Gonzalo Mallarino, escritor.
Gonzalo Mallarino, escritor. | Foto: Esteban Vea La-Rotta

Opinión

La noche en que los acordeones del Caribe derrotaron al invierno sueco

El escritor Gonzalo Mallarino, autor de Matrimonio (2020), recuerda algunas anécdotas de aquella expedición patria que acompañó a Gabo a recibir el Nobel en Estocolmo.

29 de noviembre de 2020

Por Gonzalo Mallarino*

Aquí vamos todos, camino de Estocolmo. Vamos a recibir el Premio Nobel de Literatura que la Academia sueca le concedió a Gabo. Don Julio Mario Santo Domingo prestó un avión de Avianca para que viajaran todos los amigos, y vamos felices, cantando, riéndonos, tomando trago, como si fuéramos para Melgar.

Cuando pienso en el Caribe colombiano, pienso en esas cosas. Pienso en Gabriel García Márquez, a quien esas tierras amamantaron; a quien ese calor, esa luz esplendente, esa brisa de perfume, ese brillo dilatado del mar interminable, le dibujaron el corazón y la voluntad. Acaso, el colombiano más ilustre, más importante de nuestra corta historia.

Al llegar, el frío terrible. El viento con agujas filudas, el agua nieve que caía y nos empapaba la cabeza y los zapatos, la oscuridad que llegaba batiendo las alas negrísimas apenas se acercaban las tres de la tarde. Pero íbamos con Poncho Zuleta, con Leonor González Mina, la ‘negra grande de Colombia’, con Totó la Momposina, con la ‘Cacica’ Consuelo Araújo Noguera, con la compañía de ballet folclórico de Barranquilla, y el terrible clima boreal no pudo derrotarnos. No pudo contra los acordeones, las tamboras y las charrascas. Ni contra el canto vallenato, que es como nuestro ‘cante jondo’.

El Caribe en Suecia y en mitad del invierno. Con nosotros los del interior, los rolos (ya haremos otra columna sobre ellos), venían también Alfonso Fuenmayor y Adela, Germán Vargas y Susy, la Tita Cepeda sin su marido, el ‘Nene’ Cepeda Samudio, quien había muerto, todos del legendario grupo La Cueva de Barranquilla. En fin. Una pléyade de caribeños. En Madrid hicimos escala y recogimos a Gabo, no recuerdo si Mercedes y Gonzalito estaban allí o si ya los vimos en Estocolmo. Rodrigo no pudo venir a ver a su padre recibir el Nobel, estaba en pleno rodaje de una película. Gabo dijo, al vernos a todos, “ustedes felices, ¿no?, como al que le toca torear es a mí”. Nos reíamos, nos brillaba la cara de dicha.

En fin, esos recuerdos… Ahora, los bogotanos y todos los del interior, tenemos que ser consecuentes y solidarios con el Caribe, que necesita que volvamos a medida que mengua la pandemia, que necesita que las empresas inviertan y que los políticos dejen por fin de mentir y ataquen de frente la violencia, la pobreza y la iniquidad. Que ya lleva siglos de nuestra larga historia de olvidos e injusticias. Sí, señor, así es.

*Escritor