CRIANZA
Las lecciones de una familia colombiana que lo dejó todo para recorrer el mundo
Julián y Lupe Mejía sacaron a sus tres hijos del colegio y durante un año recorrieron los sitios más históricos del planeta. Esto aprendieron de esa aventura.
Muchos tardan años para organizar un recorrido de un mes por Europa. A Julián Mejía le tomó las seis horas que dura el viaje entre Bogotá y Buenos Aires decidir dar la vuelta al mundo por un año con su esposa Lupe, una peruana que conoció en Alemania mientras hacía una especialización, y sus tres hijos: Luciana, de 13 años; José Manuel, de 12, y Nicolás, de 11. Soñaban hacerlo desde novios y siempre el plan se derrumbaba ante la pregunta de qué hacer con el colegio de los niños.
Pero ese día, a 30.000 pies de altura, eso dejó de ser un obstáculo. “¿Y qué puede pasar si pierden un año? –se preguntó Julián–. Yo perdí uno por vago y no pasó nada. Ellos, que son disciplinados, tampoco tendrán problemas”. Estaba decidido. Al llegar a la capital argentina, llamó a Lupe a Medellín y le preguntó: “¿Qué vas a hacer del 5 de julio de 2018 al 5 de julio de 2019?”.
Foto: En Rusia decidieron quedarse un mes para conocer su vasta cultura.
Lupe entendió enseguida de qué se trataba y luego de que él le contó los detalles le dijo que sí, porque, a pesar de tener una personalidad más aplacada y constante, siempre ha apoyado las locuras de su esposo. Al principio pensaron en establecerse en una ciudad europea durante un año, pero al sacar de la ecuación la variable del colegio, el plan tomó más vuelo. “En lugar de aprender de las civilizaciones antiguas en clase iríamos a Egipto y China; para aprender sobre la historia del siglo XX, visitaríamos Berlín y París. La cereza en el pastel sería un safari”, dice Lupe.
Cuando le contaron a sus familiares y amigos ninguno les dijo en la cara que estaban chiflados.
Esto sucedió en diciembre de 2017 y en los seis meses que faltaban para salir ella se dedicó a organizar todo: tramitar las visas, decidir qué hacer con la casa y dos perritas, comprar seguros de viaje y dejar organizado su negocio de venta directa para dirigirlo virtualmente. Vendieron el carro y otras pertenencias y además se prepararon para ser profesores de tres niños que, a pesar de estar en niveles académicos diferentes, recibirían los mismos conocimientos.
Foto: Hicieron una parada en Saarbru¨cken, Alemania, donde Julián y Lupe se conocieron y enamoraron. Ese fue el verdadero comienzo de esta aventura.
Los Mejía decidieron el itinerario con el criterio de visitar ciudades relevantes en términos de historia y cultura, lo que dejaba por fuera las playas y los parques temáticos como Disney. Cuando le contaron a sus familiares y amigos ninguno les dijo en la cara que estaban chiflados, “pero creemos que sí lo pensaron”, cuentan.
Otros lo vieron con cierta envidia, pues claramente muchos quisieran vivir ese plan pero no se atreven. Los profesores, curiosamente, fueron los más entusiastas. “Háganle. ¿Qué más les podemos decir?”, les aconsejaron emocionados.
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Con ese criterio claro, la familia organizó un plan de viaje según las visas y las estaciones, pues no tenía sentido ir a un sitio en pleno invierno, con posibilidades más limitadas para conocer. En cada lugar se quedaban entre una semana –como Suiza–, y un mes –como Turquía–. Fueron cuadrando los detalles en cada país y de acuerdo con las circunstancias.
Empieza la aventura
El 5 de julio de 2018 la familia tomó el vuelo Medellín-Nueva York, donde se quedarían 12 días. A partir de ahí irían en su orden a España, Portugal, Francia, Suiza, Italia, el Vaticano, Grecia, Turquía, Israel, Palestina, Jordania, Egipto, Kenia, Tanzania, Emiratos Árabes, India, Nepal, Tailandia, Myanmar, Camboya, Singapur, Vietnam, China, Rusia, Polonia, Tasmania, Alemania, Francia, Países Bajos y Estados Unidos. Un año después, el 13 de julio, tras visitar 30 países, estaban de vuelta en Colombia.
Todos escogieron Tailandia como su país favorito por las similitudes con Colombia.
En el periplo tomaron aviones, alquilaron carros, viajaron en tren, montaron en bicicleta e incluso navegaron y vivieron en un bote por una semana. Cuando les preguntan cuánto costó el viaje, Julián responde: “¿Cuánto cuesta un carro?”. Con eso quería decir que alguien puede comprar un Chevrolet Swift o un Ferrari según el nivel de comodidad y el destino que escoja, porque pasar dos meses en Madrid es diferente a dos meses en Vietnam. “Nosotros nos fuimos en Renault Koleos”, dice, evadiendo una cifra concreta. “El mejor carro es en realidad el que uno puede comprar”, explica.
Foto: La familia en Roma.
En cierta forma, ellos no considerarían justo ponerle una cifra a un viaje que les cambió la vida. Por ejemplo, en Israel y Palestina tuvieron una de las experiencias más enriquecedoras, pues tenían amigos a lado y lado del muro. “Los niños vieron cómo vivía cada uno de ellos y nos preguntaron: ‘pero si todos son buenos, ¿por qué pelean?’”.
En Tanzania, José Manuel, el más social de los tres, entabló amistad con unos masáis, miembros de esa tribu nómada que le enseñó otras maneras de ver el mundo. Luego, el contraste entre la opulencia de los Emiratos Árabes con la pobreza de la India les despertó la curiosidad por el desarrollo y la economía de las naciones.
Pero todos, sin embargo, escogieron Tailandia como su país favorito por las similitudes con Colombia. “La belleza natural, el colorido, la riqueza gastronómica”, dice Lupe. Además de que fue uno de los menos costosos. Y en China tuvieron una gran sorpresa porque rompieron muchos estereotipos. “Encontramos deliciosa la comida y a la gente, muy bacana”, cuenta Julián.
En Alemania, ambos padres tenían una lección muy importante por impartir: ir a Saarbrücken, donde comenzó toda esta historia cuando ellos, dos estudiantes latinoamericanos, se enamoraron. Y en Ámsterdam visitaron la casa de Ana Frank, un pedido especial de Luciana, quien estaba leyendo su diario. A esa escapada solo fueron ella y su papá. Hicieron una parada final de 15 días en Miami para descansar y preparar el regreso.
Foto: La familia en Naypyidaw.
Estudiar en el museo
Para el proceso académico llevaron una guía de matemáticas y de español en sintonía con la de los compañeros de colegio, para que no se atrasaran. “Pero las botamos en Egipto porque entendimos a la fuerza que no hay que seguir un pénsum y que lo mejor era aprovechar cada ciudad donde estábamos. No íbamos a pasar un día en Egipto al lado de las pirámides enseñándoles las palabras esdrújulas”, señala Julián. De este modo, las matemáticas y el español pasaron a un segundo plano.
Aunque siempre hubo un espacio académico para todas las materias, no lo dictaba un pénsum sino el destino. Al final de cada día los niños escribían un diario (Luciana llegó con ocho cuadernos) con lo que habían visto, y Lupe les revisaba la redacción y la ortografía. Pronto se dieron cuenta de que la historia que aprendían en un lugar de alguna manera se entrelazaba con la de otro.
Aunque siempre hubo un espacio académico para todas las materias, no lo dictaba un pénsum sino el destino
No todo fue color de rosa. Que tres hermanitos casi de la misma edad pasen todo el día juntos auguraba peleas. Aunque eso les dio una oportunidad a los padres de enseñarles valores y, sobre todo, una actitud positiva. “Peleaban pero se reconciliaban porque no valía la pena perder esa oportunidad”, explica Lupe.
Foto: En Alemania, los niños visitaron museos y sitios históricos como el Muro de Berlín para conocer de primera mano la historia del siglo XX. En las noches escribían ensayos que su padre, el profe, revisaba.
Por todo eso, Julián siente que la experiencia de estudiar viajando superó la de hacerlo en un aula; aunque aclara que si a sus hijos les hacen un examen con el currículo oficial de ese año, ellos se rajarían. “Pero en diez años, cuando les pregunten a los niños que se quedaron en el colegio y a nuestros hijos cómo ven el mundo, la respuesta de ambos grupos será muy diferente”, dice.
Los niños aprendieron a tolerar y a aceptar diferentes culturas, a ser más humildes y a ver el mundo con una mente más abierta. Hoy sienten no solo respeto, sino también curiosidad por lo que piensan los demás. El mejor aprendizaje que recibieron fue el de ver gente buena en todas partes. “Ellos no le tienen prevención a un árabe, a un judío o a un chino. Si hay algo que los pone orgullosos es que el mundo está lleno de gente amable y diferente”, indica Julián.
Además, hubo aprendizajes personales: José Manuel aprendió su pasión por los animales, mientras que Luciana descubrió una forma de comunicarse por medio de las letras, y por eso quiere estudiar escritura creativa. A Nicolás, el más sensible, le afectó mucho la miseria de India. “Hubo lecciones tan profundas que nunca se podrán medir en un examen”, asegura Julián.
Al regresar a Medellín, los tres niños llegaron al curso que debían haber hecho en 2018, aunque Nicolás pidió cambio de colegio mientras que los otros dos decidieron seguir con el sistema de escuela en casa.
Foto: Beijing.
Luego de esta experiencia, Julián y Lupe piensan que es fácil cumplir los sueños; basta decidir hacerlo. En estos meses ellos han estado reacomodándose en Medellín. Según cuentan, es menos complicado irse que regresar. Pero aún así ya tienen en mente próximas aventuras: una para conocer Colombia y la otra para recorrer todo Perú.
Cinco enseñanzas
Los Mejía llegaron con muchas lecciones del viaje. Cinco de ellas:
- Trabajo en equipo: cuando embarcaron en un bote que alquilaron para atravesar el canal du midi en Francia, la familia tuvo que poner a prueba su colaboración. El curso de inducción para manejar el bote duró solo 10 minutos, y para tener éxito al navegar tuvieron que aprender a trabajar en equipo.
- Vivir la vida a lo ancho: en Xi’an, China, una comunidad que todas las noches salía a bailar les enseñó que si bien no es posible controlar el largo de la vida, sí se puede manejar el ancho mediante el disfrute de cada momento.
- Hakuna matata: al llegar a África tuvieron una pesadilla porque se les perdieron maletas, Lupe tenía jaqueca y los niños estaban cansados. Cuando se desahogaron con el guía, él les dijo “hakuna matata”. Ellos pensaron que se refería a la cinta El rey león, pero el africano les contestó que la frase significaba “no hay problema”. Aplicaron esa filosofía durante el resto del viaje ante las dificultades.
- El mundo está mejor: los Mejía estudiaron 30 países y cuando compararon su pasado con su situación actual encontraron que todos están en el mejor momento de la historia. “Tienen dificultades, pero vienen de ser colonias explotadas y hoy son libres y trabajan por el desarrollo”, dicen. Aunque ha corrido mucha sangre en la China, hoy tienen niveles más altos de progreso y de comodidad, mientras que Europa pasa por el periodo más largo de paz de su historia, “a pesar de que los noticieros nos traten de convencer de lo contrario”, dice Julián.
- Dar el primer paso: cuando quisieron pasar una calle amplia y caótica en Hanói, Vietnam, esperaron a que no hubiera ningún vehículo, algo que nunca sucedió. Al ver a los locales, observaron que iban paso por paso hasta llegar al otro lado, mientras los esquivaban los autos. “Así es la vida: uno espera que todas las circunstancias se den para hacer algo, pero lo mejor es tomar una decisión y dar el primer paso”.
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