Trastornos
Covid: el dramático efecto en la salud mental de los colombianos
Millones de colombianos la están pasando muy mal: ver quebrar un negocio de toda la vida, obligarse al encierro, perder un ser amado… Si algo tienen en común la covid-19 y la depresión es que ninguna repara en sexo, raza o condición social. Informe especial de SEMANA.
“Muerte sin dolor”. Esa frase, en múltiples idiomas, ha sido gugleada por al menos 300 millones de personas en el mundo. En Colombia, el primero de los 129 millones de resultados que arroja la búsqueda conduce a la página de prevención del suicidio del Ministerio de Salud.
Cuando un ser humano se sienta frente a su computador y teclea esas tres palabras, puede haber atravesado la delgada línea que lo deja vulnerable a perder la vida por la tercera causa de muerte entre personas de 15 a 25 años: el suicidio, según cifras de la Organización Mundial de la Salud. En 2019, el año que precedió al de la pandemia, 2.463 colombianos se quitaron la vida, tal como lo reportó el Instituto de Medicina Legal. Después de más de un año de covid-19, la cifra aumentó por encima de 14 por ciento.
Entre enero y mayo de 2020 se presentaron 917 suicidios en Colombia. Esta cantidad ascendió a 1.051 durante el mismo periodo de 2021. La depresión, una de las principales causas del suicidio, afecta a más del doble de los 183 millones de contagios por covid registrados en el planeta, y es el trastorno que más perjudica la salud mental de los seres humanos. Cualquiera puede padecerlo, y no existe una vacuna que lo haga inmune a esta enfermedad.
“Es como estar en el infierno”, confesó el pasado mes de diciembre el cantante antioqueño J Balvin a SEMANA. “No tienes vitalidad, todo se va volviendo un poco nublado. Negro”, describió Andrés Iniesta, exjugador del Barcelona y la selección de España, en el documental Héroe inesperado, de Rakuten TV. “Es una montaña rusa. Estás bien y de repente no paras de llorar”, recordó la modelo y exreina Daniella Álvarez en esta revista.
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Si algo tienen en común la covid-19 y la depresión es que ninguna repara en sexo, raza, edad, color político o condición social. Cualquiera puede ser víctima de alguna de estas dos pandemias. A ese infierno se cae el día menos pensado: cuando la pereza natural que toda persona siente de abrir los ojos después de una noche de sueño se convierte en miedo a vivir. No hay motivación alguna para levantarse de la cama. Ni el trabajo, ni los hijos, ni la familia, ni Dios. Se borran las ganas de salir adelante, así como la sonrisa del rostro. Ducharse, lavarse los dientes, vestirse, tender la cama suponen un esfuerzo sobrehumano. Las ganas de comer desaparecen; también las habilidades y los talentos, como si el cerebro se hubiera fundido, reseteado, dejado de funcionar.
Un arquitecto es incapaz de trazar una línea en un plano; un escritor, de juntar dos palabras y encontrar temas para su próxima historia, o un contador no puede hacer una suma sin usar calculadora. Salir a la calle es un viacrucis. Ver a los demás caminando con normalidad, sin aparente preocupación, no tiene explicación. La luz del sol incomoda, el día se hace largo por la sencilla razón de no querer vivirlo. “Me van a echar de mi trabajo, estoy robando a la empresa, me pagan por hacer nada. No me preparé para la vida, no sirvo para nada, soy un fracaso”, son palabras propias de un enfermo mental, de un ser que ha dejado de amarse, y, por ende, de amar a los demás.
Así como los deseos de morir aumentan, aparecen las imágenes de atentar contra la vida. Destripado desde las alturas, intoxicado con medicamentos, un tiro en la sien. Pero esas imágenes desaparecen al anochecer. En ese momento de volver a la cama, cerrar los ojos, con el firme deseo de no despertar jamás. El sueño se vuelve la vida real, porque la vida real se ha vuelto la pesadilla de la que se quiere despertar. Y cuando los rayos del sol del amanecer se asoman, vuelven a poner el mundo en tinieblas.
Entonces, el único deseo es que alguien se apiade y oprima el botón que apague la vida para siempre, pues, aunque se maquine la idea de que la muerte es la única fórmula para poner fin a esa tortura, hay que tener demasiado valor para tomar esa fatal decisión, pese a que muchos califiquen de cobardes a quienes no tuvieron una alternativa diferente a la de optar por el suicidio. Un par de semanas con esa sensación es una eternidad. Cargarla durante años es la peor de las torturas que un ser humano puede padecer.
“La depresión es una grieta en el amor”. Las palabras de Andrew Solomon, profesor de psiquiatría de la Universidad de Cornell, son las que mejor han definido la más recurrente de las patologías que afectan la salud mental de los seres humanos. “Cuando sobreviene, degrada a la persona en lo más íntimo de sí misma y, en última instancia, eclipsa la capacidad de dar o recibir afecto. Es la soledad interior puesta de manifiesto, y destruye no solo el vínculo con los otros, sino también la capacidad de sentirse bien con uno mismo. El amor, aunque no es en modo alguno profiláctico contra la depresión, es lo que amortigua la mente y la protege de sí misma. (...) En la depresión, la falta de sentido y de todo afecto, y la falta de sentido de la vida misma, se tornan evidentes. El único sentimiento que pervive en este estado de carencia de amor es la insignificancia”, dice en su libro El demonio de la depresión (editorial Debate, 2013), finalista del Premio Pulitzer.
Las causas que generan estos incontrolables síntomas son disímiles y hasta contradictorias. La depresión la puede desencadenar la pérdida del empleo, la bancarrota o un ascenso, el desafío de nuevos retos, responsabilidades y proyectos laborales. La muerte de un ser querido, de una mascota, la ruptura de una relación sentimental o hasta el propio nacimiento de un hijo –conocida como la depresión posparto– y alcanzar momentos de gloria. Conchi Ríos, por ejemplo, la única torera española en activo en la actualidad, fue diagnosticada con depresión severa luego del mayor triunfo de su carrera: la primera mujer en salir por la puerta grande de Las Ventas de Madrid tras cortar dos orejas aun mismo toro.
La angustia, el estrés y el desconsuelo vivido por una persona que de verdad padece este trastorno no es ni la sombra de lo que siente quien dice amanecer con la depre alborotada, como se ha subestimado y banalizado el término. La tristeza no significa depresión, pero la depresión se caracteriza por una profunda tristeza, sin consuelo alguno.
El 2020, año que partió en dos la historia reciente de la humanidad, la pandemia de la covid-19 disparó esos síntomas. La quiebra de un negocio de toda la vida, verse obligado al encierro, dejar de reunirse con abuelos, padres o hermanos, privarse de saludos de mano, de besos, de un abrazo. Ver en los noticieros cientos de historias de personas de cualquier condición que perdieron la vida por el virus. Provocar el contagio que causó la muerte de un familiar. Sentir miedo de salir a la calle por pescar el virus y quedar expuesto a perder la vida, intubado, en una sala de cuidados intensivos.
Las alteraciones de la salud mental se dispararon desde marzo del año pasado, aunque el registro esté subvalorado, pues, en días de confinamiento obligatorio o voluntario, miles sobreviven sin saber que tienen la enfermedad y no recurren a la ayuda profesional. La Procuraduría alertó la semana pasada sobre la preocupante falta de atención de la salud mental en la nación. Desde el primer contagio registrado en el país y tras las primeras víctimas del coronavirus –la pareja de abuelos que murió en Villapinzón–, Colombia ha dejado de sonreír.
Sin embargo, a pesar de que muchos se sientan noqueados y derrumbados en la lona, la luz de la esperanza sigue brillando hasta que el conteo no llegue a diez. La fórmula para volver a sonreír existe. Los avances de la ciencia y el amor propio son el camino para salir de las tinieblas. Guglear “muerte sin dolor”, aunque no lo parezca, podría ser el primer paso para volver a vivir.