Cientos de trujillenses peregrinan cada año hasta el Parque Monumento, donde conviven varios homenajes a las víctimas. | Foto: Carlos Eduardo

Trujillo, Valle del Cauca

Las víctimas de la masacre de Trujillo se resisten a la impunidad

Hombres, mujeres y niños peregrinan cada año hasta el muro que conmemora a las cientos de víctimas que ha dejado el conflicto en este municipio del Valle

7 de noviembre de 2018

“¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!”, cantan los peregrinos mientras suben una de las montañas que cubren a Trujillo, municipio conocido como Jardín del Valle. Es 18 de agosto y cargan carteles con las fotos de sus familiares, la fecha de la última vez que los vieron y mensajes de cariño para ellos.

Su destino es el Parque Monumento, una montaña donde se encuentran elevados varios símbolos que, si hablaran, gritarían que su pueblo se resiste a olvidar a sus víctimas.

Viviana Ruiz, de 19 años, recorre una pared blanca que reúne 235 osarios con los nombres de las víctimas. Es lo más parecido que tienen a un cementerio de la guerra, aunque solo 65 de ellos guardan restos óseos. Los demás, solo los recuerdos y la incertidumbre de sus familiares que, a pesar de los años, aún guardan alguna esperanza que se cumpla su consigna: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”

“No recuerdo su cara, su piel, su cabello. No recuerdo a mi mamá”, dice Viviana. A su madre la desaparecieron cuando ella tenía cinco años. Sin embargo, gracias a su abuela, sabe que cada día que pasa y se mira al espejo, puede ver a su madre a través de ella.  

 


Viviana Ruiz perdió a su mamá cuando tenía 5 años. Hoy se proyecta como líder de la Asociación de Víctimas de Desaparecidos (Afavit). © CARLOS TRUJILLO.


Cada osario es único pues, además de los datos de cada persona, tienen una figura tallada con la imagen del último recuerdo que el pueblo tiene de ellos. En el osario de Fanny Ruiz, la madre de Viviana, se ve a una mujer que carga en sus brazos a una pequeña niña. Así la recuerdan los trujillenses: junto a su hija.

Además de los osarios tallados, este municipio está lleno de símbolos, como el Muro Internacional del Amor, ofrecido por Amnistía Internacional de Holanda y construido por el artista kurdo Hosyhar Saade en solidaridad con las víctimas o el jardín Alba Mery Chilito, en honor a una de las líderes de la Asociación de Víctimas de Desaparecidos (Afavit) asesinada en 2013.

También el Sendero de la Memoria, que cuenta con 14 estaciones dedicadas a algunas de las masacres más recordadas en el país; el mausoleo del padre Tiberio y la Galería de Memoria, donde guardan testimonios, fotos y archivos que hacen visible la crueldad que ha vivido el territorio.

Víctimas no contadas

A lo largo de la historia colombiana se le ha puesto fecha, nombre y cantidad a la Masacre de Trujillo. De acuerdo con el Centro de Memoria Histórica, este hecho sucedió entre 1986 y 1994 dejando 342 víctimas de homicidio, tortura y desaparición forzosa.

Sus involucrados van desde actores legales como la Policía, el Ejército y los políticos locales, hasta grupos al margen de la ley como el ELN, las AUC y el narcotráfico encabezado por Diego Montoya, alias ‘Don Diego’, y Henry Loaiza, alias ‘El Alacrán’, quienes utilizaban sus propiedades, como la finca Villa Paola, para torturar y cometer dichos crímenes.

Para Viviana, quien se proyecta como líder de Afavit, debe existir mayor información sobre lo ocurrido. Ella, como muchos otros habitantes, cree que el número oficial de víctimas está por debajo de la realidad, debido a que los crímenes se extendieron más allá de 1994 y hay desaparecidos no contados dentro de las estadísticas.

Ella considera que todavía impera la impunidad y la falta de justicia. Lo más triste, asegura, es que el Gobierno Nacional no ha respetado a las víctimas y solo hasta 1997 el entonces Presidente Ernesto Samper pidió perdón en nombre del Estado, reconociendo a solo 34 de ellas.  


El Muro Internacional del Amor es uno de los homenajes a las víctimas de Trujillo.  © CARLOS TRUJILLO.

Lucha contra el olvido

A pesar de la oscura situación que vivieron los habitantes de Trujillo, existen claros ejemplos de resiliencia. Viviana y otros líderes de la comunidad han promovido el perdón, la reconciliación y la superación entre sus vecinos. Constantemente se reúnen para organizar peregrinaciones, misas o jornadas de reconciliación en la búsqueda desesperada por sanar una herida colectiva.

Uno de los casos más aterradores y recordados por los habitantes de Trujillo es la historia del párroco del pueblo Tiberio Fernández. El padre era un referente de unión en medio de tanta violencia. No desamparaba a los más necesitados del pueblo, sus palabras eran una voz de aliento para aquellos que perdían la esperanza ante tanta hostilidad, lo que lo convirtió en blanco de amenazas. Por eso hoy, para los trujillenses, Tiberio Fernandez es “el Sacerdote amigo, hermano, profeta, músico y loco por el pueblo”.

El 15 de abril de 1990, el padre realizó su última ceremonia de exequias en Tuluá, Valle. En su sermón pronunció una frase que se volvería un lema para las víctimas del conflicto y que lo acompañaría el resto de los días junto a su mausoleo: “Si mi sangre contribuye a que cese la violencia en Trujillo, con gusto la derramaré”.

Dos días después, esta frase se hizo realidad. El padre Tiberio y su sobrina Ana Isabel Giraldo se dirigían a Trujillo cuando fueron secuestrados por los hombres de ‘El Alacrán’ y llevados a la finca Villa Paola, donde fueron torturados, abusados sexualmente y descuartizados. Solo fue hallado el cuerpo castrado del padre en el río Cauca. Él es recordado por los trujillenses por ser un ejemplo de lucha ante tanta injusticia y maldad.


Ludvila Vanegas perdió a su hijo en 1992 y hoy es una de las líderes de Afavit. © CARLOS TRUJILLO.

A pesar de la ausencia física del sacerdote, su legado vive en cada uno de los líderes que luchan por un mejor futuro para Trujillo, como Ludivia Vanegas, actual vicepresidenta de Afavit, una mujer que en su rostro muestra el dolor de ese pasado que marcó al municipio.

A Ludivia la violencia le arrebató a su hijo. En 1992 perdió todo rastro de él, hasta que encontró sus restos en una fosa común con una marca de machete en su cráneo. Con todo ese dolor saca el valor para impedir que su muerte quede impune: “Nuestros familiares tenían una identidad y no la podemos dejar perder para que no se repita la historia”, dice mientras sostiene las fotos de su hijo y hermana, a quienes ya no puede abrazar.

Mujeres como Ludivia, que no pudieron ver crecer a sus hijos o imaginarse una vida con nietos, que con el alma partida sacaban los huesos de sus familiares de las fosas comunes; mujeres como Viviana que luchan para que se haga justicia, continuarán gritando “¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!”.


 


POR:María Camila Giraldo y Carlos Eduardo Cubillos 

Estudiantes del Semillero de Periodismo de la Universidad Atónoma de Occidente.