Psicología

De víctimas y victimarios: un análisis desde la psiquiatría

En Colombia existe la percepción colectiva de que se es víctima de todos los actores posibles: la guerrilla, los paramilitares, los políticos, los padres, los hijos, los jefes, los compañeros. Pero el hecho es que en muchas ocasiones también se es victimario, tanto por acción como por omisión y de esto no se es muy consciente.

José A. Posada Villa (*)
7 de febrero de 2018

Miremos un poco la primera parte de la ecuación. Ser víctimas.

Cuando una creencia colectiva se arraiga, es una fuerza muy poderosa. Mantiene a las personas en un grupo que se refuerza mutuamente y es bastante difícil para el grupo apartarse del peso de ese sistema de creencias, sobre todo con la influencia de los medios de comunicación y de las redes sociales en el despliegue de la falacia lógica: si tantas personas están diciendo esto, debe ser cierto.

La experiencia ha demostrado que cuando los medios y las redes sociales avivan las llamas de la indignación pública, se puede desarrollar una compulsión mental para encontrar personas que verifiquen las sospechas. La gente se puede involucrar en ataques selectivos, lo que implica una noción preconcebida de quién puede ser responsable. Esto conduce a un sesgo de confirmación, en el que las personas solo buscan lo que confirma su corazonada. Luego los medios, muchas veces de manera inconsciente, pueden presionar a personas sugestionables para que digan lo que el público quiere escuchar.

En 1997 el sociólogo Joel Best describió un conjunto de reglas que ahora se perciben con mucha fuerza en la sociedad y que son como un credo en este tipo de situaciones:

La victimización es generalizada.

La victimización tiene consecuencias duraderas.

Es moralmente inequívoco: el victimario es explotador, la víctima inocente.

La victimización a menudo no es reconocida, incluso por las propias víctimas. No saben que son víctimas.

A los individuos se les debe enseñar a reconocer su propia victimización y la de otros. Esto implica un proceso de reeducación.

Las reclamaciones de victimización deben ser respetadas (creer a la víctima).

El término víctima puede desempoderar. El término sobreviviente es preferible.

Por supuesto que las víctimas existen, ya que los victimarios existen, pero hay diferentes grados de responsabilidad porque todos los actores no son igualmente culpables.

Ahora, demos una mirada a la segunda parte de la ecuación: ser victimarios. No existen personas con todo el poder y por esta razón absolutamente culpables y otras totalmente inocentes. Siempre se da un área gris de estrategias de poder, dominación, cooptación y resistencia. Esto complica mucho el análisis del fenómeno, tanto desde el punto de vista ético como moral.

Una posibilidad es que el acto de hacer una acusación pública puede traer una sensación de satisfacción psicológica para un grupo social. Pone al acusador en el centro de la atención y genera simpatía. Puede darle una razón de ser y un sentimiento de fuerza y solidaridad que antes no tenía. Pero también existen otras posibilidades.

Parece que una estrategia para ciertos grupos sociales es presentarse como la víctima innegable de la violencia y el sufrimiento con el fin de replantear sus propios reclamos morales, pues en muchas ocasiones ser identificado como víctima conlleva la vergüenza de no haber podido defenderse.  Pero en las últimas décadas, la situación ha cambiado. El estado del colectivo de víctimas no solo provoca respeto, sino que se ha convertido en objeto de algún tipo de competencia. Quiénes son las verdaderas víctimas. Quiénes son más victimizados. Quiénes pueden jactarse de ser víctimas absolutas, libres de cualquier compromiso con el poder y de cualquier responsabilidad.

La identidad del grupo de víctimas permite pensar que se es moralmente superior e inocente y por lo tanto tener el derecho de infligir violencia, pero ahora una violencia que es moralmente legítima y por lo tanto una violencia no violenta.

Se debe ser claro: hay diferentes grados de responsabilidad y violencia, porque todos los actores no son igualmente culpables. Sin embargo, como nos enseña Primo Levi, ser una víctima en sí mismo no confiere automáticamente un certificado de inocencia. Antes y después de ser víctimas, se ha sido y se es responsable: por acciones y omisiones, por injusticias o indiferencia, por negaciones y encogimientos de hombros.  

Por supuesto, nada de esto escapa a la dinámica del juicio ético, que distingue entre acciones que son buenas a causa de las formas en que afirman lo humano, en oposición a acciones que son claramente malas y niegan esas cualidades que permiten una vida digna.

*Médico Psiquiatra