Nuquí, Chocó

“En Nuquí no pueden mandar los violentos sino la esperanza”: Josefina Klinger

A esta lideresa del Pacífico colombiano las amenazas contra su vida la obligaron a salir del país. Desde el exilio, donde a veces dice marchitarse, asegura que el antídoto contra la violencia es la esperanza, y ante el abandono, la autogestión.

20 de abril de 2021
| Foto: Josefina Klinger

Ha ligado toda su vida a Nuquí. A la esperanza que esconde este pequeño paraíso que ella describe como “la gallina de los huevos de oro”. De Nuquí viene su energía, su pasión y sus ganas. “Nuquí es magia, es el lugar donde tengo el ombligo enterrado”, dice Josefina Klinger con la voz débil, como quien extraña su casa pero no puede volver. 

 

Está fuera del país por las amenazas de un actor secreto al que ni siquiera reconoce.  Pero sueña con volver al mar y reencontrarse con las ballenas a las que algunos de sus niños llaman “pequeños nuquiseños”. Sueña con volver a la selva de la que alguna vez trató de huir, pero que jamás ha podido sacar de su mente.

 

Josefina es una lideresa innata que en el 2006 fundó la Corporación Mano Cambiada, donde trabaja por el desarrollo social del Pacífico promoviendo el ecoturismo en su municipio. Su trabajo ha sido tan importante que en el 2008 Parques Nacionales Naturales le dio en concesión el manejo del Parque Natural Utría y en 2015 recibió el Premio a la Mujer Cafam.

 

Lejos de su casa, pero con las ganas de volver aún latentes, Josefina reflexiona sobre su proceso de convertirse en lideresa y sobre el futuro de Nuquí, que luego del asesinato de los líderes José Riascos y Margarito Salas está en medio de la zozobra y de la incertidumbre. Hoy, como lo ha hecho desde el primer instante, Josefina no pierde la esperanza y reconoce que ante el abandono estatal lo que queda es la fuerza de las comunidades.

 

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En la foto se ve a Josefina en el Parque Natural Utría, donde consolidó varias iniciativas turísticas en la región.

©Parques Naturales de Colombia

 

Semana Rural: ¿Cómo surge esa vocación de líder en Josefina?

Josefina Klinger: Yo cuando salí a ejercer un liderazgo lo empecé a asumir con la frustración de ver que todas nuestras necesidades básicas estaban insatisfechas. Que no había oportunidades de educación, de salud. Que a las personas no se les reconocía por su trabajo, por su aporte cultural o su conocimiento. Eso me enervaba, y así era que yo asumía mi liderazgo. Desde la rabia.

 

Pero entonces sané esa rabia y me di cuenta de que si mis ganas de incidir estaban inscritas en eso debía tomarlo con otra postura. Debía trabajar por cambiar la narrativa y eso ocurrió cuando empecé a preguntarme por nosotros, por entender por qué no tomábamos acción. Entonces me di cuenta que debía ejercer mi liderazgo desde el espíritu, pues desde allí era donde se gestaba la pobreza. Fue así que cambié mi discurso, para empoderarnos desde nuestros propios recursos, no desde las carencias.

 

Tenía que dejar el discurso de la deuda histórica y de la inequidad, pues jamás nos pagarían esa deuda. Porque los primeros que teníamos esa deuda éramos nosotros como pueblo, que no defendíamos nuestro territorio y nos habíamos acostumbrado a recibir ayudas externas.
 

 

SR: ¿Cómo fue cambiar esa mentalidad?

JK:
 Lo que pasa es que acá las personas piensan que lo que falta es plata, pero lo que falta es promover una visión de desarrollo desde el territorio. Ese punto de equilibrio donde el territorio es la base de todo, la gente es quien lo configura y el dinero es lo que lo facilita. Pero estámos al revés, creemos que podemos tener la plata en el centro, segundo el territorio y la gente se va menoscabando. Es que si no tienes un lugar donde desarrollar tus sueños, eso te marchita. Entonces lo que me doy cuenta es que no podemos esperar que la persona que llegue haga la tarea por nosotros.

 

Fue así que me conecté con la naturaleza y empecé a leerla, me di cuenta que todo tiene un momento. Empecé a enteder que el hecho de que nos llamaran despectivamente negros, de que no inviertan en nuestro territorio, obedecía a una estructura mental de siglos. Que nosotros pasamos años tratando de parecernos a los otros cuando debíamos cultivar nuestra propia esencia y particularidad. Un palo de guayabas jamás se vuelve mango. 

 

SR: ¿Eso implica una forma diferente de relacionarse con el poder y con la sociedad?

JK: Claro, me di cuenta que el liderazgo no debía solo pasar cuentas de cobro, debía respetar la vida, que la vida debía ser la base de todo el desarrollo.
Aprendí a no pedir y a reclamar por mis derechos, sino a usarlos en la misma proporción que uso mi deber. Fui más consciente de que Nuquí es un sitio de luz. Que no existe un lugar con tanto derroche de biodiversidad y vida. Que si el universo me hizo encarnar allí, debía trabajar para cuidarlo, debía tomarme por mis propias manos su desarrollo más allá del solo reclamo por la equidad.

 

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Josefina entendió que los recursos naturales de Nuquí eran su principal insumo para abogar por el cambio y por el desarrollo de las comunidades.

©Josefina Klinger

 

SR: ¿Así surgen entonces las iniciativas de ecoturismo comunitario?

JK:
 Sí, así empezamos a preguntarnos por el desarrollo sostenible a partir del turismo. Para nosotros era honrar el territorio, la vida; era hacer estrategias para cuidar nuestros recursos y nuestra identidad. Era entender que las personas que llegaran a nuestra iniciativa de turismo no eran nuestros benefactores, sino nuestros clientes, nuestros aliados. Así surgen todos los proyectos para que a través del turismo como motor de desarrollo pudiésemos transformar Nuquí. Entonces nace Mano Cambiada.

 

Nos dimos cuenta de que el ecoturismo puede generar toda una cadena de valor donde más personas se vinculen. Hoy hay más de 50 iniciativas locales que promovemos: restaurantes, guías, transporte, agricultura, alojamiento, vuelos, viajes terrestres. Entendimos que esos recursos naturales, que vendieron como nuestra amenaza, siempre fueron nuestra gran oportunidad. Lo que hicimos fue voltear ese imaginario. Fue ver que esa biodiversidad es nuestra gallina de los huevos de oro. 

 

Lo otro fue lo cultural. Mano Cambiada significa trueque de oficios, que es una práctica ancestral de los antiguos, por la ausencia de dinero. Es dejar el imaginario de pobreza y autocompasión, y cultivar ese cambio de mentalidad en los más jóvenes. Nos pusimos la selva en la cabeza y el agua en el corazón. Aprendimos a encontrar valor en lo nuestro. 

 


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SR: ¿Cómo consolidar esos proyectos en territorios que no estaban acostumbrados a desarrollarlos?

JK:
 Yo creo que en el liderazgo, que debe ser hecho desde el amor, tú no puedes ir señalando; tú tienes que mostrar que hay otras posibilidades, que tenemos recursos para hacer las cosas de calidad. En ese sentido hemos reeducado a la gente, les hemos mostrado que esos imaginarios son errados. Nos hemos dedicado a mostrarles a las personas, con nuestro empoderamiento, que podemos ofrecer cosas de calidad, que vas a tener una experiencia gastronómica, que vas a tener aventura, que vas a ver un lugar donde se nutre la vida.

 

Incluso llegas a Nuquí y los niños te dicen que las ballenas son chocoanas, son nuquiseñas, ya te pueden hablar de su biodiversidad, de sus recursos. Hoy tenemos más personas empoderadas y listas para apropiarse de las luchas que hemos dado. Ha tomado tiempo, pero vamos por buen camino. Lo que nos falta es inversión técnica y económica, pero para hacerlo tenemos que transformar el imaginario de la violencia que hay de Nuquí en el país, mostrar que acá hay oportunidades de inversión y que no tenemos que esperar al Estado. 

 

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Josefina busca a través de su liderazgo enamorar a los más pequeños de su territorio, pues es conciente que a través de ese amor ellos serán los principales defensores de su tierra.

©Mano Cambiada

 

SR: Pero más que un imaginario, la violencia es una realidad ¿Cómo hacerle frente a este tipo de fenómenos, cuando el turismo depende de las visitas?

JK: Claro, no podemos negar que la violencia existe y que está acompañada de cientos de carencias que hay en Nuquí. El problema es que hoy la guerra ya no tiene rostro, porque se centraron en las Farc y en los paramilitares pero la guerra tenía más actores. En su momento era un poco más fácil porque tú sabías a quién responderle. 

 

Pero mientras eso pasó y el Estado no llegó, no se entendió el alcance del narcotráfico. Y lugares como Nuquí, que es casi equidistante entre Panamá y Buenaventura, se convirtieron en zonas estratégicas. Eso nos mantuvo en la mira. Entonces esta guerra se convierte en una revoltura. ‘En río revuelto ganancia de pescador’. Tú ya no sabes de dónde llegan las amenazas y eso hace más compleja la realidad. Hoy, esas economías están ancladas en lo que vivimos.

 

Pero el problema y por eso digo que es un imaginario, es que cuando hay violencia en Chocó las personas lo escalan demasiado. Si pasa algo en el Atrato, o en el San Juan, pasamos a vivir todos en una misma playa donde hay diez negros, a pesar de que es a kilómetros de distancia.

 


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SR: ¿Qué hacer al respecto entonces?

JK:
 Entender que nosotros tenemos que dejar de replicar la muerte y mostrar todos los atardeceres, mostrar la esperanza, porque si solo hablamos de la violencia, eso genera más zozobra que cuando hablamos de todo lo que nutre el territorio de otra manera. No es que dejemos de hablar de lo que pasa, pero es que debemos cambiar la mirada de que solo hay violencia, cuando en el territorio existen miles de oportunidades.

 

Mira que cuando a mí me amenazan, me llamaron varios periodistas, y yo les pedí que no sacaran la noticia sobre lo que pasó, porque eso no generaba esperanza. Yo no estoy diciendo que no se hable de las muertes o de los combates, sino es coger esa noticia y darle fuerza a la berraquera que hemos tenido como pueblo, aún en medio de la violencia y a pesar de la zozobra.

 

 

 

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Hoy, a pesar de la zozobra, Josefina guarda la esperanza, con la ilusión de un niño que no pierde la fe. Aunque esté lejos de su casa y de su mar, sabe que su deber está en cuidar su vida, para que así poder seguir luchando.

©Cedido por Josefina Klinger

 

SR: ¿Qué ha significado ejercer ese liderazgo desde la distancia?

JK:
 Yo trato de seguir, de mantenerme fuerte, pero en noviembre me volvieron a amenazar. “Te vas a morir”, decía el mensaje. Me cambiaron la vida. En 24 horas estaba en Bogotá y después fuera del país, me sacaron de mi mar, de mi selva. Pero me tocó ser consciente de que todavía tenía mucho por hacer en la vida.

 

Porque creo que puedo generar esperanza en otros, quiero seguir luchando y ejerciendo mis liderazgos. Pero te marchitas estando lejos. A mí me falta un pedazo, pero al que le falta una mano aprende a adiestrar la otra. Así me ha tocado toda mi vida y mira que te crees fuerte, pero estas amenazas te dan el permiso de derrumbarte, de llorar y hasta de perder la esperanza por unos minutos, pero no para siempre. Estuve en el fondo, pero no dejo que me derrumben por completo.

 

Porque entiendes que la idea es infundir miedo. Evitar que la gente hable y se pronuncie,  mostrar que los violentos son los que mandan. Y si asesinan a una líder que ha acompañado tantos procesos, ese mensaje es más contundente.

Hoy lo que quiero es que exista luz, a la distancia sigo luchando por Nuquí. Porque lo que nutre la violencia es la falta de esperanza, esa que ha llevado a tantas personas a coger un fusil. Es muy difícil, pero por eso es que tenemos que visibilizar que a pesar de la zozobra, hay sueños, hay oportunidades y tenemos que aprovecharlas.

 


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