Valparaíso, Antioquia
Así es la primera filarmónica indígena de Colombia
Cuarenta niños Emberá mezclan el arte y la música con un mensaje de construcción de paz y transformación social. Las letras de sus canciones buscan hacer visible la cultura indígena colombiana a nivel internacional
En Valparaíso, al suroeste del departamento antioqueño, se escucha a los lejos un coro que recita: “dos niños llegaron cerca de aquel lago para ver su reflejo en un mágico espejo. Dachikacuade Ibana ume, unu sidama y creyeron que eran ellos”. Las voces agudas y la lengua Emberá combinada con el español dan cuenta de que son niños indígenas quienes cantan. Después de un corto silencio, en vez de acompañar los versos con tambores o el clásico chogoró, suenan violines, violonchelos, trompetas y clarinetes. Esta combinación entre lo Emberá y lo Capunia (como le conocen a los blancos o no indígenas) empieza a conquistar públicos nacionales e internacionales.
Juan José Vélez, Yobany Tascón y otros 38 niños son los que entonan la canción “La voz del Jaibaná”, una composición propia que rinde homenaje a uno de los espíritus buenos y sanadores de la comunidad Emberá Chamí. Estos pequeños hacen parte del resguardo Marcelino Tascón Velez. Desde hace cinco años empezaron una carrera musical que los llevó hasta México a tocar en el marco de la gira de la Filarmónica Metropolitana del Valle de Aburrá en diciembre de 2019.
Juan José, de 14 años, toca el violín y Yobani, de 12, toca el Violonchelo. “Antes no sabíamos qué era un instrumento, pero gracias a la fundación ya sabemos tocar. Los profesores son muy amables y eso es lo que me gusta de la fundación y también me gusta aprender a tocar canciones” , cuenta Juan José. “A mi me gusta el respeto, la humildad y el amor”, añade Yobani.
Juan José Vélez y Yobany Tascón tuvieron la oportunidad de viajar a México en el marco de la gira de la Filarmónica Metropolitana del Valle de Aburrá en diciembre de 2019. Llevan cinco años en la escuela. ©Cortesía Fundación Música para la Paz.
La primera filarmónica indígena de Colombia nació al interior de la escuela Música para la Paz: un proyecto que mezcla el arte y la música con un mensaje de construcción de paz y transformación social. “Parte de la misión es que las escuelas lleguen a lugares que sean aislados de Colombia, que tal vez no reciban tantas ayudas, que sean sobrevivientes de algún tipo de violencia o de discriminación como es el caso de la comunidad indígena”, explica Rakel Cadavid, codirectora de la fundación.
Aunque los Emberá Chamí habitan tradicionalmente en las montañas, la comunidad del resguardo Marcelino Tascón tuvo que emigrar de su lugar natal por temas de violencia. Hace unos años llegaron a Valparaíso donde recibieron las piezas para construir su asentamiento. Hasta allí llegó el proyecto piloto de la Escuela para la Paz y junto a la Fundación Pasión y Corazón iniciaron el plan de la filarmónica indígena.
«¿Por qué una filarmónica indígena? porque en otros países como México, Bolivia, Perú, los movimientos filarmónicos y sinfónicos indígenas existen y abundan, en Colombia no hay. Creemos que es una gran oportunidad para visibilizar todo lo que está sucediendo en Colombia con las minorías étnicas.»
Rakel Cadavid, Co-directora de Fundación Música para la Paz
En cada escuela tienen dos profesores base, uno dedicado a la parte de iniciación musical y otro con instrumentos de viento. En el caso de la comunidad Emberá, para la formación de la Filarmónica hay cuatro profesores adicionales que hacen parte de la Fundación Pasión y Corazón y son músicos de la Filarmónica Metropolitana del Valle de Aburrá. Música para la Paz también cuenta con otra escuela en Uveros (Antioquia) especializada en bullerengue. “Es el principal semillero de bullerengue de Colombia”, dice Rakel.
Una de sus misiones es proteger el legado cultural de estas minorías étnicas colombianas. A pesar de que los instrumentos usados en una orquesta filarmónica podrían verse como contrarios a las tradiciones indígenas, Rakel y su equipo lo ven como una oportunidad para visibilizar esta cultura. Para esto, la mayoría de las canciones son obras propias compuestas en Emberá o una mezcla entre Emberá y español. “Sí -cuenta Raquel-, la filarmónica es occidental, es europea, pero consideramos que precisamente por ser instrumentos universales nos pueden dar esa ventana para que la cultura indígena se conozca a través de un proceso filarmónico. La diferencia es que ellos van a tocar su propia música, en su propia lengua, sus propias composiciones”.
El Emberá es su lengua natal. Pese a que está en vía de extinción y no se encuentra material escrito en este dialecto, los niños comienzan a familiarizarse con el español solo hasta los 4 o 5 años. Este es uno de los principales retos que enfrentan los ‘capunias’ al trabajar con la comunidad; para las clases de iniciación musical los profesores deben aprender la mayoría de expresiones en Emberá. Otros procesos culturales, como el matrimonio de las niñas de la comunidad en su adolescencia y algunos temas espirituales suelen interrumpir las clases; sin embargo, la escuela los respeta.
“Por ocho meses no pudimos tener clase porque había un espíritu en la comunidad, no dejaban salir los niños a la calle. Otra dificultad es que las niñas después de los 16 años es normal que se casen, entonces en estos días una de las chicas de la filarmónica se fue. Es muy duro llevar 2-3 años en el proceso de formación para que se vaya porque se casa. -cuenta Rakel- Pero nosotros no imponemos nada, sino que nos adaptamos a estas cosas que son diferentes”.
©Cortesía Música para la Paz. Crédito:MAXIAZ
La escuela tenía planeado para finales de 2020 tener la filarmónica ensamblada, pero como al resto del mundo, tuvieron que reinventarse: los profesores hacían tutoriales de las clases en video y los enviaban por whatsapp a los padres de familia. La falta de conectividad en los territorios les jugó en contra y solamente pudieron avanzar el 25% del desarrollo planteado para este año. A esto le suman la falta de algunos instrumentos a los que Rakel les dio el nombre de “exóticos”, el corno francés o el fagot hacen parte de este grupo que cuesta más de 30 millones de pesos.
Para apoyar la formación de Juan José, Yobani y todos los niños de la fundación, la Escuela Música para la paz tiene diversos mecanismos. “Nuestra fundación es un proyecto inclusivo, no le pertenece a alguien específico. Quien quiera llegar a donar conocimiento es bienvenido, que quiera dar clases. O quien tenga alguna especialidad” explica Rakel.
También tienen la “Tienda para la paz”. En el mes de diciembre lanzarán una colección específica para la filarmónica Emberá: en zapatos, mochilas, chaquetas, camisetas, busos y billeteras expondrán las ilustraciones de Catalina Estrada. “Es un apoyo al talento local, artistas colombianos. Además toda la fabricación de los productos se apoya en empresas familiares. Por ejemplo los buzos tejidos los hacen unos campesinos en Boyacá, con mucha consciencia en el uso de materiales”, asegura la directora.
Para donaciones económicas existe el plan padrino, un aporte mensual de 36 mil pesos y destinado a la educación de alguno de los niños. También reciben donaciones económicas por valores específicos e instrumentos nuevos o usados en buen estado. Hoy les hace falta una tuba, un corno francés, un oboe y un fagot. Para más información puede acceder a musicaparalapaz.org