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“…Y ahora, ¿cómo voy a llevar mi vida?”, se pregunta esposa de uno de los militares muertos en cautiverio

De nuevo las Farc provocan un profundo desgarro en dos humildes familias colombianas. El grupo armado no ha comunicado las razones de la muerte de otros dos secuestrados. Sus allegados temen que les empiecen a negociar la entrega de los cadáveres como ocurre con los diputados del Valle

César Paredes
8 de agosto de 2007
Clara Inés Garay observa la foto de su cuñado el sargento Jesús Alfonso Sol, que murió secuestrado por las Farc. Foto: León Darío Peláez

Las familias del sargento primero Jesús Alfonso Sol y el sargento segundo Alexander Cardona se suman a la lista de víctimas, ya no sólo del secuestro sino de muertos en cautiverio. El lunes 6 de agosto los familiares de los plagiados fueron localizados vía telefónica por un delegado del Comité de la Cruz Roja Internacional (CICR), con el fin de concertar una cita en Cali.

Con la esperanza de tener noticias de sus esposos, Viviana Rocío Garay, esposa de Sol, y Alejandra Aramburo, esposa de Cardona, fueron a los acordados encuentros con los delegados del CICR. Sin embargo, las noticias no eran buenas. La cita tenía el fin de confirmar que los militares secuestrados desde el 25 de marzo, en zona rural de Tulúa, Valle, estaban muertos mientras estaban secuestrados por las Farc.

Alejandra Aramburo, fue a la cita el lunes en Cali, junto con Ana Lucía Marín, madre del sargento Cardona. Luego de su llegada a las instalaciones del CIRC recibieron la noticia de que Cardona, hijo, padre, hermano y esposo había muerto.

Viviana Garay y su hermana Clara Inés se habían unido a la caminata del profesor Gustavo Moncayo, días antes, para clamar por la liberación de su esposo y cuñado.
La ilusión de ver de nuevo a Sol les dio la fuerza para caminar desde El Cerrito, Valle, hasta Bogotá. Sin embargo, Viviana consideraba la posibilidad de devolverse para Buga a reunirse con su hija que estaba mal anímicamente. Pero el viaje tuvo que adelantarse. El lunes en la noche viajó a Buga, el martes a la 1 de la tarde le notificaron: “su esposo está muerto”.

Con Viviana se encontraba su hija Katerin Tatiana Sol, una adolescente de catorce años que desde la desaparición de su papá se encontraba afectada de salud. A gritos rogaba “díganme que no es verdad”. Su súplica era la expresión de los cientos de familiares de personas secuestradas que quisieran que todo fuera un mal sueño del que algún día despertarán. Lo mismo pasaba con la señora Ana Lucía Marín, madre de Cardona, quien no se explica por qué este país tiene que pasar por esto.

Sin explicaciones del por qué, ni de las circunstancias, las dos familias viven momentos de dolor, semejantes a los que vivieron los familiares de los 11 diputados muertos, mientras estaban secuestrados por las Farc.

“Él era un sol de hombre”

Jesús Alfonso Sol Rivera era el hijo mayor de una familia payanés de cinco hermanos. Desde muy joven soñaba con prestar servicio en el ejército y poder hacer la carrera de suboficial. Debido a su comportamiento y talante, llegó a merecer un viaje al Sinaí, para hacer parte del Batallón Colombia.

Luego de prestar servicio fue a prepararse a la Escuela Militar de Suboficiales Sargento Inocencio Chinca, ubicada en Tolemaida, Melgar. De allí saldría a prestar sus servicios por varias ciudades como Cimitarra, Chiquinquirá, Medellín, Bogotá, Melgar, entre otras.

Su esposa lo recuerda como un hombre dedicado al trabajo. “Amaba lo que hacía”, dijo. Hacía 22 años que trabajaba para el ejército y sólo en los últimos días había considerado pedir la baja para dedicarse a otra cosa. En una conversación, uno de sus sobrinos le manifestó su deseo de hacer el curso de suboficial, entonces Sol tomó la decisión de esperar más tiempo para pedir la baja y poder ayudarlo.

El “enano”, le decían de cariño. Debido a su corta estatura llegó a pensar que no le podría ir bien en el ejército. Sin embargo, pronto mereció el respeto y admiración de sus compañeros. Así se fue ganando la confianza de todos, familiares y amigos que hoy lloran su muerte.

Quienes lo conocieron recuerdan su carácter noble y dadivoso. Su hermano Jairo Sol cuenta que a su llegada del Sinaí, llevó dinero para ayudarles a arreglar la casa donde hoy vive con Lilia Rivera y Francisco Sol, sus padres. Lo mismo dice su esposa, quien menciona la ocasión en que llevó a la señora Lilia al médico y se encontró con un anciano que no tenía para comprar medicamentos, y él le pagó la fórmula. “La mitad de mi vida la pasé con el mejor hombre. No sé cómo voy a seguir llevando mi vida, se me perdió la brújula”, dice, sin poder contener el llanto.

Para Clara Inés, hermana de Viviana, Sol era un hombre devoto y buen amigo. Ella había decido marchar, con su hermana al lado del profesor Moncayo porque ansiaba su pronto regreso. “Queríamos que se sintiera orgulloso de nosotras”, dice.

Su madre, Lilia Rivera, no sabe de su fallecimiento. Un derrame cerebral la dejó postrada y con la necesidad de que se le practiquen diálisis permanentemente. Por su delicado estado de salud, sus familiares le ocultaron que su hijo estaba secuestrado y ahora fallecido. Esperan el momento adecuado para poderle contar.

Clara Inés y Viviana continuarán en su movilización por el acuerdo humanitario. “Hay que seguir hoy más que nunca, para que otras familias no pasen por esto”, dice Viviana.

Sin embargo, los sentimientos hoy son de frustración. El sargento, a quien primero le quitaron la libertad, también le quitaron la vida. Su familia se encuentra destrozada sin la esperanza de volver a ver, abrasar o besar a quien.“hacía justicia a su apellido: un sol de hombre”.

“La guerrilla no tiene alma”

El sargento segundo Alexander Cardona había nacido en Buga un 2 de septiembre. Para la fecha cumpliría 34 años. Desde junio de 2005 tenía la “baja”, debido a lesiones que le impedían continuar como efectivo suboficial del Ejército, pues un atentado en Arandia, Caquetá, le dejó limitaciones auditivas y de movilidad.

No obstante, él continuaba colaborando con el ejército en labores de inteligencia, de manera informal. Al igual que Sol, se formó en la Escuela de suboficiales Inocencio Chinca. Hasta el momento de su muerte llevaba 14 años trabajando con el ejército.

Hijo de Ana Lucía Marín, una abogada, y Ángel Alberto Cardona, un transportador, Alexander era el segundo hermano de tres. El 19 de marzo, días antes de su plagio había, cumplido dos años de casado con Alejandra Aramburo, matrimonio del que quedó James Alexander, un niño de 2 años.

Su madre lo recuerda con el orgullo de haber tenido un hijo que le servía al país. Todos los días él la llamaba a preguntarle cómo estaba, o pasaba por su oficina a saludarla. Pero un día dejó de hacerlo, entonces ella comprendió que estaba secuestrado. Junto con su nuera se pusieron en contacto con el CICR para ver si podían tener información de su paradero. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo la espera se hacía eterna.

“Siempre hablábamos de envejecer juntos”, recuerda Alejandra, su esposa. Ella, al igual que el resto de la familia, hacían lo posible por ponerse en contacto con la guerrilla con el fin de hablar de su liberación. En el fondo tenían la esperanza de “poder sensibilizarlos”.

Hoy esta familia se encuentra escéptica ante la posibilidad de un acuerdo para la liberación de los secuestrados. Al hablar del futuro, la tristeza les ensombrece el rostro. Por esta razón no se unieron a la marcha del profesor Moncayo. “La guerrilla no tiene la intención de devolver a los secuestrados. Sus respuestas son de personas sin alma”, dice Ana Lucía en medio de su dolor.