Bojayá (Bellavista), Chocó
La conmovedora historia de perdón que no pudo escuchar el papa
Leyner Palacios Asprilla perdió a 28 familiares en la masacre de Bojayá, en 2002. Desde entonces, trabaja por la memoria y la reparación de las víctimas. Participó en un encuentro de víctimas con el papa Francisco en Villavicencio.
¿Por qué se convirtió en el líder de las víctimas de su pueblo?
“Porque es una manera de aliviar mi dolor".
"Porque quería quitarme la carga que llevamos las víctimas. Esa rabia y esa tristeza...".
"Porque el dolor de quienes tenía al lado también es terrible".
...
Las respuestas son de Leyner Palacios Asprilla. El 2 de mayo de 2002 perdió a 28 familiares en la masacre de Bojayá, en el Chocó. Las Farc y los paramilitares se enfrentaban ferozmente por el control de este municipio, a orillas del río Atrato. Los combates habían comenzado desde el 21 de abril, pero ese 2 de mayo un explosivo cayó sobre la iglesia del pueblo y de manera instantánea murieron 119 bojayaseños que se refugiaban del fuego cruzado en el templo. Los cuerpos de niños, mujeres y ancianos quedaron bajo tejas, sillas y vidrios rotos.
El Cristo mutilado, en la iglesia de Bojayá tras el ataque de las FARC.
FOTO: Archivo particular y Jesús Abad Colorado.
Palacios fue testigo de la explosión. Pudo huir de Bojayá para siempre y así olvidar este cruento episodio, pero prefirió quedarse y liderar un trabajo por la reparación a las familias de las víctimas, la reconstrucción de su pueblo -destruido por luego de los combates- y la memoria de sus seres queridos.
Fue tan conmovedora su labor que se exaltó en la ceremonia de la entrega del Nobel de Paz de 2016, donde asistió como símbolo de resistencia y reconciliación en un país que le ponía fin a más de medio siglo de guerra. En agosto de este año le otorgaron premio Global Pluralism por representar al Comité por los Derechos de las Víctima de Bojayá.
En medio de la visita del papa Francisco a Colombia, Palacios participó este viernes en el encuentro del pontífice con cerca de 6.000 víctimas del conflicto armado en Villavicencio. Viajó junto a otras familias de Bojayá y cargaron al Cristo mutilado, la escultura que sobrevivió al ataque del 2 de mayo y que a la larga se conviritó en uno de los iconos de la violencia en el país. El torso fue bendecido en el evento.
Además de la bendición del Cristo mutilado, Palacios quería que el papa Francisco escuchara de su propia voz la historia de Bojayá y del perdón hacia los grupos armados que los violentaron. Era el propósito del viaje. Pero la organización de la visita eligió a solo cuatro víctimas de distintas regiones para hablar y Leyner no pudo entrar en ese grupo.
En SEMANA RURAL hablamos con Leyner Palacios antes del encuentro con el papa sobre el proceso de perdón con los autores de la masacre y la importancia de la reconciliación para su pueblo. Como no logró hacer llegar hasta Francisco su testimonio, lo dejamos consignado en esta entrevista...
Lo más leído
| A pesar de la lluvia, miles de personas esperaron al Sumo Pontífice en Catama, en la capital del Meta, para la misa de beatificación del sacerdote Pedro María Ramírez. Fotos: Esteban Vega / SEMANA
SR: Usted lidera a las víctimas de Bojayá. ¿Cómo ha sido ese trabajo?
LP: Voy a empezar desde lo más reciente, desde 2014 en pleno proceso de paz con las Farc…
A mí me toco ir a La Habana en representación de los bojayaseños para dar testimonio. Yo decidí no contar mi historia, sino la de mi pueblo y la del Pacífico, para que sirviera como un elemento revelador en las decisiones que se iban a tomar en la negociación. De cierta manera, era una tarea compleja porque el país estaba polarizado y viajar a La Habana era motivo de estigmatizaciones.
No podía informar, no podía compartir con la familia. Tampoco con las organizaciones sociales. Eso fue un momento bastante tensionante en mi vida. Sin embargo, cuando llegué a La Habana me di cuenta que tenía sentido haber ido, porque pude experimentar la seriedad con la que se llevaba el proceso. Hice parte de la primera delegación de víctimas.
LEYNER PALACIOS ASPRILLA | José Puentes Ramos / SEMANA RURAL
¿Le dijeron algo las Farc?
Después de mi intervención, se acercaron ocho plenipotenciarios de esa guerrilla y me dijeron que querían reunirse con la gente de Bojayá para pedir perdón. Era un desafío llevar es petición a un pueblo tan golpeado. ¿Cómo le hablábamos de perdón a 32 comunidades indígenas y 19 consejos comunitarios violentados? Además, debía socializarles el mensaje en medio del conflicto armado y las dificultades para llegar a toda la región por las distancias.
Es decir que usted llega de La Habana y empieza su trabajo de 'mensajero' del perdón de las Farc...
Sí. Me tocó conformar unos equipos con los líderes Bojayá para hablar de la propuesta y conocer si las comunidades estaban dispuestas a reunirse con los guerrilleros. Algunas decían que era descabellado, que era complicado. Otras comentaban que sí querían escucharlos, pero bajo ciertas condiciones. Fue un desafío recoger las opiniones de las víctimas. Eran jornadas donde se revivía el dolor.
BOJAYÁ, 2017 | José Puentes Ramos / SEMANA RURAL
¿Y cuáles eran las condiciones?
Que los escuchábamos si no se trataba de un show mediático para ganar réditos políticos. Recuerde usted que las Farc fue incluido en el listado de grupos terroristas de Estados Unidos luego de la masacre del 2 de mayo.
A los bojayaseños les preocupaba que el perdón fuese un acto político, ¿no?
Exactamente. Y había otro tema: ¿cómo nos van a pedir perdón si estábamos en una revictimización? La gente reclamaba por las minas antipersona en los territorios, por las vacunas (impuestos), por la restricción de la movilidad en la región. Los comerciantes, los plataneros, los conductores de los botes… Todos.
¿Entonces ustedes les exigieron acabar con las acciones violentas antes de pedir perdón?
Es que la gente nos manifestó que cómo podían pedir perdón bajo el contexto que le cuento. Si ellos querían hablar con nosotros debían cesar todas sus actividades en Bojayá.Un mes después de llevar el mensaje de las Farc a las comunidades –la reunión en La Habana fue en agosto-, hicimos un sondeo que nos arrojó este resultado: el 90 por ciento de la población estaba dispuesta a escuchar a los guerrilleros bajo las condiciones que nos comentaron. Yo fui a Cuba para contarles a los guerrilleros lo que pensaba la gente.
¡Vaya sorpresa! Las Farc escucharon los requisitos de la comunidad de Bojayá y la respuesta fue: aceptamos.
| Luego de la masacre del 2 de mayo de 2002, los habitantes de Bojayá no tuvieron otra opción que huir hacia Quibdó y otros pueblos vecinos. La maleza se fue tragando las casas, el abandono desmoronó las construcciones. Hoy quedan huellas como esta del colegio, mientras las cicatrices de la guerra terminan de sanar. Foto: José Puentes Ramos / SEMANA RURAL
¿Cuáles miembros de las Farc se lo dijeron?
Iván Márquez personalmente me lo comunicó frente a otros plenipotenciarios. Fue en septiembre, en el segundo viaje a La Habana. También estaban Jesús Santrich y Pablo Catatumbo.
¿Y qué más le respondieron?
Me pidieron llevarle a los bojayaseños este mensaje: ellos no solo aceptaban las condiciones, sino que estaban dispuesto a discutir otras que surgieran en el transcurso del proceso de perdón. Yo volví a sorprenderme. ¿Qué había pasado? Y hoy se lo confieso: la gente puso las condiciones para no hacer el acto de perdón. Eran tan altas que creíamos que las Farc iban a decir no.
Procesión del Cristo mutilado hacia Villavicencio | Foto: Jesús Durán
Bueno, ¿la gente cómo tomó la respuesta de las Farc?
Hermano, que esto era serio. Y empezamos otra gira por las comunidades para comunicarles la respuesta de la guerrilla. A partir de eso momento logramos transformar cosas: no volvieron a cobrarnos vacunas, sembrar minas o reclutar menores, que era otro de los problemas en la región. Cumplieron las condiciones.
Sobre las minas antipersona: cuando regresamos de La Habana, ellos ya se estaban quitando los explosivos de Bojayá. Y al mes exacto, en octubre, nos dijeron que no tenían una sola mina sembrada en el municipio. Le preguntamos a los campesinos y nos decían que vieron a los guerrilleros revisar los campos minados.
En cuanto al reclutamiento de menores, no se escuchó uno más. Conocimos un caso en Murrí, cerca de Vigía del Fuerte -un municipio cercano a Bojayá-. Era una niña que estudiaba en Vigía. Le hicimos el reclamo a las Farc y se acabó. Y en un documento, la plana mayor de la guerrilla se comprometió a darnos autonomía en las decisiones del manejo del territorio. Ese tipo de cosas lograron un nivel serio de confianza.
BOJAYÁ, 2017 José Puentes Ramos / SEMANA RURAL
Y con las condiciones cumplidas, ya no había excusas para el acto de perdón…
Quedamos con las comunidades en hacerlo en dos momentos: que un grupo de víctimas fuese hasta La Habana, porque en 2014 las Farc no podían moverse hasta el territorio. La gente pidió que se organizara el acto en el lugar de la masacre, pero si los guerrilleros viajaban hasta Bojayá se exponían a ser capturados. Después, en septiembre de 2016, logramos hacerlo en la iglesia que destruyeron.
La petición de las Farc fue quiero pedirles perdón. Quiero que me faciliten el encuentro con ustedes. Pero las reuniones en Cuba nos fueron mostrando que no era una petición de perdón, sino un reconocimiento de responsabilidad. En los testimonios de la gente nos dimos cuenta. “¿Pero perdón? Miren lo que me hicieron”, decían.
Esto nos reveló que no se podía pedir perdón si antes no había una actitud de reconocimiento de las acciones violentas.
¿Por qué decidió aceptar la responsabilidad de liderar a las víctimas de Bojayá?
Bueno, yo soy víctima también. Me mataron 28 familiares el 2 de mayo. Cuando uno lee la historia de Colombia se da cuenta que la paz no se logra por la vía militar. Fui a La Habana y sentí que era posible el dialogo con nuestros victimarios. Además, la comunidad decía: escuchémoslos. Vi una oportunidad de aliviar mi dolor. Luego mi tragedia pasó a un segundo plano. El dolor de otras personas es mayor o igual al mío. Ahí decidí que tengo que colaborar.
¿Fue difícil sentarse a dialogar con el grupo responsable de la masacre?
Yo estaba en Bojayá el día de la masacre. Es duro encontrarse con quienes te jodieron la vida. Se te mueven las tripas y el corazón está lleno de rabia. Pero yo me he dado la mano con los otros dos responsables: el Estado y los paramilitares. ¿Por qué no hacerlo con las Farc? Claro, cuando uno los ve, a la mente llegan los recuerdos de todos tus familiares. Pero hay que tener fe en Dios y salir adelante.
BOJAYÁ, 2017 José Puentes Ramos / SEMANA RURAL
¿El trabajo de líder de víctimas le ayudó a superar su tragedia?
Yo antes de ir a La Habana era de los que no creía en el perdón. Fui allá y después de ver la actitud los negociadores de las Farc encontré una posibilidad de cambio. Sí, yo soy víctima, ¿pero por qué no dar un poco más para la reconciliación?
Me decía: hombre, mi dolor es terrible, pero el de la gente que está a mi lado también. A mí me ha sanado esta posibilidad de ayudar. Es que no se escucha al victimario para hacerle un favor. Hay que quitar esa idea de los colombianos porque así vivimos con rabia y cerrados al diálogo.
¿Entonces para qué escuchamos al victimario?
Yo lo escucho para vivir más tranquilo y en paz. Si hablo con las Farc, los paras o el Estado es para aliviar la carga que tengo como víctima. Esa rabia, esa tristeza. Si no genero el espacio de diálogo, el victimario no logra dimensionar el daño que hizo.
Cuando le narrábamos a las Farc nuestras historias en medio del conflicto nos decían: nosotros no sabemos a qué hora hicimos tanto daño. Si los hubiésemos escuchado antes, esta guerra la habríamos parado hace rato.
¿Y usted sintió esa descarga, esa paz?
Me siento muy aliviado. Pudimos empezar a recuperar la dignidad de nuestros familiares. Era gente de bien, luchadora y trabajadora. Lo que pasó con las Farc en los últimos años era la oportunidad de dejar de poner los muertos. Si nosotros no dábamos el paso, ellos continuaban en la maldad. Todo esto que hago es por mis otros familiares, para que no sufran como yo.
Por: José Puentes Ramos | Editor para Bogotá, enviado especial a Bojayá