120 excombatientes y miembros de la comunidad indígena Nasa que se graduaron en producción de aguacate hass, tomate de árbol, piscicultura y artesanías. | Foto: Jair F. Coll

Caldono, Cauca

Excombatientes de las Farc, graduados, pero entre sueños y dudas

SEMANA RURAL estuvo en la primera ceremonia de graduación de un grupo de exintegrantes de las Farc y miembros de la comunidad Nasa en el espacio territorial Los Monos, situado en cercanías de Caldono, Cauca. Siguen convencidos de las bondades del proceso de paz, pero sienten miedo por los asesinatos de líderes sociales

28 de enero de 2019

No era un día cualquiera, por eso Matilde Chocué Peña se puso su traje más colorido. Resaltaban su capisayo, el sombrero y la cuetandera, la indumentaria típica de una mujer Nasa. Renunció a ponerse la toga. Aunque iba a recibir el primer diploma de su vida, Matilde lo que quería simbolizar era el regreso a las tradiciones. Esta mujer de 42 años, madre de tres hijas y con una historia de guerra por haber estado 25 años de su vida en las Farc, fue una de los 120 excombatientes y miembros de la comunidad indígena Nasa que se graduó en producción de aguacate hass, tomate de árbol, piscicultura y artesanías.

Justamente a este último grupo pertenece Matilde, quien le dedicó el diploma a su madre de 83 años, portadora de las tradiciones del gran Cauca indígena que se han ido perdiendo. La ceremonia se realizó en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación de Los Monos, situado en la parte alta del Norte del Cauca, a unos 15 minutos de la zona urbana de Caldono.

Este modelo de formación, en el que participó el Sena, la embajada de Francia y la OIM, hace parte de la estrategia de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, ARN, en el propósito de contribuir a la generación de ingresos, la inclusión laboral y la constitución de proyectos productivos individuales y colectivos.

 

El grado de estos excombatientes y miembros de la comunidad indígena Nasa tuvo lugar en el espacio territorial Los Monos, situado en cercanías de Caldono, Cauca. ©JAIR F. COLL


 

El pueblo Nasa tiene una larga historia de resistencia. Sus casi 200.000 integrantes habitan entre los departamentos del Cauca y Huila. Otros pocos han llegado al sur del Tolima, Valle del Cauca, Caquetá y Putumayo, donde lentamente han ido perdiendo sus tradiciones.

Pese a su fuerte oposición a la colonización española, en su territorio se establecieron encomiendas y misiones a lo largo del siglo XVI. Desde entonces han emprendido diversas luchas para recuperar el territorio. Uno de sus grandes héroes es justamente Manuel Quintín Lame, quien a principios del Siglo XX y en compañía de José Gonzalo Sánchez, nacido en Totoró, batallaron por la recuperación de tierras y el reconocimiento a los indígenas colombianos. En los años setenta, Quintín Lame fue el nombre de un movimiento guerrillero, integrado por indígenas, que decía recoger las banderas del dirigente nativo.

Hoy acá, en la vereda Santa Rosa, con un clima templado y con la alegría de un día de fiesta, Matilde, una de las líderes de Hilando Paz, un proyecto en el que participan cerca de 150 mujeres de la comunidad Nasa, me habla de luchas y sueños. También recuerda las batallas de sus ancestros, pero también las propias, porque no se arrepiente de sus 25 años en las Farc, defendiendo lo que ella denomina, “los derechos de las mujeres indígenas”. Ahora dice estar en otra lucha, una que tiene como propósito la recuperación de una identidad que se ha ido marchitando con el tiempo. “Se había dejado de tejer, ya no se está utilizando el anaco ni nuestras vestimentas tradicionales. Yo heredé el conocimiento de mi abuela y ahora quiero que mis hijas lo aprendan. Este es un proyecto de las mujeres para fortalecer nuestra tradición y nuestros derechos”, dice Matilda, mientras muestra orgullosa una esponjosa mota de algodón de ovejo que ella con destreza va desenredando y convirtiendo en delicados hilos.

 

Este modelo de formación es apoyado por el Sena, la embajada de Francia y la OIM, y  hace parte de la estrategia de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización para vincular a los excombatientes al mercado laboral.  ©JAIR F. COLL


 

La apuesta es dura. Fabricar a mano alguno de los anacos o ruanas puede demorar hasta tres meses. Su calidad es asombrosa por el nivel de detalle y precisión. Cada uno puede valer unos $300.000. Ella sabe que es costoso, así como las mochilas que pueden oscilar entre $60.000 y $80.000, pero explica que la producción es difícil, los ovejos no abundan y el conocimiento apenas se va replicar porque a muchas mujeres de la comunidad ya se les olvidó o nunca lo hicieron. Por eso Matilda, al igual que María Viscué, otra de las promotoras del proyecto, cree que el destino de su artesanía debe ser el exterior, donde se valora mucho más la elaboración manual y el conocimiento ancestral.

 


«Las mayoras siempre nos han dicho que no perdamos nuestra identidad, pero la verdad es que la guerra, las nuevas modas, todo eso ha afectado y muchas ya ni saben tejer. Estamos recuperando el hilado de fique, el hilado de lana de ovejo. Queremos dar un salto, transformar nuestra materia prima y comercializar los productos nosotras mismas».

MARÍA VISCUÉ


Esta mujer que no aparenta más de 30 años, dice que estuvo en las Farc durante cuatro años y que el proceso de paz es una oportunidad para reconstruir tejido social y tradiciones en el Cauca. Sin embargo, acepta que tiene miedo. Los últimos acontecimientos que advierten de muertes de líderes sociales la atemorizan, aunque ella dice que quiere ser optimista, que esta es una oportunidad para que las mujeres indígenas se organicen y tengan un proyecto productivo comunitario. Su amiga Matilde piensa lo mismo, aunque sus largos años en el conflicto la muestran desconfiada. A veces la emoción le puede y se desborda en lo que podría significar este proyecto, pero reflexiona por unos segundos y confiesa sus temores. “El proceso de paz va muy lento, a veces sí, a veces no. Tenemos las ganas, pero va muy despacio. Lo otro es que aunque hay un poco más de tranquilidad esta no es total, porque ahora muchos enemigos saben dónde vivimos, qué hacemos, dónde andamos. Pueden matar en cualquier momento y eso es una realidad. Antes era diferente, solo andábamos en el monte, muy poco salíamos. Eso nos preocupa”, dice Matilda.


 

A pesar de que durante la ceremonia de graduación el ambiente era distendido y los estudiantes que se prepararon durante tres meses irradiaban su felicidad, las preocupaciones continuaban allí, escondidas, pero reales. Delio Valencia las tiene, pero está contento. A los 17 años entró a las filas de las Farc, hoy con 40 años dice que la vida le dio una segunda oportunidad. “Para muchos de nosotros este es el primer diploma que tenemos y estamos orgullosos de poder trabajar en lo nuestro”, dice con la solemnidad del caso, que se rompe cuando algunos de sus compañeros le toman del pelo. La apuesta no solo de los 34 que se graduaron, sino de los 250 asociados a la cooperativa Ecomún, es sembrar y comercializar el aguacate hass, que tiene buena salida hacia el exterior. Delio será uno de los multiplicadores del conocimiento. Pero sus preocupaciones son como una rasquiña que no se quita. Dice que quisieran implementar ya lo que aprendieron, pero todavía no tienen el terreno para comenzar la siembra. La primera cosecha del aguacate se produce dos años después, por lo que Delio explica que en todos sus compañeros hay una desesperación por iniciar lo más pronto posible. También le inquieta su seguridad y la de los demás excombatientes, aunque reconoce que en el espacio territorial no han tenido inconvenientes. Pero la tensión estalla en su gestualidad cuando habla de sus temores.
 

Para muchos, es el primer diploma que tienen.   ©JAIR F. COLL


«Las noticias que nos han llegado es que a muchos líderes campesinos y compañeros indígenas los han amenazado. Por eso tenemos que seguir unidos, cuidándonos las espaldas. En este proyecto tenemos puestas nuestras esperanzas y por eso necesitamos que comience pronto».

DELIO VALENCIA


 

Esas preocupaciones han sido recibidas por Jean Carlo Moreno Flórez, representante legal de la cooperativa de las Farc, Ecomún, y líder del grupo de 400 excombatientes que se asentaron el espacio territorial de Los Monos. Explica que aunque ambos proyectos, tanto el de aguacate como el de piscicultura, ya están aprobados por la ARN, los recursos no han sido desembolsados. Con evidente molestia, Moreno asegura que los retrasos desesperan a los excombatientes que quieren recomenzar pronto su vida productiva. Su preocupación tiene sentido pues explica que al no estar la gente ocupada, comienzan a llegar desconocidos a merodear con propuestas para integrarlos a grupos al margen de la ley. También las amenazas a líderes indígenas no les traen tranquilidad y por eso la petición es una sola. “El gobierno debe cumplir con los acuerdos, ellos lo firmaron. Tenemos un alto riesgo de seguridad que pone en peligro todo. Lo que hay que hacer es consolidar la paz de cualquier forma”, dice Moreno sin titubeos.

Frente a las críticas, Andrés Stapper, director de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, ARN, prefiere destacar el establecimiento de la confianza y el reconocimiento de la institucionalidad en el marco de la implementación del entorno productivo. “Esta es una herramienta para la consolidación de apuestas de generación de ingresos tanto para el colectivo de exintegrantes de las Farc como para la comunidad Nasa”, dice Stapper.

 

Los graduados están a la espera del desembolso para empezar los proyecto productivos.  ©JAIR F. COLL


 

Sin embargo, no elude los reparos y cuenta que los desembolsos deben ser analizados y entregados de manera juiciosa y no a la carrera. “Con la experiencia que hemos tenido con el proceso con las AUC y con otras desmovilizaciones individuales de miembros de guerrilla, si uno no les da las habilidades y competencias a la población, entregar los más de cien mil millones de pesos que cuestan esos proyectos productivos sería casi botar la plata por la ventana”. Para Stapper, en Colombia hay una cultura errada y es que primero se quiere sembrar y luego se pregunta cómo lo vendemos. “Ahora, por ejemplo, tenemos una problemática en el Meta porque se sembraron más de cien mil toneladas de maíz para comida de ganado y no sabemos cómo sacarlo porque los precios están por debajo de la pretensión del vendedor. Entonces un proyecto productivo no es solo sembrar sino que es un tema de encadenamiento, cómo vincular al sector privado, cómo formar a la población y ojalá darle un valor agregado a ese producto que se está sacando. Esto no es un proceso de quince meses, es un proyecto a largo plazo”.

Pero aunque sea cierto lo que dice Staper, excombatientes de las Farc como Matilde sienten que el tiempo juega en contra de sus oportunidades. Es que incluso su propio significado ha cambiado para los excombatientes. Antes, en medio del monte, las horas transcurrían sin afanes y el paso de los días no era una preocupación. Ahora, desmovilizados y con los avatares del día a día, la paciencia ya no es una virtud. Por eso Matilde insiste en que hay que apretar el acelerador a los proyectos, pero, eso sí, deja en claro que no piensa renunciar a su nueva vida, porque mal que bien ella sabe que Hilando Paz no es tan solo un proyecto, es un estilo de vida.


POR: Gerardo Quintero | Editor nacional
@Gerardoquinte