Opinión
Los jabones de Lorica
Con la inmigración siria y libanesa del siglo XIX, surgió una próspera industria jabonera a orillas del río Sinú. Sus aromas y colores llegaban en barco a toda la región.
Por Margarita Rojas S.*
Un Cupido con su arco acorazonado publicitaba en la prensa el jabón El Angelito de Checry S. Fayad como el mejor de la plaza de Lorica. Aquel logotipo sencillo, rescatado en el mural de cerámica horneada de Adriano Ríos Sossa, es uno de los pocos referentes visuales de una industria próspera, aunque incipiente. Se exploraba a orillas del río Sinú a finales del siglo XIX de la mano de la colonia que llegaba de la Gran Siria, es decir de los territorios del ya decadente imperio otomano (Siria, Líbano y Palestina).
La emprendieron los hermanos Jattin, cuyo pionero Moisés Hatem (el apellido mutó a la llegada, como tantos nombres árabes) es considerado el primer migrante “turco” en esas tierras. Había venido en 1880 de Zahlé, en el valle de Bekaa, una zona agrícola libanesa. Sus sobrinos, que llegaron años después, crearon entre otros negocios la fábrica de jabones La Siria, una mezcla de sebo animal y soda cáustica, que se secaba al sol en moldes y se comercializaba en barco por toda la región para lavar los platos, la ropa, e incluso, para bañarse. En su libro Colonia siria y libanesa en Lorica y sus cercanías, Alexis Jattin reseña a Hatem y a otro precursor: el dueño de la fábrica de jabones El Angelito. Checry Salvador Fayad llegó de Baabda (Líbano) en 1904 y junto a su esposa amasó una gran fortuna. Una de sus embarcaciones, Damasco, evocaba aquella patria lejana. A bordo, los jabones y otras mercancías se comercializaban por el Caribe, tal como los jabones sirios se vendían por el Mediterráneo.
Años después, a El Angelito le salió El Diablito, el jabón de David H. Juliao, y otro que es recordado como el jabón de Rafael Naar, estos dos de descendencia judía. Cuatro fábricas de jabón, todas de inmigrantes. Según un loriquero ya nonagenario, tenían el tamaño de un billete y unos diez centímetros de ancho. Iban empacados en cajas de madera, en bloque y sin envolturas. Luego desarrollarían colores y fragancias importadas. El jabón de Naar olía a pino y era de color amarillo, cuenta otra nativa de Lorica que también pasa los noventa años. Sin embargo, con el ocaso del puerto fluvial, se apagaron también las jaboneras.
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En la Siria de hoy, desgarrada por la guerra, se resisten a morir bajo las bombas las ancestrales fábricas de jabón de Alepo. Su fórmula a base de aceite de oliva, laurel y agua, la misma que han empleado hace siglos, es considerada el primer jabón sólido de la historia. Cuando empezó el conflicto había un centenar de fabricantes. Ahora quedan dos. Por eso desde Turquía, Francia, o el lugar donde se encuentren, algunos refugiados sirios, migrantes de nuestro tiempo, intentan salvar la tradición. Sus productos son fuente de supervivencia, símbolo de resistencia y un tributo a esa Alepo que olía a jabón.
Algo así ocurrió en Lorica, aunque ya quedan pocos para recordar aquel olor.
*Directora de información internacional de Caracol Televisión.