Boyacá

Un viaje para conocer la nieve

En Boyacá el turismo ecológico ha ido ganando terreno entre los visitantes que buscan experiencias como la de alta montaña y conocer un ecosistema que corre el riesgo de desaparecer

13 de diciembre de 2019
A 4.000 metros sobre el nivel del mar se alza este monumento que buscan turistas tanto nacionales como extranjeros. | Foto: Wilson Torres

Esta aventura inicia cuando se llega al módulo rojo de la terminal de transportes de El Salitre, en Bogotá, con nada más que un par de maletas y una expectativa gigante por conocer la nieve. Lo primero es un viaje de cerca de 8 horas, hasta el municipio de El Cocuy, en Boyacá. 

La comodidad y modernidad del bus, y el precaver una cobija, hacen del viaje una experiencia apacible, más si se viaja de noche. En este último caso, los rayos de luz que empiezan a dejar atrás la madrugada y que se cuelan por las ventanas dan aviso de que el destino está próximo, justo después de pasar por los municipios de Guacamayas y  Panqueba.

Tras descargar las maletas, y tomar un transporte local, la primera parada es ‘Chocuy’, una de las casas más antiguas del municipio y que recibe el nombre por el último cacique Lache que existió en esas tierras.

Por doquier hay fotografías de los picos más representativos de la Sierra. La gente habla de cada uno como si fueran viejos amigos. Aunque con algo de nostalgia porque, en la mayoría de los casos, se trataba de imponentes nevados que hoy son solo una gran masa de roca. 

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El Cocuy hace parte de un área protegida, con más de 18 picos que albergan la masa glaciar más grande del país y una de las más bellas de América©El Cocuy Boyacá Travel

Luego de un duchazo y de un desayuno con changüa, -sopa de leche, con huevo, tostada y cilantro picado-, la recomendación es ir al denominado Cerro de Mahoma, un lugar icónico de la región a una altura de 4.040 m.s.n.m desde donde se pueden ver los municipios de Güicán, Panqueba, El Espino, Soatá y San Mateo. 

De camino es común escuchar de los lugareños tristes historias del conflicto armado. Amenazas, milicianos, armamento y ataques son palabras recurrentes en los relatos. Sin embargo, también hay que decirlo, son más insistentes y más frecuentes otros términos como reconciliación, paz y esperanza. Desde el proceso de paz con las antiguas Farc, las heridas del pasado han empezado a cerrarse y es notorio el optimismo de los cocuyanos. 

En ese punto, cuando el corazón late con mucha más fuerza y falta el oxígeno, la obligación de tomar fotos aparece de repente: un paisaje árido del que hacen parte, sin embargo, frailejones gigantes. “Llegamos a Marte”, se le escucha decir a uno de los expedicionarios que hacen parte del viaje para conocer la nieve. 

En efecto, en medio de ese páramo existe un espacio que parece de otro planeta; es un lugar en donde no crece la vegetación, parecen dunas sacadas de otro ecosistema quizás traídas por seres mitológicos. 

Allá arriba, el plan es almorzar un plato que, aunque es muy tradicional en la región, precisa del encargo para ser preparado: las denominadas sopas de pan, una especie de lasagña con carne de cerdo, huevo, chorizo, cuajada, pan campesino, papa frita y plátano maduro. 

El viaje continuó en el casco urbano del Municipio, en donde la mayoría de las casas están pintadas de blanco y verde como homenaje a la Paz y a la Esperanza. Otra de las particularidades del pueblo tiene que ver con la iglesia y sus sillas de madera. En el respaldo de cada una están inscritos los apellidos de algunas de las familias del pueblo que las donaron hace muchos años. De esa manera, casi que puede decirse, cada familia tiene ‘reservas’ en el evento más importante de la semana: la sagrada misa. 

Las experiencias del viaje siguieron en la madrugada. A las 2:45 am empezó la travesía que puede ser el ‘plato fuerte’: el ascenso a Laguna Grande. Lo primero, ir hasta la finca La Esperanza, destino al que se puede llegar desde El Cocouy en un jeep local -salen desde el pueblo y el tiquete puede oscilar entre 70 mil y 80 mil pesos- o en el famoso ‘lechero’, cuyo valor es mucho más bajo, aunque también mucho más incómodo. El trayecto, en este último, puede tardar un par de horas. 

Con la marcha bien firme, se atraviesa el bosque alto andino y, como por arte de magia, a lo lejos, aparece el pico Pan de Azúcar con su eterno compañero el “Templo del Sol” para los indígenas Laches; o más conocido como el púlpito de Diablo, un gran prisma de roca de 70 metros de altura que sobresale del hielo como el mejor emblema de la Sierra Nevada de El Cocuy.

 

Es tradición que quien se aventure en esos caminos prepare el lugar para las generaciones futuras y siembre dos plantas, que deben ser conseguidas previamente. Después sigue el ascenso y es el momento en el que los pensamientos de incapacidad y cansancio hacen su aparición. Subir en grupo es el antídoto: los pesos psicológicos se hacen más livianos y el apoyo mutuo recuerda el poder del trabajo en equipo.

Con la respiración agitada se llega al último filo del ascenso y, como si la naturaleza diera la bienvenida, las nubes se esparcen y es posible conocer la otra cara de Pan de Azúcar. A la izquierda El Toti, después El Pico Portales, que tristemente ya no tiene nieve, y finalmente El Cóncavo. 


Hasta ahí ya se ha hecho mucho. No obstante, el reto es llegar al borde del Glaciar. La nieve adquiere unas tonalidades de azul claro en las grietas, el frío desaparece como por arte de magia y la dicha dibuja sonrisas poderosas. Es un momento de abrazos y felicidad. Un sueño realizado. Se olvida el cansancio, el corazón se regocija y los pulmones simplemente se sincronizan con el ambiente y todo es paz. 

 

El Cocuy es la cresta máxima de la cordillera y hace parte de un área protegida, con más de 18 picos que albergan la masa glaciar más grande del país y una de las más bellas de América.

 

Y aunque el lugar es asombroso, antes lo era más. La Sierra Nevada del Cocuy se encuentra en estado crítico por el calentamiento global. Hace cinco años, cuentan los lugareños, había 24 picos nevados. Hoy solo quedan 18.

El regreso suele hacerse  más corto. En la finca la Esperanza, y tras un buen almuerzo, el tema obligado son las experiencias del día. Finalmente una buena ducha y a dormir. 

 

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En el Cocuy además se dan talleres para que los turistas experimenten tejer con lana prendas y recuerdos de su visita©Wilson Torres

Al día siguiente, el ideal es desayunar caldo de costilla que sirve para recuperar la energía que se quedó en la montaña, y alistarse para la segunda parte del viaje, esta de relax y descanso: baños termales.

 

Luego de la distención muscular, hay que ir a conocer Guacamayas. Es un lugar en donde se puede respirar el olor de la cestería y del arte. Es imperdible entrar a la tienda de artesanías que pertenece a la Red de Turismo Comunitario “Convite Travel”.  Ahí los campesinos fabrican todo tipo de jarrones, canastos, posavasos y otros artículos en paja y fique pintados de diferentes colores. Aunque no deseada, siempre llega la hora de regresar, no sin la sensación de que algo cambió para siempre. 
 

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El cocuy fue la cuarta población fundada legalmente por los españoles en el nuevo reino de granada, la primera fue Santafé de Bogotá, luego Vélez, Tunja y la cuarta San Gabriel de El Cocuy en 1541 ©Wilson Torres