ENTREVISTA

“No sabemos si la democracia sobrevivirá a internet”: Adela Cortina

La filósofa y escritora española Adela Cortina, creadora del término ‘aporofobia’, habló con SEMANA sobre política, ética y redes sociales.

30 de septiembre de 2019
Adela Cortina recibió el jueves el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Colombia. | Foto: León Darío Peláez

La filósofa y escritora Adela Cortina recibió el jueves el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Colombia. La creadora del término ‘aporofobia’, que describe el rechazo a la pobreza y ganó el título de palabra del año de Fundéu en 2017, habló con SEMANA sobre política, ética y redes sociales.

SEMANA: ¿Cómo surgió el concepto ‘aporofobia‘?
ADELA CORTINA: Apareció por primera vez en 2000, en una columna que escribí para ABC, de Madrid, en donde reflexionaba sobre la xenofobia. En realidad, nosotros no odiamos a los extranjeros. En España recibimos turistas o gente de negocios de otros países con los brazos abiertos. El problema son los inmigrantes y refugiados del otro lado del estrecho que no tienen nada. Entonces pensé que, más que xenofobia, había miedo al pobre. Entonces cogí mi diccionario de griego y encontré que áporos significa ‘persona que no tiene nada’, así que acuñé el término.

SEMANA: ¿Como se manifiesta la aporofobia en la sociedad?
A.C.: Hay claros ejemplos. Como cuando un extranjero compra un piso de 500.000 euros y consigue la nacionalidad, pero a los que vienen del otro lado del estrecho se la niegan. Otro caso es el de los futbolistas o cantantes. A ellos los celebramos y nos da igual de qué lugar vengan. Ninguno de ellos representa un problema, pero los pobres sí.

SEMANA: ¿Qué ha cambiado desde que habló por primera vez de ‘aporofobia’ en los noventa?
A.C.: Hay un desembarco de la ética en las empresas. Cuando se quiere reconocer la calidad de una empresa, ya no solo se le pide productividad, sino también que tenga un comité ético e iniciativas de responsabilidad social. Que se exija un marco ético y educativo es un gran cambio. Que luego se siga pensando que sólo importa la plata no es ninguna novedad. También genera ilusión que los jóvenes vean esta chocante realidad, que se pregunten por qué se desprecia y rechaza a algunos y que investiguen esta problemática en las universidades. En ellos está la esperanza y el futuro.

SEMANA: Usted ha reflexionado sobre la honestidad. ¿Por qué se miente tanto en la política?
A.C.: La relación entre mentira y política es tan vieja como la política misma. Pero en los últimos tiempos, las redes sociales han hecho que las mentiras se propaguen a una velocidad de vértigo, que lleguen a cualquier lugar y que no se sepa de dónde vienen. Es preocupante, porque nada asegura que un ciudadano de a pie reconozca que algo que lee en internet es falso. Actualmente nos preguntamos si la democracia sobrevivirá a internet. Las redes sociales y la credibilidad de los políticos están en cuestionamiento, por lo que el desafío está en que los ciudadanos reconozcan una mentira por su cuenta.

SEMANA: ¿Cómo detectar esas mentiras?
A.C.: La inteligencia artificial está haciendo grandes avances, pero el volumen de información hace difícil detectar todo lo falso. A falta de un instrumento confiable, no queda más que educar. Siempre se insiste en que la ciudadanía sea participativa, pero primero debe poder discernir entre lo que es cierto y lo que no. Que alguien se deje convencer por mensajes de última hora es un síntoma de poco criterio. Y en ese juego se juntan el hambre y las ganas de comer, porque hay quienes esperan una información acorde con lo que quieren creer, y la compran sin importar de dónde vino.

SEMANA: En ese ambiente, ¿cómo construir un proyecto común en un país polarizado como Colombia?
A.C.: Es difícil ilusionar alrededor de un proyecto común cuando hay polarización. Colombia necesita sus narrativas y relatos para generar esperanza. También debe hacer frente a la corrupción y al olvido de las minorías. Estos temas son pésimas narrativas, desmoralizan e impiden pensar en que una iniciativa pueda salir adelante.

SEMANA: ¿Es optimista o pesimista con las redes sociales?
A.C.: Es imposible saber hacia dónde irán. Las redes nacieron con la promesa de la democratización, y hay experiencias positivas como la Primavera Árabe. Sin embargo, existe la preocupación de que se conviertan en una fuente de autoritarismo, debido al afán de seguridad de muchas personas. Además, las plataformas digitales no son neutrales: no les interesa transmitir verdades, sino generar adicción y conseguir más visitas. Es un tema que debe asumir con seriedad la legislación.

SEMANA: ¿Más seguridad supone menos libertad?
A.C.: La confrontación entre seguridad y libertad es desastrosa. Una sociedad no puede ser libre si no tiene seguridad, por lo que contraponer estos dos elementos no es adecuado. Colombia tiene la experiencia de un conflicto atroz, del cual aprendió que para salir adelante se necesita un mínimo de seguridad. Si se teme al paramilitarismo o al narcotráfico, no hay libertad en absoluto.

SEMANA: ¿En qué espacios se debe enseñar ética?
A.C.: La casa tiene un papel importante, pero no es suficiente. Por ejemplo, hay familias que no toleran a la gente que piensa diferente, así que el colegio y la universidad tienen una tarea en seria en la formación de valores. Por otra parte, también existe la educación informal, propia de internet y los medios de comunicación. Es clave que existan referentes responsables en estos espacios para que los ciudadanos tengan modelos que eleven los valores de sus espectadores. Además, los medios de comunicación tienen la responsabilidad que sacar a la luz lo bueno, para que la gente no tenga la sensación de que todo es desastroso.

SEMANA: ¿Es posible hablar de mínimos éticos universales?
A.C.: Hay elementos esenciales comunes que garantizan la integridad de todas las personas en cualquier territorio del mundo y que no se deben negociar, como el derecho a la vida y la libre expresión. No es posible que la educación y la asistencia sanitaria dependan de los medios económicos, y que se deje a alguien desamparado sólo porque no tiene dinero. En Colombia debe aclarar estos mínimos y no dejarlos en el papel. En vez de grandes proclamas, hay que empezar por lo más básico.