa Elena, cerca de Medellín, y aproximadamente 120 más en potencia pues este es el número de reservas naturales de la sociedad civil que trabajan con principios similares.

Pero no sólo en el campo es aplicable esta filosofía. En el centro de Los Angeles hay un edificio donde los apartamentos, por ejemplo, no necesitan calefacción pues están diseñados de tal manera que aprovechan la luz solar. Además tienen sistemas para reutilizar el agua y huertas para autoabastecerse. Los habitantes utilizan en su mayoría bicicletas y todos se conocen entre sí gracias a los espacios comunales. Estos apartamentos, aunque contrastan con el estilo rústico de las casas de barro, piedras y paja de las ecoaldeas campestres, prueban que dentro de las ciudades se pueden crear alternativas más favorables al ambiente y con las que se recuperen las relaciones de vecindad.

Bogotá no está muy lejos de realizar este tipo de proyectos. El año pasado el Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital (Daacd) realizó la primera convocatoria de juntas de acción comunal y organizaciones barriales de la capital para capacitar a sus miembros de manera que las comunidades sean capaces de elaborar sus propios planes de desarrollo con el fin de que sean financiados. Ecobarrios es una apuesta a mejorar las relaciones de los habitantes del sector, a recuperar los espacios públicos y a aplicar los principios del desarrollo sostenible.

Quienes trabajan en este tipo de proyectos saben que cambiar la manera como se mueve el mundo es casi una utopía. Aun así ya existen más de 800 ejemplos de ecoaldeas, un indicio de que es posible vivir en este planeta sin caer en las garras del consumismo.



Para contactarse

fundarien@edatel.net.co



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No necesitan usar carro ni bus para transportarse, no hacen compras en supermercados, no usan energía eléctrica y, lo más importante, cambiaron las ciudades por el campo. Aunque no tienen lo que muchos consideran comodidades indispensables para vivir los 12 habitantes de la Reserva Integral Sasardí, ubicada en las selvas del Darién (noroccidente de Colombia), están convencidos de que disfrutan de una mejor calidad de vida que cualquiera. Después de todo son pocos los que tienen el privilegio de vivir en medio de una quietud y de un silencio que sólo rompe el canto de una gran variedad de aves. Igualmente son pocos los que tienen la posibilidad de aprender a convivir con indígenas kunas y emberas, de estar rodeados de una quebrada de aguas cristalinas y de ser testigos de la biodiversidad del país en tan sólo 140 hectáreas.

Ellos se han amoldado a un estilo de vida sencillo en el que lo más importante es respetar la naturaleza. Comen principalmente lo que cultivan: yuca, plátano, maíz, frutas, dieta que complementan con pollo y huevos, pues tienen un criadero de gallinas. Para cocinar sólo necesitan la leña que encuentran en el suelo y para aliviar sus dolencias no han encontrado mejor solución que las plantas medicinales que siembran. En vez de inodoros utilizan letrinas secas, es decir, unos compartimientos de madera en el suelo que cubren con tierra de manera tal que se produce abono pues no desperdician ni los desechos. A simple vista pareciera que rechazaran toda forma de tecnología y sin embargo tienen teléfono y computadora. Lo novedoso es que estos aparatos funcionan gracias a la energía solar e hidráulica que generan mediante una pequeña planta. El rechazo es a los productos de la agricultura industrial (transgénicos, insecticidas) pues sólo aplican el control biológico.

Con todos estos elementos Sasardí (que en lenguaje kuna significa ‘río de los bejucos’) “es la construcción de un proyecto de vida basado en nuevos paradigmas, contrarios a los excesos consumistas de la vida moderna y cuyos principios están inspirados en el movimiento de las ecoaldeas”, como afirma Jorge David, coordinador de proyectos ambientales de la reserva. Aunque este tipo de experiencias recuerdan el estilo excéntrico de las comunas hippies de las décadas de los 60 y 70, en realidad nacieron formalmente en 1995 en Dinamarca. Su filosofía se centra en el desarrollo sostenible, en la conservación del medio ambiente, en la reducción de los índices de consumo inútiles, en la autosuficiencia alimentaria, en el rescate de las relaciones personales, en el consenso entre sus habitantes, pues no le apuestan a la supervivencia del planeta si continúa con los paradigmas consumistas actuales.

Para facilitar la convivencia cada ecovilla, independientemente de las otras, debe establecer sus propias reglas religiosas, políticas, económicas y sociales. En unas se rechaza el sistema financiero y el dinero y viven del trueque de productos que siembran, otras le dan la espalda a la tecnología y en algunos casos la ropa que utilizan los habitantes sólo puede ser elaborada por ellos. Algo sí es claro para todos los que escogen esta opción de vida: “Se trata de ser feliz”, afirma Gonzalo Palomino, ecólogo y gestor de la Red de Reservas Naturales del Tolima.

Si bien la Reserva Integral Sasardí empezó a formarse hace 16 años sólo recientemente se unió a la Red Global de Ecoaldeas y es una de las primeras experiencias de este tipo en el país que se suma a las existentes en todos los continentes del mundo. Ecoaldeas como tal en Colombia sólo hay tres: la de Sasardí, Gaviotas, en los llanos de Vichada, y Montaña Mágica, en el corregimiento de Santa Elena, cerca de Medellín, y aproximadamente 120 más en potencia pues este es el número de reservas naturales de la sociedad civil que trabajan con principios similares.

Pero no sólo en el campo es aplicable esta filosofía. En el centro de Los Angeles hay un edificio donde los apartamentos, por ejemplo, no necesitan calefacción pues están diseñados de tal manera que aprovechan la luz solar. Además tienen sistemas para reutilizar el agua y huertas para autoabastecerse. Los habitantes utilizan en su mayoría bicicletas y todos se conocen entre sí gracias a los espacios comunales. Estos apartamentos, aunque contrastan con el estilo rústico de las casas de barro, piedras y paja de las ecoaldeas campestres, prueban que dentro de las ciudades se pueden crear alternativas más favorables al ambiente y con las que se recuperen las relaciones de vecindad.

Bogotá no está muy lejos de realizar este tipo de proyectos. El año pasado el Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital (Daacd) realizó la primera convocatoria de juntas de acción comunal y organizaciones barriales de la capital para capacitar a sus miembros de manera que las comunidades sean capaces de elaborar sus propios planes de desarrollo con el fin de que sean financiados. Ecobarrios es una apuesta a mejorar las relaciones de los habitantes del sector, a recuperar los espacios públicos y a aplicar los principios del desarrollo sostenible.

Quienes trabajan en este tipo de proyectos saben que cambiar la manera como se mueve el mundo es casi una utopía. Aun así ya existen más de 800 ejemplos de ecoaldeas, un indicio de que es posible vivir en este planeta sin caer en las garras del consumismo.



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