Entrevista
“Los niños necesitan frustrarse”: la prestigiosa psicóloga Gloria Isaza explica por qué hace daño la obsesión por hacer felices a los hijos
La reputada psicóloga infantil Gloria Mercedes Isaza advierte que la obsesión de los papás por que sus niños sean felices está creando una generación que no sabe lidiar con los problemas. Presenta a Menta, su perrita de terapia.
SEMANA: Usted nos recibe con Menta, su compañera de trabajo. ¿Cómo ayuda ella a los niños y niñas en una consulta?
Gloria Mercedes Isaza: En la pandemia, aproveché para especializarme en España en terapia asistida con perros. Menta fue escogida con un test que ayuda a predecir de alguna manera su temperamento. Ha sido entrenada para ser mi compañera como perra de terapia y obviamente forma parte de mi familia. Los perros son una gran ayuda desde hace muchos años en las terapias en Europa y Estados Unidos. Cuando allí hay alguna tragedia, ellos son los primeros que llegan. Generan confianza, ayudan a bajar el estrés, eliminan la barrera para poder conversar, son afectuosos e incondicionales. Tener a Menta ha hecho el proceso terapéutico más agradable y más profundo.
SEMANA: ¿Qué debe tener un perro para ser de terapia?
G.I.: Primero, ellos son escogidos desde que son bebés. Es indispensable que sean tranquilos, no miedosos, sigan órdenes, que se dejen tocar y disfruten de lo que están haciendo. Los entrenamientos comienzan después de los seis meses. Hay perros entrenados para terapia que están en consultas, visitan hospitales, hacen intervenciones en colegios. Los estudios demuestran que con ellos hay menos deserción en las terapias. También hay perros de asistencia entrenados para apoyar a personas con una discapacidad física o una condición como el autismo, también pueden alertar episodios graves de diabetes o epilepsia.
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SEMANA: Antes, las familias solo acudían a un psicólogo frente a eventos muy traumáticos, pero hoy muchos cuentan con este acompañamiento. ¿Qué ha cambiado?
G.I.: Lo que ha cambiado, por fortuna, es la percepción que se tenía de psicólogos y psiquiatras. Poder conversar y hablar ciertos temas con un profesional busca, sobre todo, que las personas encuentren sus propias herramientas para enfrentar ciertas situaciones. Eso no quiere decir que todos los niños deban ir a terapia. Solo que hay unos momentos en la vida en que es bueno reconocer que necesitamos ayuda.
SEMANA: ¿Cómo se identifican esos momentos?
G.I.: Hay niños que, por ejemplo, tienen un miedo muy grande a separarse de su mamá, o están demasiado nerviosos por los exámenes. Ahí vale la pena tener un espacio puntual para que ellos mismos encuentren cómo manejar esa situación. Pero también hay unos síntomas de alarma: cuando hay cambios en su comportamiento, el estado de ánimo, en el sueño, en la alimentación. También cuando hay adicción a las redes sociales que hoy no se ve como un problema, pero está generando ansiedad.
SEMANA: Hoy ser papá o mamá parece mucho más abrumador que en el pasado, en donde todo fluía más natural. ¿Eso ha hecho algún daño?
G.I.: Yo creo que hay algo maravilloso en ser conscientes de la responsabilidad y la misión de ser padres. Pero tener el exceso de información, el que todo esté tan estudiado y determinado, está generando mucha ansiedad en las familias. Aprender más sobre cómo educar ha ayudado, pero también puede jugar una mala pasada si se cree que los padres son los encargados de determinar todo en la vida de los niños, olvidando su individualidad.
SEMANA: ¿En qué se traduce este deseo de determinarlo todo?
G.I.: En perder uno de los espacios más maravillosos, que es el tiempo libre. El exceso de actividades dirigidas, al final, no permite el juego espontáneo ni la posibilidad de aburrirse. Y es ahí en esos momentos cuando se desarrollan la autonomía y la creatividad. Esta es quizás una de las pérdidas más grandes de la infancia hoy. Eso sumado a que los papás dan el celular a los niños como entretención sin darse cuenta de que esto los aísla de lo que sucede a su alrededor.
SEMANA: ¿Cómo así?
G.I.: Los papás les dan el celular a los niños para que no se sientan mal, ni estén aburridos. Pero en este momento lo que están haciendo es apartándolos del mundo exterior. Hay muchos estudios que muestran el daño que este tiempo en pantalla le hace al cerebro. Pero más allá de eso, se están criando niños que no viven el mundo real por estar viviendo el mundo virtual. Jonathan Haidt escribió un libro muy famoso que se llama La generación ansiosa, que muestra cómo estar conectados a las redes sociales está afectando la salud mental de niños y adolescentes.
SEMANA: ¿Por qué se siente que las generaciones de hoy son más frágiles?
G.I.: Porque estamos criando niños con una enorme obsesión por que estén felices todo el tiempo. Por supuesto que debemos buscar la felicidad, pero la vida también está llena de momentos en que no tenemos lo que queremos. Entonces, les estamos evitando a los niños transitar por emociones que no son agradables: para que no estén molestos ni aburridos, ni sientan que pierden. Para crecer y poder enfrentar las dificultades, los niños necesitan límites, saber que no siempre es posible lo que quieren y vivir la frustración. Los niños necesitan frustrarse.
SEMANA: Muchos le echan la culpa de eso a la crianza positiva y todas esas teorías de hoy...
G.I.: Es todo lo contrario. La crianza positiva, respetuosa y consciente no significa ausencia de límites. Los límites son necesarios para que los niños crezcan seguros y tengan confianza en que están a cargo de adultos que saben para dónde van. Cuando el niño es el que decide todo en la familia, se le está sobrecargando de una responsabilidad que le genera ansiedad. Asimismo, se debe promover una educación sin gritos; los estudios demuestran que una causa frecuente de la ansiedad en los niños son los gritos de los adultos, ya que generan una respuesta de peligro en su cerebro.
SEMANA: ¿Y qué pasa cuando la crianza se basa en premios?
G.I.: Al final, el premio se vuelve un castigo. Tratamos de quitar el castigo y poner el premio, pero si yo no logro el premio lo siento como un castigo. Los premios pueden hacer perder la verdadera motivación de lo que estamos enseñando. En la vida hay consecuencias naturales de nuestros actos, que pueden ser positivas o negativas. Si trato bien a un amigo, puedo recibir un abrazo. Y me siento bien. Pero si lo trato mal, puede que me diga que ya no quiere jugar conmigo. Esos son los aprendizajes que hay que rescatar en la niñez.
SEMANA: ¿Cómo aprovechar la Navidad para generar esos aprendizajes?
G.I.: La Navidad es una época maravillosa, mucho más allá de los regalos. Es la oportunidad para que los niños hagan conciencia de lo que significa la familia, la unión, la red de apoyo. Hay unos valores grandísimos que se dan en Navidad: el amor, la generosidad, el dar y recibir. Y también para los papás el poder volver a vivir la Navidad a través de sus hijos y darse permiso de volver a ser niños. Es el mejor momento del año para hacer rituales. Las tradiciones dan pertenencia, seguridad y crean un vínculo emocional muy fuerte. La Navidad tiene olores, sabores y muchos elementos que quedan guardados en la memoria. En una sociedad en la que hemos perdido los rituales, vivirlos con plenitud es lo más importante de estas fechas.
SEMANA: ¿Usted cree que hay que ponerles un límite a los regalos?
G.I.: Yo creo que para los niños es importante no recibir tantos regalos, porque al final pierden el sentido. Creo que una de las decisiones más importantes de los papás hoy es tener la capacidad de saber qué regalos dan y cuáles no. Los regalos de Navidad no deben ser muchos, pero sí muy especiales. La Navidad no puede ser simplemente un día para entregar regalos.
SEMANA: Esta es la mejor época del año, pero también puede ser la peor para quienes perdieron a un ser querido o viven un divorcio. ¿Cómo lidiar con eso?
G.I.: Hay que darse permiso de sentir. En estos casos es normal que se sienta nostalgia, pues es natural extrañar a esa persona que ya no está; en Navidad también se puede llorar y estar triste. Lo que hay que tener presente es que la Navidad no es solamente una fiesta, sino que es un momento de unión familiar, a pesar de las dificultades. No es la mejor época para tomar la decisión de divorciarse. Pero sí es una oportunidad para que los papás divorciados refuercen en los niños que la familia no se acaba, que ahora viven en dos casas y que los aman. La Navidad es, ante todo, una época para agradecer el amor y la vida.