NACIÓN
Matar o morir: la historia no contada del médico que mató a tres ladrones
Estos son los pormenores de la escalofriante historia del médico al que tres asaltantes atacaron en el norte de Bogotá. Él, en uso de la legítima defensa, salvó su vida al tiempo que mató a los delincuentes.
El 30 de enero, poco antes de las diez de la noche, el médico hizo a un lado los papeles en los que había estado trabajando y se levantó de su escritorio. Advirtió la hora y pensó que no era buena idea regresar caminando a su casa más tarde. Además, había atendido consultas de pacientes durante todo el día y estaba agotado. Así que dejó a un lado la bata, se guardó el celular, se terció un maletín en el hombro izquierdo, apagó la luz y salió del consultorio ubicado en un séptimo piso, al norte de Bogotá. Luego tomó el ascensor hasta la primera planta del moderno edificio donde tienen sede clínicas de alta complejidad. Sin más, alcanzó la calle y se marchó. Parecía el fin de otra tranquila jornada de trabajo, pero resultó el comienzo de un duelo letal con pistolas y cuchillos.
Lo que ocurrió pocos minutos después tuvo impacto nacional y tiene a este prestigioso doctor, de 44 años, rogando a la Fiscalía y a los medios de comunicación para que no revelen su identidad, pues considera que eso lo pondría, nuevamente, en grave peligro. Él teme una venganza y siente que ya agotó el cartucho de la suerte. Dadas esas circunstancias, SEMANA se abstiene de publicar su nombre.
El médico recorrió a pie seis calles hasta el puente peatonal sobre la carrera 9 con calle 121, que conecta el sector empresarial de Usaquén con el barrio residencial de Santa Bárbara. Al doctor le bastaba cruzar el puente para estar a dos de calles de su casa. Pero, cuando empezó a recorrer la plataforma para subir a ese viaducto, observó que un sedán blanco se acercaba con cautela. Apuró el paso. Una vez agotó el primer tramo de la plataforma giró para continuar y pudo ver que del vehículo se habían bajado tres hombres jóvenes, apurados y con apariencia intimidante. La zona estaba desolada y en penumbra. El doctor olió el peligro y aceleró aún más mientras vigilaba de reojo a los tres sujetos que lo seguían.
Los hombres –cubriéndose el rostro con pasamontañas– corrieron hasta alcanzar al doctor ya casi en el otro extremo del puente. Se abalanzaron sobre él y comenzó un forcejeo. Uno de los asaltantes tenía un cuchillo largo que blandía contra el médico. Este delincuente le robó su celular, mientras otro lo golpeaba en la cabeza con la cacha de un revólver y, al mismo tiempo, el tercero le hacía lances con una navaja. Trataron de reducirlo a golpes en el pecho y el estómago, pero el doctor seguía luchando en pie. Entonces uno de los asaltantes amenazó: “¡Va a tocar pegarle un tiro y meterlo al carro. Echémolo al carro, pero con un tiro!”.
Los sujetos trataron de doblarle los brazos para moverlo a rastras en dirección al automóvil. El médico tuvo en ese instante un espacio que aprovechó. Consiguió hacer mayor fuerza y logró desprenderse ligeramente de los atacantes, parecía que estaba cayendo, pero al inclinarse sacó una pistola 9 milímetros que ocultaba en la pretina del lado derecho del pantalón. No hubo tiempo de nada más. Disparó en el mismo segundo que tuvo el arma empuñada contra los delincuentes. Primero impactó al asaltante que tenía el cuchillo, quien en ese momento estaba casi encima de él. Uno, dos, tres balazos. Con el mismo reflejo disparó contra el segundo atracador que cayó fulminado, pero, simultáneamente, el otro asaltante que tenía el revólver disparó contra el doctor a la altura del pecho desde el lado izquierdo.
El galeno creyó que estaba herido, se agachó y, a la vez que se encogía, disparó contra el tercer atacante. De inmediato, este cayó al piso, aunque no se rindió. Desde allí disparó nuevamente dos veces, instante en el cual el doctor respondió con otro balazo. Fue el último. La corredera de su pistola quedó hacia atrás, sin municiones. Aturdido, el doctor se puso de pie. Ahora estaba desarmado y temía que un cuarto asaltante, el conductor del carro, viniera. No tuvo otra opción que correr despavorido. Sangraba por un navajazo en el pómulo derecho, tenía raspaduras y hematomas en todo el cuerpo. Y la adrenalina al cien.
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En total sonaron 15 disparos. Por eso, cuando el galeno empezó a bajar del puente, algunos residentes alarmados le gritaron desde las ventanas de los edificios vecinos. Le preguntaron si estaba bien, si necesitaba auxilio o si llamaban a la policía. El médico, herido y aturdido, dijo que sí y les agradeció. Pero no se fio y decidió seguir corriendo hasta su casa. Una vez a salvo trató de recobrar la calma, se hizo curaciones y esperó a que amaneciera.
"El doctor huyó sangrando por un navajazo en la cara. Los asaltantes quedaron tendidos, pero aún había otro en el carro".
El viernes por la mañana en todos los medios del país corría la noticia de que tres delincuentes habían muerto baleados en un puente peatonal al norte de Bogotá cuando intentaban atracar a un médico. Sin conocer los pormenores de los hechos, estalló un gran debate con todo tipo de especulaciones. Entretanto, el doctor, siempre con sigilo, buscó asesoría legal y se puso a disposición de las autoridades. A las tres de la tarde acudió a Medicina Legal, allí le hicieron un chequeo y quedó constancia de cada una de sus lesiones. El perito a cargo le dio una incapacidad provisional por 12 días. En el documento quedó un relato sucinto de lo sucedido.
Ese mismo día, acompañado de su abogado, se presentó voluntariamente ante un fiscal de la Unidad de Vida en el complejo judicial de Paloquemao. Acudieron al despacho asignado para la investigación por la muerte violenta de los tres hombres que quedaron tendidos en el puente peatonal. El doctor hizo ante el fiscal un relato detallado de lo ocurrido, presentó su arma y los documentos de la misma. Estos dan fe de que el galeno tenía permiso legal tanto para poseer la pistola nueve milímetros como para portarla.
Sin embargo, en la capital del país y en varios municipios aledaños rige una restricción general de porte de armas. Hernando Benavides, el abogado del médico, explicó que su defendido no suele llevar consigo el arma y que esa noche decidió hacerlo porque era tarde y tenía noticia de atracos en el sector. Con los documentos de la pistola en regla, el doctor tendría, cuando mucho, una multa o algún tipo de sanción administrativa, ya que desatendió la restricción. El debate de fondo es si le cabe alguna responsabilidad penal por los tres muertos. De momento, la Fiscalía no ha tomado una determinación.
Sin embargo, en el expediente todo tipo de evidencias constatan que el médico actuó en legítima defensa de su vida ante tres asaltantes armados que lo atacaron con revólver y cuchillos. La Fiscalía está recabando nuevos testimonios y analizando las cámaras de seguridad del sector, así como los dictámenes de necropsia de los tres muertos. Pero hay una prueba crucial: el testimonio del cuarto asaltante.
Se llama Óscar Andrés Basabe Díaz y la policía lo detuvo en la misma noche de los hechos. Luego del tiroteo y del llamado de la comunidad, varias patrullas llegaron al sector. De inmediato, lanzaron una operación candado para dar con el vehículo y su conductor. Mientras forenses del CTI registraban la escena y practicaban el levantamiento de los cadáveres, avanzaba la búsqueda del cuarto asaltante. Al amanecer, el carro apareció en un barrio al sur de la ciudad, abandonado. Lo habían robado días antes. Un par de pesquisas adicionales llevaron a la policía hasta el conductor.
Basabe, sin darle muchas vueltas al asunto, lo confesó todo. Relató que aquella noche él y los otros tres sujetos, a los que identificó, habían salido a atracar como otras veces. Admitió que en la carrera 9 con calle 121 vieron a un hombre de traje y maletín que consideraron una buena víctima. Su misión consistía en aguardar en el carro a sus compinches. Pero, cuando escuchó más de diez tiros, supo que todo había salido mal, pues sabía que sus secuaces tenían un arma de fogueo de solo seis tiros. “Ese ‘man’ los encendió”, pensó y, sin más, huyó.
Tras su captura, Basabe decidió colaborar con la justicia y, probablemente por eso, un juez, en audiencia reservada, decidió no enviarlo a la cárcel, sino imponerle detención domiciliaria. Hernando Benavides, el abogado del médico, se mostró sorprendido e inconforme con esa decisión dada la gravedad de los hechos. El cuarto asaltante también reveló que sus compinches habían consumido droga antes de salir a cometer fechorías y que habían robado el vehículo usado esa noche el 27 de diciembre en el sector de Las Ferias, en el occidente de Bogotá.
"El médico figura como ‘indiciado‘. Pero la Fiscalía pronto tendrá que resolver si archiva el caso pues en realidad él fue la víctima".
El incidente generó tal revuelo e impacto que muchas personas, víctimas de atraco en el mismo sector, acudieron al despacho del fiscal. El funcionario ya ha logrado relacionar al menos cuatro casos más de víctimas asaltadas con armas blancas y exhibición de arma de fuego tal como le ocurrió al médico. En el expediente hay, además, 194 fotografías con los rostros de los integrantes de la banda y ello ha permitido que algunas víctimas los hayan identificado.
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, solo el año pasado, 652 personas resultaron heridas en atracos callejeros en Bogotá. Otras 27 terminaron asesinadas, mientras que, en 2018, 23 personas murieron a manos de asaltantes en vía pública. A ese peligro se enfrentó el médico. Por ahora, su nombre figura en el proceso como “indiciado”, pero en los próximos días la Fiscalía debe definir su situación. Las evidencias indican que, efectivamente, el médico actuó en legítima defensa frente a una agresión que pudo costarle la vida. Los delincuentes lo pusieron frente al dilema extremo de matar o morir.
El abogado defensor, ante las especulaciones, emitió un comunicado en el que señaló: “Como médico mi defendido tiene el compromiso indeclinable de respetar la vida humana. Él no promueve el exterminio de nadie ni ha concebido la muerte como solución de los problemas de inseguridad. En fin, él no alaba el resultado en que sus agresores perdieron la vida como consecuencia de sus actos injustos”.
El viernes esta revista contactó al doctor para conocer de primera mano su versión detallada de los hechos. Pero él declinó hacerlo, pues siente que cualquier exposición podría derivar en una eventual venganza. Tras argumentar en ese sentido, envió este mensaje: “Agradezco, que por razones de seguridad personal y de mi entorno familiar, no se dé a conocer públicamente mi identidad, además que afectaría los lineamientos que para tal efecto han dado las autoridades. Muchas gracias. El médico”.