Barranquilla fue la primera capital del país que sintió el rigor y la letalidad del virus a plenitud.
Barranquilla fue la primera capital del país que sintió el rigor y la letalidad del virus a plenitud. | Foto: Jesus Rico

Crónica

La fiesta regresa a Barranquilla, con mascarillas y antibacteriales

El poeta y escritor Carlos Polo repasa los estados de ánimo de La Arenosa a lo largo del año. Después del dolor y el silencio, la ciudad se prepara, con cautela, para las celebraciones decembrinas.

29 de noviembre de 2020

Por Carlos Polo*

Por la ribera se ven / arbustos y cocoteros / y los negros pescadores / en canoas vienen ya…

Los tambores y los ‘pitos’ retumban en el pecho como una onda expansiva que inicia reverberando en el tímpano y se va extendiendo por toda la anatomía de un cuerpo que parece despertar de un prolongado letargo. La aguda e inconfundible voz de Nury Borrás, les da vida a los versos del maestro Adolfo Echeverría anunciando la inminente proximidad de Las cuatro fiestas… Es imposible no reaccionar a estos versos, a este himno que se ha convertido en una especie de grito de combate que invita a la comunión, a la cercanía, a la fraternidad; en últimas, a la celebración de las fiestas de Velitas, Navidad, Año Nuevo y carnaval.

Afuera la brisa, mucho más juguetona por esta época, coquetea con los árboles y levanta las polleras. El sol es un solo chorro de luz sonriente que arropa todo y su calcinante desnudez se hace más una caricia que un ardor recurrente. ¡Se siente que viene diciembre! Suena a todo timbal, la placa comercial de una emisora, la placa no miente, algo pasa, algo se transforma en esta temporada.

Rema rema / rema ligero Juan / rema rema / que vas llegando ya / Qué linda la fiesta es / en un 8 de diciembre…

El golpe del tambor se sincroniza con el latido y la pulsión del corazón. Afuera volvieron a rugir los motores y las calles, hace apenas dos meses completamente vacías, volvieron a vibrar de agitación. Ya no es solo el pregón mañanero de los vendedores ambulantes que colorearon la soledad de las carreteras con su canto. Ya no es el silencio plomizo agazapado entre el asfalto. Barranquilla ha vuelto a despertar, menos afanada, más precavida, incluso un tanto prevenida, pero despierta al fin, y en sus calles volvieron a resurgir el ajetreo y la actividad; el mundo empezó a ocurrir de nuevo.

En mi caso fueron siete rigurosos meses de confinamiento monástico. Mi mayor aventura fue volver al patio, reconfigurando su importancia y sentido. El patio se convirtió en cancha de juego de trompo y bolita e’ uñita, en tertuliadero. El patio fue mi Té para tres, mi bar tropical y mi barra nocturna, en un momento clave cuando el pico del mal invisible hincó su hilera de colmillos en la ciudad y la sacudió con saña.

Barranquilla fue la primera capital del país que sintió el rigor y la letalidad del mal a plenitud, fuimos los primeros en llorar a nuestros muertos, que se contaban por decenas, también debutamos en las discusiones acerca del desbordamiento en la capacidad de las UCI.

Al barranquillero nato, que es bacán, afectivo, asertivo y espontáneo por naturaleza, no le fue sencillo renunciar a las esquinas, a las terrazas, a la calle. En la ciudad, proclive a la celebración y la cercanía, la música se apagó y la gente asustada se refugió en casa y el que pudo no se asomó ni a la puerta, no se expuso, se entregó al mar de la virtualidad y se zambulló en las plataformas; vio series y películas hasta que los ojos se le hicieron cuadrados.

Y el que quiso y pudo, leyó libros, escribió, soñó y cantó a todo pulmón canciones de libertad en el patio, en la madrugada, mientras el sonido de los ventiladores se convirtió en una canción post-punk industrial, y el miedo y la paranoia se hicieron líquidos colándose por las claraboyas. Entonces se anunció la llegada de las ‘abejas asesinas’, se aumentó exponencialmente el avistamiento de ovnis y cada mes un nuevo virus letal se convertía en una amenaza para esta frágil humanidad arrinconada, y poco faltó para que anunciaran un apocalipsis zombi, aun así, la pesadilla se fue atenuando, dejando en la gente rezagos de temor y paranoia.

La pascua que se avecina / anuncia la Navidad / Un año nuevo se espera / que dan ganas de tomar…

El temido pico que llegó primero a La Arenosa, así como vino de improviso se fue, el número de letalidad y contagio bajó de forma radical y con la apertura la gente volvió a la calle, y la música volvió a sonar y los jóvenes volvieron a celebrar su monocorde reguetón, su onda urbana y electrónica, y la fiesta lució también un tapabocas. La gente se armó con alcohol y antibacterial y en los supermercados, almacenes y tiendas de cadena, una pistolita térmica ahora controla la temperatura a la entrada. En las calles se volvió a hablar de la ‘percha’ de diciembre, de faroles, aguinaldo, Niño Dios, cumbiambas, comparsas y tambores. Y en el centro, el corazón comercial de la ciudad, empezó a llegar la gente que se volcó a los almacenes y el panorama regresó a la ‘normalidad’, aunque en los ojos se adivine el luto, aunque tras el tapabocas se presienta el duelo, aunque en los ojos baile acompasado el miedo y en la risa suene escondido un blues.

Pero tan sabrosas son / las fiestas de carnavales / Con caretas y disfraces / las comparsas vienen ya…

La voz de Nury Borrás ahora le canta a la mamá de todas las fiestas en la ciudad, a esa enorme celebración de la mascarada, del folclor y la tradición, que se convirtió en patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Una fiesta que por su magnitud y dimensiones, hasta el momento está por lo menos aplazada, en suspenso. En algún momento se pensó en hacer la transición a la virtualidad, ¿cómo sería eso? La gente desde sus hogares frente a los ordenadores disfrazados de marimondas, congos, gorilas y monocucos, compartiendo bebidas espirituosas lanzándose espuma, empolvándose la cabeza y el rostro mientras ven las comparsas y grupos de tradición a través de las frías pantallas. Aún no se sabe cómo, pero lo que sí está claro es que Joselito resucita, porque resucita.

Baila, baila / baila la cumbia Juan / Baila, baila / que llegó el carnaval / Baila, baila…

Por lo pronto la gente ha vuelto a verse con sus viejos y las reuniones se hicieron exclusivas al núcleo familiar. Por lo menos en mi caso, las fiestas de Navidad y Año Nuevo pienso pasarlas cerca de esa recia matriarca de 80 años, que hoy luce un frondoso árbol blanco sobre su cabeza. En su rostro se han marcado los duros y difíciles caminos a los que se abocó para ganar el sustento de sus cuatro retoños. Con esa heroína, que fue una trabajadora inagotable, madre y padre, viuda dos veces y una sabia de la universidad de la vida, espero disfrutar de esta reapertura, de esta reactivación de la vida, del abrazo, y la cercanía.

*Escritor.

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